La amistad de Martín Fierro con Cruz ha generado un sinnúmero de monografías y especulaciones. Jorge Luis Borges se inmiscuyó en el pasado del “amigo” de Fierro en “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”,  donde le inventa nombres y hasta fecha de nacimiento y muerte.

En esa biografía apócrifa, Cruz es un hombre de acción con su propio derrotero de muertes y persecución. Es admitido como solado raso, y luego como sargento de la policía. Pero, como dice Borges, el destino, que lo arrincona, depende “de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. Encargado de atrapar a un acusado de dos muertes se enfrenta con un luchador feroz que despierta su admiración; entonces cambia de bando y sale en defensa del reo, Martín Fierro. Luego, ambos huyen al desierto.

Borges tenía una suerte de admiración y rechazo por el gran poema nacional. Criticó que el arquetipo nacional sea un gaucho perseguido; a lo que suma que el paradigma de la amistad se cimenta en el encuentro entre un “delincuente” y un gaucho “desobediente” a la ley. En un ensayo posterior comenta: “Su decisión (la de Cruz) se debe a que en estas tierras el individuo nunca se sintió identificado con el Estado”. También se ocupó de Fierro en “El Fin”, donde narra el desafío con el famoso negro.

“El Martín Fierro es un libro muy bien escrito y muy mal leído. Leopoldo Lugones lo propuso como arquetipo. Ahora padecemos las consecuencias”, ironizó.

Estas transcripciones, montajes y revisiones de José Hernández, entusiasmaron también a Oscar Fariña. En El guacho Martín Fierro (2011) aparece insertado en el siglo XXI, con los mismos problemas y otros actores. También es conocida una versión de El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (2007) de Pablo Katchadjián (el que engordó “El Aleph” y sufrió la censura de la viuda), pero la que más me llamó la atención es la versión de Martín Kohan. En “El amor” (incluido en Cuerpo a tierra, 2015) narra la llegada de Cruz y Fierro a las tolderías. No es el Cruz de Hernández, sino el de Borges. En esta continuación, con prosa precisa y económica, describe la sorpresa, las precauciones y las decisiones de ambos hombres. A la noche, duermen en un toldo que le facilitaron los indios. Allí “Se dieron un beso de hombres. ¿Y de qué otra clase se iban a dar, si al fin de cuentas hombres son? Se besaron en la boca, entreverando las barbas, ayudando a la apretura de los labios con una mano apoyada en la nuca del otro, una mano que muda decía: vení para acá. Se besaron, sí, en la llanura.”

Suerte para que Kohan que Lugones (que lo había calificado como “el libro nacional de los argentinos”) se haya suicidado en 1938. Ricardo Rojas, que lo ensalzó como el héroe nacional, tampoco llegó a leer las travesuras del joven escritor. Leopoldo Marechal, en Simbolismos del «Martín Fierro», buscó claves alegóricas del poema, pero nada que ver con el Fierro homoerótico de Kohan.

 

@neriotello

*Nerio Tello  es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.