Agustín Marangoni escribió un libro de micorrelatos, su título es Nadie escuchó el último secreto y lo publicó con la editorial marplatense La Bola. Es un libro que se lee en un tiempo increíble. Si pusiéramos a andar un cronómetro, tal vez no llevaría más de media hora ir de tapa a contratapa. Pero el tema es la pared. O el techo, si la experiencia se da en posición horizontal. O, inclusive, si es en una plaza, puede ser que la cuestión sean los chicos hamacándose o las palomas hurgando en el pasto.

Son 101 historias que no exceden las 5 o 6 líneas cada una, pero que corren por tantas vías que no hay forma de pasar a la siguiente hoja sin antes reírse, suspirar, sorprenderse y volver a reírse de todo aquello que el texto no dice.

Cuando nos encontramos para tener esta charla le dije que Nadie escuchó el último secreto me había parecido una obra de ingeniería: hay tanta precisión en la selección de palabras que cada uno de los microrrelatos que lo componen es un haz que condensa insospechables lecturas e interpretaciones.

¿Cómo es el proceso de construcción de una historia que se cuenta en 10 palabras ?

-Es terrible, lo primero que hay que tener cuenta para escribir un microrrelato es la idea. No nace en el estilo, ni nace en el género. Porque hay muchas historias que se pueden resolver en un desarrollo literario sin límites pero que no podrían ser resueltas en un microrrelato.

Por ejemplo, Caperucita Roja. Es la historia de una nena que va a visitar a la abuela. Y el relato tiene fuerza en el “¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes!; Son para verte mejor”. Y la abuelita que sale del placard y saca a escobazos al lobo, dependiendo de la versión que leas.  Pero vos no podés contar esa historia en un microrrelato, no por extensión sino por capacidad narrativa. Necesita de distintos momentos. El microrrelato es una idea que se resuelve en poco espacio, si la historia no te lo permite el microrrelato no va a existir nunca.

Además de escritor, Marangoni es periodista. Forma parte del staff de la Revista Ajo y tiene una columna en el portal de La Capital. Y también da clases en DeporTea. Todo eso que él es se ve en sus respuestas, por ejemplo, cuando con método didáctico y marcando en los dedos de la mano, me explica el microrrelato como género:

Tiene tres pilares, hablando de género duro. El humor, es fundamental porque es la segunda lectura. Y el humor no funciona en la linealidad, funciona en lo que no se dice, y si no se dice es un gran favor para el microrrelato, porque estás diciendo algo que no estás escribiendo.

El humor sostiene el resto de los pilares. A mí me gusta más que funcione el humor que cualquiera de los otros dos, que son la intertextualidad y la brevedad. Casi todo lo que se ha editado en este género, casi como entretenimiento de escritores, hace alusión a otros textos de otros autores.

Yo quería evitar la intertextualidad.

¡Pero no te salió!

-Hay un capítulo entero dedicado a la intertextualidad que lo puse a propósito, por una cuestión de cuidar el género, porque me interesaba respetarlo… pero no mucho. De hecho, los cuentos infantiles no tienen intertextualidad, excepto uno. El de policiales, no y el de ciencia ficción, tampoco. El único que es intertextual es el capítulo sobre la biblia, que es, justamente, la biblia completa en sus momentos más populares, buscando una reescritura de esas historias.

Yo pensé en escribir apelando a la intertextualidad pero sin excluir a nadie. Y si no quiero excluir a nadie ¿a dónde voy? Los cuentos populares ya están recontra explorados. Vayamos a la base. ¿Cuál es el libro más popular del mundo? Sin duda es la biblia, atraviesa todas las generaciones de la humanidad, es un libro que está constantemente en relectura.

El libro por antonomasia…

-Sin duda, porque podríamos pensar en El Quijote: El título lo conoce todo el mundo pero no muchos lo leyeron. Entonces elegí la biblia por lo popular. Me puse a leerla como obra literaria y es brillante. Hay muchas cosas que no leí porque la ritualística no era funcional a mi objetivo literario, pero había otras cosas que me parecían divertidísimas.

Me di cuenta de que la narrativa occidental tiene el pulso marcado por el ritmo de la biblia, nadie nunca salió de ese texto. Tiene todo: tiene amor, desengaño, traición, asesinato, brutalidad, guerra, ciencia ficción, muertos que resucitan, fantasía, todo. Está todo ahí. En la biblia están las semillas de todas las historias que se escribieron en occidente hasta la actualidad.

Después de eso escribí 40 microrrelatos sobre diferentes pasajes, y ahí tuve que empezar a borrar.

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A Marangoni le gustan los números impares, por eso publicó 101 microrrelatos

¿Y qué tal fue el proceso de corrección?

A veces te pasás una semana mirando tres líneas y media… once palabras. Después cambiás, es un proceso, te entrenás. Lo grave es tener otra idea porque vas a estar otra semana mirando otras once o veinte palabras. Trabajándolas… Fue demencial. Lo primero que hice fue escribir en cualquier lado todo lo que se me ocurría que podía ser una idea. Reescribo, dejo tres o cuatro versiones. Voy borrando. Las que negué siete veces, las borro.

¡Eso es muy bíblico también! Sos muy metódico…

-Necesitas ser metódico… yo le dedico mucho tiempo… estuve dos años para escribir eso. Y no se nota. No hay frialdad quirúrgica.

Me parece que el microrrelato debe ser el género que más depende de compartir el código con el lector. Se me ocurre que vos podés leer poesía sin tener ninguna experiencia en el área y ni siquiera haber sentido nunca el amor y lo vas a entender porque está todo más o menos dicho ahí. En cambio, en el microrrelato no hay nada dicho, realmente, la historia pasa por otro lado. Pienso que es el que más depende del lector, más que cualquier otro género.

Si, la idea es esa. Decir sin mencionar. Tenés que lograr abrir un plano interpretativo más allá de lo explícito. Si el microrrelato vos lo terminaste de leer y lo único que podes interpretar sucede dentro de las 20 palabras que están ahí, entonces no funciona. Si no hay segunda lectura, no sirve. Y lo interesante es que funcione para distintos lectores: Que se pueda leer sin experiencia literaria previa, que lo pueda leer alguien que ya tiene un recorrido, y que se pueda leer desde lo académico. Cuantas más líneas interpretativas abrís, más rico es.

¿Te llevó más escribir un libro de microrrelatos que tu primera novela, Gutiérrez, por ejemplo?

-Para escribir Gutiérrez habré tardado dos años, con reescrituras, recopilaciones de otras cosas… Y para Nadie escuchó el último secreto también, dos años. Y tiene cincuenta por ciento menos texto. Pero es que en la síntesis hay un grado de complejidad muy grande. La síntesis es complejidad. Hace mucho tiempo que me dedico a escribir fácil pero trabajando ideas complejas. No me gusta más la literatura críptica, la académica. Ese laburo que queda cerrado en un microsistema intelectual… Ese hermetismo que se ha generado alrededor de la literatura llevó a que deje de ser un arte popular. Hoy leer es una actividad de muy poca gente y con recursos. A mí me parece que la literatura tiene el compromiso político de abrir el juego y el microrrelato es un posicionamiento político frente a eso.

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Gutiérrez es la primera novela de Agustín M.

Se trata de ser más popular en todos los sentidos.

Tratar de que nadie quede afuera

La palabra es “inclusivo”, entonces.

Claro, inclusivo desde la experiencia de lectura. Y no es que por ser breve es menos importante. Porque eso pasaba antes cuando se discutía lo del cuento y la novela. La novela es más larga, no significa que sea mejor. Pero también hay muchos microrrelatos malos y otros que son brillantes. Me parece que no hay términos medios.

Es evidente que en esta obra Agustín se puso a prueba: ensayó ideas, midió conceptos y reglas establecidas, las llevó al límite y las reinterpretó a su modo. El campo de la microficción era desconocido para él cuando se permitió dar rienda suelta a esa “tendencia a lo breve que me atraviesa”, según explica. Pero su libro ya tuvo sus repercusiones que lo llevaron, entre otras cosas, a participar de la VIII Jornada Ferial de Microficción junto a diferentes autores de las formas breves en la 42° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

Seguramente esa “tendencia a lo breve” de lo que hablás te viene del oficio de periodista del que no te podés correr…

-No, eso es verdad. Me atraviesa, no hay ninguna duda. No puedo dejar de observar las reiteraciones, en la literatura y en la crónica periodística, a veces estiran tanto una idea que la agotan. Pero también en las series, en las películas…

Pareciera que desarrollaste un detector de excesos narrativos.

-De lo que se rebalsa.

Y ahora ¿cómo seguís? ¿Vas a seguir diciendo todo así de breve?

-¡No! Pero ya escribí un libro infantil breve que se va a editar pronto, ilustrado por Mercedes Calo Stapich. Ella ya está trabajando. Es una historia de esas que le contaba a mi hijo y él se reía mucho. Vas inventando cosas e improvisando, hasta que llegas a decir cualquier pelotudez, pero viendo cómo se reía él pensé en darle un poco de forma y ver qué pasa… y salió una idea de historia que me parece divertida. Ya está encaminado, sale en diciembre y lo vamos a editar en Mar del Plata.

Bajando las escaleras del club en donde nos encontramos con Agustín para charlar sobre su libro tuve la idea-tentación de transcribirla y publicarla tal cual como había salido: Sin recortes, sin aclaraciones ni explicaciones de ningún tipo. Dejar textualmente todos los conceptos y las preguntas escasamente formuladas y sus respuestas didácticas, además de todos esos divagues y posicionamientos que ambos expresamos sobre diferentes temas. Pero cuando le di play al archivo para empezar a transcribir la entrevista me di cuenta de que esta charla no tenía principio ni fin.

Como pasa en esas películas en las que no se entiende cómo es que los actores llegaron al lugar en donde suceden los hechos, así simplemente surgió la voz de este autor marplatense. Y para cuando el reproductor de sonido me indicó el final del archivo había muchas cosas inconclusas. Más preguntas, más reflexiones.

Es sorprendente cuánto se puede decir de un puñado de historias de 20 palabras, tres líneas y media… o hasta una sola letra. Porque inclusive hasta ahí Agustín Marangoni llevó la literatura, para seguir ejercitando el arte de contar.