A mediados de los 90, el director Peter Greenaway sorprendió, como tantas veces, con su film The Pillow Book, o sea, el libro de la almohada. Mucho se dijo acerca de ese título y en general se acertó en su referencia al Japón, aunque no se entendió el cabal sentido.

Cuentan los japoneses, que tienen mucho para contar por cierto, que hace unos mil años,  una dama de la corte de la Emperatriz Sadako/Teshi de nombre Sei Shonagon, desarrolló un ¿genero? literario muy particular. Escribió tantas páginas que las apiló literalmente hasta convertirlas en almohada, pero esto es anecdótico. Los textos que creó la prolífica Sei, recibieron el nombre de zuihitsu y su texto más célebre se llama, precisamente, “El libro de la almohada”, que aquí publicó Adriana Hidalgo (2004). Dicen que el zuihitsu desafía una definición o categorización precisa y quizá eso lo ha liberado de las manos de escritores audaces y solo se lo reconoce como un concepto literario.

En Japón describen el estilo como “el roce del viento”, ya que no reside tanto en la apropiación racional del texto sino en el movimiento que genera en la mente (el referido “viento”). Se trata de textos, en cualquier formato, que refieren al mundo personal del autor, pero saltando de un tema a otro como se suceden las sensaciones o los recuerdos en la mente de cada uno. Es, suponemos, la forma en que se dan los recuerdos, o las ensoñaciones, donde se cruzan caprichosamente, reflexiones, enojos, sueños, ocurrencias y palabras poéticas.

En el zuihitsu no hay un eje sino textos en verso o prosa, de acuerdo a la necesidad de expresión del autor. Dicen que en su esencia este “estilo” demuestra, en pocas palabras, cómo la forma cambia el contenido. El texto no es sino un baile donde los pensamientos se mueven como nubes, aunque adentro un volcán espere.