La lógica de los jurados del Premio Nobel suele dejar perplejo a más de uno. Al parecer el propio Bob Dylan, flamante galardonado, no sale de su asombro; o al menos, no sale de la cueva donde está refugiado, como ha sido su costumbre. Como Shakespeare, parece decir. “El resto es silencio” y los suecos lo buscan en cuanta agenda ajada haya dejado una señal el glorioso autor de A hard rain’s a gonna fall (Dura lluvia va a caer), una tremenda canción que desde 1963 rompe los corazones: “Vi a un recién nacido rodeado de lobos salvajes / Vi una autopista de diamantes que nadie usaba / Vi una rama negra goteando sangre fresca / Vi una habitación llena de hombres cuyos martillos sangraban…”

Por famoso o por ignorado, por secreto o por comercial, los premio nobel de literatura suelen sufrir del flagelo de la envida, del desconocimiento y de la desorientación. En 1964 el escritor, filósofo y dramaturgo Jean Paul Sartre fue tocado por la varita pero él se hizo a un costado. No quería ser glorificado y rechazó el lauro.

Antes, y por otras razones, el ruso Boris Pasternak (autor de una gran novela por la que se hizo famoso, Doctor Zhivago y de decenas de libros de poesía) resignó el premio por presión del régimen soviético.

Se podría decir que el más famoso premio tuvo y tiene su costado polémico. Y así como grandes escritores fueron saludados por la justicia popular, hubo otros casos que llamaron la atención. Sucede que cada premiado deja afuera a muchos candidatos, y cuando de merecer se trata, las pasiones nos traicionan. Bob Dylan postergó a Philip Roth, y a Paul Auster, por decir solo dos nombres. Ojalá no se cumpla la profecía anunciada de la tradición sueca: negarles el premio, como se lo negó a Borges.

Curiosamente, el no premiado Borges es y será un autor de influencia mundial y no pasa lo mismo con Gao Xingjian. Este escritor chino que ganó el premio en el 2000 tiene en su haber tres obras de teatro (desconocidas aquí) y una novela que no tiene las mejores referencias: El libro de un hombre solo. Pero era un ferviente y ¿oportuno? opositor al régimen chino.

Y si bien el premio goza de la fama de reconocer a disidentes, eso se desmintió en 1938 cuando se lo otorgó a Pearl S. Buck, una escritora comercial y olvidable; en la pulseada, se dice, le ganó a Virginia Woolf, que ya había publicado La señora Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando: una biografía (1928), Las olas (1931), y su largo ensayo Una habitación propia (1929) y nunca fue galardonada.

Tampoco lucieron el frac sueco Julio Cortázar, Marcel Proust ni Vladimir Nabokov. Antes no hubo espacio para Federico García Lorca, Marcel Proust ni James Joyce. Y el propio Frank Kafka debe haber ignorado la importancia del esquivo lauro. Ni el poeta Paul Valéry, ni Emile Zola ni el ruso Liev Tolstói escribieron discursos de agradecimiento.

Coincidiendo con el anuncio del premio a Dylan, moría en Italia Darío Fo. Activista político, escenógrafo, pintor, director de teatro y enorme actor que caminó el mundo con una obra inconformista e iconoclasta. Si bien tiene muchos y jugosos textos, Fo era conocido como actor, por eso también sorprendió su premiación. Aquí en la Argentina se representó Muerte accidental de un anarquista. Era tan popular y tan admirado que, supongo, su reconocimiento no generó mayor resistencia, aunque por cierto su obra escrita no tuvo la trascendencia que uno hubiera imaginado.

Cuando todavía resuenan las reacciones al ¿discutido? premio a Dylan, ya se apagaron los ecos del premio a Alice Munro, una escritora sensible, prolífica y algo previsible. Y pocos se acuerdan que el año 2014 ganó el francés Patrick Modiano, un escrito secreto y poco abordado.

La Academia sueca reconoció a Dylan por haber creado “nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”. Es que en verdad muchos creyeron que Dylan era un letrista y era un poeta soplando en el viento.

Nerio Tello
Periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.