Antes de su paso por el Congreso Azabache y a pocos días de iniciar un taller en la Biblioteca del Teatro Auditorium, la escritora  Bibiana Ricciardi dialogó con Revista Leemos sobre su nuevo libro: Poner el cuerpo, una crónica sobre la investigación médica en Argentina.

Bibiana Ricciardi es guionista, periodista, escritora. También es docente, es actriz y dramaturga… y podríamos seguir agregando algunos oficios y profesiones más, pero lo cierto es que podemos resumir en que Bibiana es una comunicadora, una contadora (de historias, claro).

Aunque tiene su residencia permanente en Buenos Aires pasa buena parte de la semana en Mar del Plata donde da clases en la Tecnicatura Universitaria en Comunicación Audiovisual, de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

En estos días sumará también nuevas actividades en la ciudad. Un taller en la Biblioteca del Teatro Auditorium titulado Pinta tu aldea y pintarás el mundo, que se extenderá por los próximos cuatro jueves. También, en el fin de semana, estará en el Congreso Azabache en su doble rol de escritora y de teatrera: presentará su libro Poner el cuerpo el viernes 30 a las 18.15 y pondrá en escena la obra de teatro Salerno que escribió y que protagoniza junto a su hija Chiara Borrini el sábado a las 19.30, todo ello en la Universidad Atlántida Argentina, ubicada en Arenales 2740. También en el marco del Azabache coordinará una suelta de libros el sábado 1 de marzo a las 11 en la esquina de Corrientes y San Martín. Se trata de una forma de llamar la atención sobre la problemática que está viviendo el sector editorial y la industria del libro, que consiste en regalar libros a los transeúntes. Bibiana es miembro del colectivo de Trabajadorxs de la Palabra  que viene instrumentando esta serie de librazos en distintos contextos a lo largo de todo el país.

Poner el cuerpo, editado por Tusquets, es una crónica narrativa, explica. “Una crónica absolutamente en primera persona, que se mete en el tema de la investigación científica pero desde una posición muy subjetiva, muy personal. Estuve enferma de cáncer y desde esa perspectiva entrevisté a otros enfermos de otras enfermedades. Hay como un ´camino del héroe´, una mirada sobre la manera en la que cada uno puede ir transitando la enfermedad en el contexto de  la investigación farmacológica. Es una crónica narrativa, yo no hubiera podido hacer crónica de otra manera”, sentencia.

¿Cómo empezó toda esta historia de escribir un libro que te pasa por el cuerpo a este nivel?

Una escena de la obra Salerno

-La gente de Tusquets me pidió que escribiera el libro porque yo había escrito una nota para la revista Viva sobre el tema de los experimentos farmacológicos en seres humanos. Leila Guerriero eligió mi crónica para su colección Mirada crónica. Soy periodista de base, colaboro con alguno medios periodísticos ocasionalmente. Pero en literatura primero fue la ficción. Supongo que de ahí viene que mi primer libro de crónica tenga ese tono narrativo. Es como un collage textual, donde incluso incorporé fragmentos de Wahtsapp que, por ejemplo, intercambio con mis médicos, los escracho mal (risas), incluso con mi pareja, Juan Gulin, que es médico investigador también, y trabaja en investigación clínica acá en Mar del Plata. De hecho, observarlo en su trabajo despertó la primera inquietud que me volcó al tema. Incluí a lo largo de todo el libro algunos fragmentos descriptivos que se llaman Escenas domésticas, en los que cuento cómo fue evolucionando en nuestra pareja la discusión de mi materia de investigación cuando se cruzaba con la de su propio trabajo.

No lo conociste en esta etapa…

-No, esta es nuestra tercera vez juntos, pero esa es otra historia. Fuimos novios en la adolescencia y nos reencontramos de viejos. Nuestras veces anteriores ni él era médico ni yo escritora. Tengo una relación tirante con la medicina, o, mejor dicho, con la institución médica. Fue sorprendente enamorarme de un médico pero al mismo tiempo fue muy revelador de todo otro costado de la actividad.  Debo gran parte del libro a la generosidad con la que él me permitió meterme en su materia, soportando mi desparpajo y compartiendo información. De hecho le dedico el libro.

Por supuesto, cuando terminé de escribirlo tenía mis miedos porque pensaba “a este pibe tengo que pedirle permiso para esto”, porque él desconocía qué estaba escribiendo yo exactamente. Era raro, porque a veces me  retaceaba alguna información (eso también está puesto en el libro) o se iba cuando hablaba por teléfono (risas). Pero nunca me condicionó.

¡Para que no aparezca la charla en el libro!

-Cuando lo terminé de escribir, en diciembre de 2017, nos fuimos a pasar año nuevo a Uruguay, salimos de mi casa de Buenos Aires hacia José Ignacio. Habíamos quedado que esta vez manejaría él solo -habitualmente nos turnamos- para que yo pudiera leerle todo el manuscrito del libro. Leí sin detenerme durante ochocientos kilómetros. Por momentos lloró, se rió, le encantó. Entonces, cuando ya entrábamos a la zona de destino,  le pregunté si creía que debía cambiar algo. Me dijo: “no, está bien, publícalo así”. No le cambié nada, solo las pulidas finales de la editorial.

¿Cómo te sentás frente a un editor o editora que te dice que hay que sacar esto y aquello, o cambiar lo otro, tratándose de una escritura que no solamente te atraviesa a vos sino también esta historia con tu pareja?

-Es Leila esa editora. Cualquier otra editora me hubiera dolido mucho, y ella también me duele un poco, porque es tremenda, pero lo que pasa es que una la admira tanto… tengo mucha suerte en mi carrera de escritora, siempre tuve cerca a gente muy talentosa: Julián López en lo narrativo, en la dramaturgia Mauricio Kartún, en la crónica Leila Guerriero. Tocada por la estrella.

Leila es muy grosa, su mirada fue súper aguda, sostuvo con mano muy dura, por cierto, todo este proceso. Viajé por el país, hice entrevistas a pacientes en diferentes lugares, y ella siempre sosteniendo eso dentro de la editorial. Cuando terminamos me felicitó. “Tenés que estar orgullosa porque hiciste un librazo”, dijo y para mí fue genial. Porque no es una persona de regalar piropos. Es dura.

¿Cómo vivís este nivel de exposición?

-Estoy acostumbrada a exponerme: Hice teatro en el Verano en Mar del Plata, después en Buenos Aires. Escribí esta obra de teatro –Salerno– que presento en el Congreso Azabache otra vez. Es un biodrama, con mi hija, las dos sobre el escenario, hablando de mi padre. Los tres juntos habíamos hecho un viaje a su tierra  y yo fui registrando todo con el teléfono porque pensaba que iba a hacer un documental. Pero de golpe me di cuenta que no, que eso era teatro. El texto ganó un premio y el premio era el montaje… y ahí pusimos el cuerpo las dos, con Chiara. Mi materia prima es la realidad, pero convengamos que la realidad deja de ser tal cuando se transforma en representación.  Igual debo confesar que cuando salió este libro, Poner el cuerpo, me dio un cagazo…

Te debés haber preguntado “¿quiero tanto?”

-Si, hay algo del para qué que me empezó a aparecer y que creo que también está explicitado en el libro, porque es la crónica de la escritura misma, de la investigación y de la escritura. Aparece el para qué cuando voy contando el proceso de mi propia enfermedad que todavía está en curso. Porque por ahora estoy semisana… Estoy re bien de salud, lo único que tengo es un poquito de cáncer. Me gusta jugar con el humor negro. Pero cuando empezaban a aparecer algunos sin sabores del tratamiento, durante la escritura del libro, tener que escribir sobre eso me costó mucho.

¿Es como vivirlo de vuelta?

-Tuve que enfrentar la posibilidad de tener que operarme y si lo hacía debía ser fiel con mi misión de cronista. Ese fue el límite, no me operé, de hecho. Entre otras cosas porque no podía tolerar tener que contarlo. Me enojé conmigo misma y con mi propia decisión. Por qué escribo, para qué me expongo. Tengo una sola respuesta: porque no puedo evitarlo. Me gusta escribir y me gusta hacerlo de este modo. Me gusta tirarme al abismo, la línea de no saber qué… siempre con algo distinto. En marzo saldrá mi nueva novela en la editorial independiente Alto Pogo, que publicó también la primera, Una mujer corre. No tiene nada que ver con lo que he escrito hasta ahora, es novela erótica. Antes de eso terminé una novela juvenil. Me gusta cambiar, probar.

¿Se trata de investigar y explorar nuevas formas de contar? Si venís del teatro, del periodismo, del guión, eso es claro. Ya no se me ocurre otra forma de explorar lenguajes… ¿radio hiciste?

-No, es lo único que no hice (risas). Si, explorar lenguajes narrativos. De eso se trata.

Hay un grupo. Hay focos… están las escritoras de novela romántica-histórica que son amigas, se presentan juntas, van a todos lados, se conocen. También está este grupo al que creo que pertenecés, donde están Julián López, Juan Carrá, Gabriela Cabezón Cámara, Gonzalo Heredia y muchos y muchas más. ¿Qué elemento unificador encontrás?

-Yo creo que somos militantes de la palabra. A nosotros los del colectivo Trabajadorxs de la Palabra nos unió el espanto, ante la desesperación de un momento político, cultural, muy complicado. Mientras nosotras hablamos el dólar se va a las nubes, el papel está atado al precio del dólar, cada vez es más difícil publicar y nosotros queremos que se nos lea. Pero no sólo eso, también rebelarnos contra ese vaciamiento de cultura y de palabra que está habiendo en esta coyuntura que estamos viviendo.

Es inquietante… Y más que vaciar de sentido, me parece que se está construyendo sentido para el otro lado: la cuestión de la meritocracia, por ejemplo, la de la pobreza romántica, o pobreza digna, no podemos avalar eso.

-Si, completamente. Yo creo que si hay algo que se nota y que nos  va a sacar de esta crisis profunda que estamos viviendo es que volvimos a salir a la calle. Yo hacía mucho que no militaba y ahora me siento empujada a hacerlo. Primero con el feminismo, pero a partir de ahí todo lo que empezó a desencadenarse nos llevó a un lugar de comunicación entre pares, de encontrar la fuerza en la unión. Pero por supuesto que hay competencia, como en todos lados, que también los escritores podemos ser jodidos, pero algo se rompió de esa competencia en este último tiempo, estamos apoyándonos, algo pasó. Se generó un vínculo nuevo.

Ante esta nueva coyuntura… esta intención de deconstruir, de repensar… ¿Cómo se escribe, cómo contamos lo que nos está pasando con estas estructuras tan instaladas que no es que no quisiéramos, es que nos cuesta muchísimo derribar: lo tenemos tan incorporado que nos duele, nos parece ridículo o extraño todo lo que pase por fuera de ese discurso hegemónico?

-Cómo se escribe… no sé. Es una buena pregunta… pero no sé. Creo que ahora lo voy a tomar como desafío y voy a encontrar un nuevo lenguaje (risas). Pero sí sé que hay una voz nueva que tenemos que incorporar.

 

@trianakossmann