No permitas que mi sangre se derrame –última novela del marplatense Juan Carrá, editada por Reservoir Books- es una historia intensa, de esas que te sumergen en un mundo oscuro y sucio. Verdaderamente negro.

Un universo donde “delito” es un concepto en cuestión porque es un mundo en el que las reglas son otras. Reglas impuestas en universos bien delimitados con personajes organizados a partir de jerarquías sociales que se ganan de acuerdo con normas claramente establecidas.

La geografía en la que se desarrolla la historia está planteada en el eje villa-cárcel. Dos modos de encierro que incluyen, como cajas chinas, encierros cada vez más profundos. La villa Jerusalén y la cárcel 66 son los términos de una rima asonante que organiza los movimientos de los personajes y los va cercando, limitando, hasta llevarlos al punto predestinado. O, para decirlo borgianamente, “a esta ruinosa tarde me llevaba/ el laberinto múltiple de pasos/que mis días tejieron desde un día/de la niñez”. La historia se organiza, entonces hacia el encuentro final de los dos protagonistas, Jorge y Lucio, tal como se anuncia desde las primeras líneas.

Pero además de los pasillos de las villas y los pabellones de la cárcel hay otro territorio fundamental para el desarrollo del relato: el de los cuerpos. Los cuerpos son campos donde se ejercen fuerzas exteriores de alto poder simbólico: la tortura, las golpizas pero también el tatuaje. Todas esas son formas de decir algo, de trasmitir mensajes que, en última instancia, se reducen a uno: este hombre, esta mujer me pertenece a mí o a mi grupo.

La última instancia de la intervención sobre el cuerpo –propio, ajeno- es la escena del payé –ritual popular asociado al culto de San la Muerte-, una de las más impresionantes de una novela en la que abundan los golpes de efecto.

Finalmente –last but not least- la novela de Carrá es básicamente una “novela del habla”. Es una novela que suena, porque la trascripción del registro oral es una de las grandes virtudes de su escritura, al punto tal que podría decirse que el lenguaje es un personaje más. Es obvio que toda novela se construye con el lenguaje, pero No permitas que mi sangre se derrame avanza sobre el territorio lingüístico que organiza la geografía de la marginalidad en la que se mueven los personajes: territorios, cuerpos y lenguaje son, entonces, los elementos que componen la santísima trinidad de la novela. Una trinidad rasgada, violada, cortada, correlato de una realidad en la que se reza para que no se derrame la sangre propia, para que el que caiga sea el otro, para que el daño desvíe su curso. A sabiendas que siempre hay un tiro al final. Un tiro que sale y da en el blanco.

@gabyurruti

*Gabriela Urrutibehety es escritora, periodista y profesora. Autora de Con la muerte a cuestasLa banda de los seguros: discreta geografía criminal y Tres tipos ¿difíciles? Sigue el blog Diario de lector.