Se dice que Max Perkins, el mítico editor neoyorquino, fue el verdadero responsable de la trascendencia de la obra del discolo Thomas Wolfe. Él lo descubrió y forzó los textos del autor de El ángel que nos mira hasta que se hicieron publicables. Perkins manejó también en algún período la obra de Scott Fitzgerald y Hemingway, pero su influencia en estos escritores no quedó tan clara.

Hay quienes afirman que detrás de todo gran escritor hay un editor. Y no son pocos que sopesan la influencia de Carmen Balcells en la obra de Gabriel García Márquez. Sin embargo el caso más paradigmático es  la relación entre el gran cuentista Raymond Carver y de su primer editor Gordon Lish.

Lish, cuentan, fue el hacedor del “estilo Carver”. Al parecer no fue el autor de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? quien inventó el realismo sucio sino que el estilo surgió de la manera radical en que Lish cercenó los cuentos hasta convertirlos en ese páramo textual que asoma en De qué hablamos cuando hablamos de amor. Carver había sido alumno de John Gardner, otro gran narrador, pero se encontró con la siguiente disyuntiva: Gardner le recomendaba usar 15 palabras donde él usaba 25. Lish redobló la apuesta y lo instó a usar 5 en lugar de 15. Así se perfiló ese estilo seco, despojado, otoñal.

El italiano Alessandro Baricco (brillante autor de Seda, entre otros) encontró en la biblioteca universitaria de Bloomintong los primeros manuscritos de Carver, donados por Gordon Lish. Baricco rastreó múltiples violaciones al texto original. Así en la escena original de “Diles a las mujeres que salimos”, Carver se toma seis páginas para describir una violación y un arrepentimiento; Lish –en la versión que conocemos– la dejó reducida a cuatro o cinco líneas; un párrafo que deja a los lectores espantados, literalmente.

El asesinato final sucede sin estridencias, como el resto de la historia pálida de dos amigos, Bill y Jerry. De lejos, Bill ve lo que sucede con las chicas y su amigo: “Pero todo empezó y acabó con una piedra. Jerry utilizó la misma piedra con las dos chicas: primero con la que se llamaba Sharon y luego con la que se suponía que le tocaría a Bill”. ¡Fin!

Se dice que Carver estaba más inclinado a ciertos sentimentalismos y su verborragia pretendía hacer más humanas las situaciones; pero Lish odiaba esos recursos, y su magnífica tijera construyó (o destruyó) una de las obras más personales de la literatura norteamericana.

¿Hubiera triunfado Carver sin Lish? Es difícil saberlo. ¿Era Carver un autor de enorme talento? Sin duda. ¿Y el editor Lish? También.

*Nerio Tello  es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.