“Ah.. . eso me encanta  -dice y al mismo tiempo se ríe -. Me encanta perturbar, tanto a mis personajes como a mis lectores. Es una de las cosas por las que me fascina escribir”.

Mariano Quirós habla con el mismo tono con el que escribe: deja fluir las palabras de manera calma y reflexiva, creando un clima de confianza, casi de cercanía, que luego hará jugar a su favor cuando quiera introducir elementos disruptivos o inquietantes.

Mariano Quirós

Ese ambiente, entre fascinante y perturbador, que caracterizó a su novela Una casa junto al tragadero –Premio Tusquets de Novela 2017- vuelve a hacerse presente en la decena de relatos que componen Campo del Cielo –Colección Andanzas, Tusquets Editores-, libro en el que el autor chaqueño (actualmente radicado en CABA) pone a “malvivir” a una serie de personajes en un pueblo ficticio ubicado en la zona limítrofe entre Chaco y Santiago del Estero.

Sobre ese nuevo libro, así como sobre su fascinación por el oficio de escribir y sobre el interés que su escritura genera entre sus lectores, hablará en una distendida conversación telefónica mantenida con Revista Leemos, mientras se traslada de un lugar a otro de la intensa Buenos Aires:

-Los relatos de Campo del Cielo se desarrollan en un pueblo ficticio pero ubicado en una zona real, donde alguna vez se produjo una lluvia de meteoritos. ¿Qué te atrajo de ese contexto?

-Efectivamente, hace unos cuatro mil años se produjo en la zona limítrofe entre Chaco y Santiago del Estero lo que se llamó una lluvia de meteoritos. Se trata de un territorio hostil y violento marcado por ese fenómeno, digamos, natural. Y es que hoy en ese espacio mal conviven el relato científico con el indígena, el turístico e incluso el marginal. Es como que está dado el clima para ser abordado desde cualquier punto de vista y de cualquier género. Yo simplemente me aproveché de eso. Lo único que tenía que hacer era poner a malvivir ahí a una serie de personajes. Y como para eso necesitaba un pueblo, me lo fundé.

-En tus textos uno tiene la sensación de que te aferrás al territorio como una forma de mantenerte conectado con lo real, mientras que para todo lo demás te dejás llevar por la imaginación…

-Si, es tal cual. Es una de las cosas que me atraen y me divierten de la escritura, incluso me hacen más llevadero el trabajo de escribir. Encontré ese yeite, si querés decirle, de estar situado en un territorio pero con la cabeza, el pulso o el lenguaje en un espacio muy distinto. Lo que surge de esa combinación es lo que me atrae y creo que también atrae a mis lectores y lectoras.

-Los personajes a los que ponés a “malvivir” ahí, por usar tus palabras, no siempre son del lugar ni tienen sus consumos culturales. Para esa combinación, ¿te ayudó el hecho de haber crecido en Resistencia, una ciudad con algunas características similares a Mar del Plata, y luego haberte mudado a CABA?

-Sí, es verdad, Mar del Plata y Resistencia tienen cierto parecido. Son ciudades relativamente grandes que están en una especie de limbo entre la gran urbe pero que todavía tienen un aire provinciano. Eso te permite otro aire, otra entonación y otro ritmo. Pero a su vez nosotros, aun viviendo en esas ciudades, tenemos acceso a consumos culturales propios de la gran urbe pero también a aquellos que tienen que ver con nuestra propia idiosincracia. Me parece que ahí hay un cruce interesante. Tal parece que hay cierta novedad u originalidad sobre lo que uno hace.

-Y a los personajes, ¿cómo les vas encontrando la voz? ¿Te basás en gente con la que te vas cruzando?

-Un poco sí. Pero también pasa que yo leo mucho y al leer también tenés la posibilidad de tomar o absorber otras maneras de concebir las cosas, el entorno y el contexto. Entonces cuando pensás a un determinado personaje que tiene que afrontar un paisaje que por ahí es muy opuesto a aquel en que se desenvuelve naturalmente, ya estás generando un hecho literario interesante.

-Jugás con esos personajes cambiándoles el escenario…

-Claro. Es como poner a una persona de carácter urbano, por decirlo de una manera más o menos vulgar, en un contexto casi rural: ahí ya se provoca una especie de alteración o desplazamiento que de algún modo genera una historia, genera que pase algo. De ahí surge una voz, un acontecimiento, un hecho. Algo que rompe con lo cotidiano. Algo que tiene que ver con lo que básicamente implica la literatura.

-¿Sentís que hay lecturas diferentes según de dónde sea la persona que te lee?

-Si. Totalmente. Hay muchas diferencias entre cómo lee un porteño a cómo lee un chaqueño. El chaqueño, por ejemplo, pretende identificarse más con el paisaje, como si lo que yo hubiese hecho  fuese un intento de descripción fiel. Algunos tienen, incluso, el impulso de corregir algunas cosas o ciertos datos. Eso también es interesante. Después está la lectura de la gente porteña, por ejemplo, que tienen una mirada bastante candorosa e ingenua hacia el interior. Entonces encontrarse con que yo no escribo desde un lugar ingenuo sino más bien retorcido, creo que les perturba, para seguir hablando en los términos que veníamos usando.

-¿Y a vos qué te provoca generar esa perturbación?

-Ah… me encanta (risas). Me encanta perturbar tanto a mis personajes como a mis lectores. Primero me encanta que me lean, me comenten, que me discutan. Me divierte mucho. Disfruto mucho de las devoluciones, incluso de las críticas. Sobre todo me divierte cuando un lector o una lectora tienen el impulso de corregirme ciertos datos o cuando me dicen que algún punto no debería haber sido como yo lo puse. Me encanta.

Y así, sumido en esa fascinación que le produce el punto de encuentro entre la realidad y la fantasía, Mariano Quirós se despide de Revista Leemos y continúa mirando Buenos Aires con sus ojos de extranjero, de hombre en busca de nuevas historias que contar, para seguir disfrutando de la literatura.

@limayameztoy