Desde hace dos siglos, las llamadas “novelas de aprendizaje”, o “de formación”, fueron y son, el vehículo ideal para introducir a los jóvenes en la literatura.  Desde la aparición con Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1795), la novela paradigmática del romanticismo alemán, J. W. Goethe inauguró el género hoy clásico en el que muchos grandes escritores hicieron sus incursiones.

Este formato retrata, básicamente, la transición de la niñez a la vida adulta. Los alemanes le llaman también novela “de educación”, porque registraba él traumático pasaje de la edad del “pavo” a la edad de la razón, en términos sartreanos.

Tanto en Los años de aprendizaje… –como, por ejemplo, en El adolescente (1875), de Fedor Dostoievski, el texto recorre la evolución y el desarrollo físico, moral, psicológico y social de un personaje, generalmente empezando en su infancia o adolescencia.  Este derrotero diferencia tres etapas: la del aprendizaje de juventud; los años de peregrinación; y, por último, el perfeccionamiento o aprendizaje propiamente dicho. Muchas veces está graficado en un viaje.

En Demian (1919), de Hermman Hesse, el protagonista Emil Sinclair, un niño que ha pasado toda su vida en un “mundo de ensueño”, conoce a un enigmático camarada, Max Demian, que lo lleva a transitar el camino del autoconocimiento y deja atrás los paradigmas materialistas que lo acosaban.

Podrían consignarse algunos ejemplos anteriores como El lazarillo de Tormes (1554), donde el protagonista, Lázaro, “aprende” a defenderse en la vida tras sufrir el abuso de los amos a los que sirve. O, Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders , conocida simplemente como Moll Flanders (1722) de Daniel Defoe, el padre de Robinson Crusoe. Esa novela narra la historia de una muchacha hija de una prostituta que construye su propio calvario y ya adulta regresa a su tierra, arrepentida de tantos pecados. Personajes un tanto marginales, no tienen la impronta del tránsito hacia el aprendizaje “adulto”.

Quizás lo que más se acerca al modelo sea Tom Jones (1748), de Henry Fielding. Novela de tradición popular cuenta la historia de un niño abandonado y las peripecias de su juventud para descubrir su verdadera identidad. El protagonista encarna las contradicciones de una época en un fresco muy ajustado a la situación social en la Inglaterra rural y urbana durante la revolución jacobina de 1745.

Hay estudiosos que señalan que En busca del tiempo perdido (1913) de Marcel Proust, también está dentro del género, ya que narra el proceso autoconciencia del protagonista.  En el mismo sentido se podría sumar la vigorosa prosa de James Joyce en su ya clásico Retrato del artista adolescente (1916).

Sin consignar otros muchos ejemplos excelentes, la novela de iniciación en el siglo XX tomó aspectos “negativos”. Carta breve para un largo adiós (1972), del controvertido austríaco Peter Handke, no es tanto un viaje como “un descenso”.  La mítica El guardián entre el centeno (en otros tiempos traducida como El cazador oculto (1951),  de J. D. Salinger, de cuestionada lectura obligatoria en las escuelas de Estados Unidos, es el libro más leído de ese país. El protagonista Holden Caulfield narra en primera persona su derrotero por Nueva York después de ser expulsado del colegio. Rechaza a todos y, al mismo tiempo, se siente rechazado. Se lanza a vivir experiencias que no comprende ni le interesan. Todo es irracional, casi caprichoso. Su alienación lo conduce a un centro psiquiátrico desde donde cuenta su historia.

La condición de “aprendizaje” quedó cuestionada cuando el 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman, de 25 años, esperó afuera del hotel la salida de John Lennon. Se le acercó y le disparo cuatro veces. Luego Chapman se apoyó en la pared, sacó un libro y leyó mientras llegaba la policía. Tenía en sus manos El guardián entre el centeno.

Nerio Tello  es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.