Mientras se multiplican en todo el mundo las ventas de obras como La peste, de Albert Camus, o El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, y se lanza por primera vez en la Argentina el libro Diario del año de la peste, de Daniel Defoe -que el autor de Robinson Crusoe escribió en 1722- escritores y críticos analizan las razones por las cuales los consumos lectores se inclinan hacia obras que remiten al contexto de pandemia y aislamiento, acaso disparados por lo que el editor Nicolás Moguilevsky define “como una necesidad de entender, de aliviar el sufrimiento y de sentir la contención de alguien que atravesó las mismas circunstancias”.

“Diario del año de la peste”, de Daniel Defoe.

La pandemia y el encierro pusieron a girar de nuevo el sentido de la paradoja del huevo y la gallina, al menos en cuanto a la literatura de virus y enfermedades: ¿qué fue primero, el interés de los lectores por volver sobre libros como La peste y La montaña mágica y encontrar en ellos alguna respuesta o correlato de la realidad, o el interés de la industria editorial y del entretenimiento por volver a poner en circulación de forma oportuna textos cuyas tramas y metáforas giran en torno a encierros y confinamientos?

Haya sido una el origen o no de la otra, en diarios, páginas web, foros y redes sociales se repite la letanía del aumento en las ventas de títulos como los de Camus y Thomas Mann, a los que puede sumarse el renovado interés por otras obras que abordan el tema del contagio y el miedo a la enfermedad, desde la tragedia Edipo Rey de Sófocles a la novela La danza de la muerte de Stephen King, pasando por textos como La máscara de la muerte roja de Edgar Allan Poe, El último hombre de Mary Shelley, La peste escarlata de Jack London o la obra teatral Las moscas, de Jean-Paul Sartre.

En busca de explicaciones

En todo caso, más allá de los picos de ventas circunstanciales de estas obras, y de lo poco fiables que pueden ser algunas de estas informaciones, no deja de ser interesante que sea la literatura, y no el cine o la televisión, la disciplina a la que muchos artículos se refieren como el lugar donde las audiencias irían en busca de explicaciones.

¿Tiene alguna lógica o explicación que frente a eventos desestabilizadores de la realidad como la guerra, la elección de gobiernos totalitarios o la pandemia del Covid-19 se señale a la literatura especulativa como renovada fuente de sentido? El escritor y editor Gonzalo Garcés cree que sí, “porque en su origen toda literatura es sapiencial y toda lectura, un intento de mejorar tu situación mediante ese saber”.

“Edipo Rey”, de Sófocles.

“La idea del arte por el arte (o del “trabajo sobre el lenguaje”) es muy reciente. En su origen, que es religioso, la literatura son plegarias, advertencias y ofrendas, es decir, una guía para negociar con todo lo que escapa a tu control”, explica el escritor.

¿Cómo funcionaría en el lector ese ritual? Garcés señala que “quien ofrece la grasa de un buey para Atenea y quien lee a Orwell para aprender a lidiar con un estado totalitario realizan, en esencia, la misma operación. Ese propósito atávico de la literatura resurge en tiempos de pánico, pero cabe pensar que nunca desaparece. ¿Sirve? Creo que sí. No como sirve un libro de instrucciones, pero sí para elaborar el nuevo relato colectivo que nos impone la realidad”.

El editor Nicolás Moguilevsky reeditará en breve por el sello Mansalva el Diario del año de la pest” escrito por Daniel Defoe en 1722, a partir de su relectura del texto mientras vivía los primeros días del confinamiento obligatorio.

“El tono periodístico pero comprometido con los hechos que tiene relato, la información descarnada y sus imágenes extremas son esclarecedores, pero lo es aún más la demostración de cómo pueden transformarse los comportamientos humanos ante un hecho inesperado, como efectivamente está ocurriendo ahora”, narra el editor.

Y agrega: “A medida que se avanza en la lectura puede advertirse esa extrañeza que se genera en nosotros cuando sentimos que a través de las épocas las cosas son las mismas una y otra vez, como un eterno retorno que va y viene entre el pasado y la situación actual. Confinamientos, escasez de alimentos, encierros obligados, fosas comunes y tantas otras semejanzas…”.

Con respecto al interés que puede despertar la literatura como una suerte de brújula en tiempos de oscuridad y paranoia, Moguilevsky supone que tiene que ver con una necesidad de comprender y de sentirse acompañados en la desgracia: “esos factores imprevistos que hacen que la realidad se quiebre, descubriendo ese otro lado oscuro de angustia y desesperación general (como cuando se rompe un espejo que solo reflejaba lo que queríamos ver), es algo que al mismo tiempo fascina y asusta, generando interés y atracción. Creo que es una necesidad de entender, de aliviar el sufrimiento y de sentir la contención de alguien que atravesó las mismas circunstancias”.

Válvula de escape

“1984” de Orwell.

La lectura exige un nivel de concentración distinto al que suele demandar el cine o la televisión. Ante un libro que cautiva el mundo circundante se borra por completo, las horas transcurren como en un tiempo líquido y el mecanismo de desciframiento de signos dispara asociaciones e ideas. La literatura puede entretener, y también distraer, con un efecto más duradero que el de la pantalla, y tal vez este sea otro factor determinante a la hora de preferir a los libros como válvula de escape de una realidad que asfixia.

Aunque, como especula el docente e investigador en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires Pablo Dreizik, quizá haya incluso otros motivos menos nobles o conscientes: “Tal vez el interés creciente por las antiguas ucronías o las más actuales distopías en la literatura no responda tanto como esperaríamos a un talante critico sobre el riesgo de posibles devenires autoritarios en que podría concluir la pandemia actual, sino a un peligroso ansia de orden por parte del público o los lectores”.

“Habría que pensar -concluye- si al comprar novelas como Un mundo feliz, 1984 o incluso ‘arenheit 451 lo que el público esté buscando en verdad no sea una sociedad más abierta y libre sino una más cerrada, que acote y restrinja sus angustias”, concluyó.