Década del  ‘50. En pleno barrio porteño de Palermo, Ofelia Fernández Mollé es la típica jovencita de la época: formal, educada, tímidamente feminista pero ante todo respetuosa de los códigos familiares y morales de la época. Sin embargo, todo ese andamiaje se viene abajo una tarde, cuando descubre que a pesar de amar a Juan Carlos, con quién está a punto de casarse, también se ha enamorado de Manuel, casualmente el novio de su hermana menor, Delfina.

Sacheri aceptó hablar con Revista Leemos sobre el enorme desafío que significó ponerse en la piel de Ofelia y escribir Lo mucho que te amé, un día antes de su presentación en la 15 Feria del Libro “Mar del Plata, Puerto de Lectura”.

La charla, telefónica, comenzó con la habitual distancia que se entabla entre un entrevistado y una  entrevistadora que no se conocen. Sin embargo, con el correr de los minutos, se convirtió en una charla amena sobre temas como la exclusividad del amor de pareja, los dilemas éticos y morales que marcan cada época, la importancia de las experiencias personales a la hora de escribir y hasta sobre si la novela toca o no el debate en torno al aborto. Comenzamos, como era previsible, hablando sobre Ofelia:

-Ya contaste en otras entrevistas que empezaste a escribir Lo mucho que te amé en tercera persona y que en determinado momento sentiste que ya conocías lo suficiente a Ofelia como para pasarte a la primera. Hace unos días estuvo participando de la Feria de Mar del Plata Liliana Heker, quien dijo que quién escribe tiene necesariamente que proyectarse en sus personajes desde algún lugar propio, porque de otra manera suena forzado. Siendo  que el libro no resulta forzado , ¿desde qué lugar conectaste con Ofelia?- comencé preguntando.

Eduardo se toma un tiempo para reflexionar y luego contesta:

-Mirá… yo creo que los dilemas morales que le atribuyo a Ofelia son los de cualquier ser humano enfrentado a cualquier gran tema de su vida. Creo que todas las  persona s vivimos haciendo equilibrio entre nuestros deseos y los valores en los que fuimos educados. Me parece que en cualquier gran asunto de nuestra vida esto se pone en juego. En el fondo, creo que todas las personas enfrentamos esta cuestión de la ley como límite a nuestro deseo en todos los ámbitos: el de los afectos, la conyugalidad, el manejo dinero,  el trabajo y hasta las reglas de tránsito. El trabajo de la escritura es acomodar o circunscribir esos conflictos y esos equilibrios al asunto puntual que estás tratando en el libro.

-En  ese marco, parecería que las tensiones a las que se enfrenta una mujer son las  mismas que las de un hombre. Sin  embargo, vos no elegiste ponerte en la piel de Manuel sino en la de Ofelia y entiendo que en esa decisión pesó la cuestión de género, es decir las mayores sanciones sociales que pesan sobre una mujer que un  hombre cuando transgrede ciertas normas sociales.

-Claro. Indudablemente el género y la época le dan a esos conflictos una tonalidad particular. A mí me pareció que eran más ricas las tensiones en torno a Ofelia precisamente porque en esa época la vigilancia moral de la sociedad era mucho más estricta con las chicas que con los flacos. Si hoy en día, con un montón de modificaciones, avances y mejores equilibrios, todavía sigue siendo así, imaginemos hace 50 o 60 años. Entonces, si bien la vida de Manuel también se ve afectada, me pareció que en la de Ofelia la incidencia era aún mayor por esta cuestión de la distancia entre el deber y el deseo y el peligro de ser descubierta y ser vilipendiada por su entorno familiar y social.

-Esa empatía con la situación de Ofelia, esa capacidad de comprenderla,  ¿te puede haber venido de haber convivido con numerosas mujeres desde tu infancia?

-Al momento de ubicar la época de mis personajes creo que me serví mucho del mundo femenino en  el que me crié, cuyo foco estaba en mi madre y mi tía pero del que también participaban mi abuela, mis hermanas  y mis primas. Pero esto no solo influyó en esta novela. Me doy cuenta que mi sensibilidad, como la de la mayoría de las personas, viene marcada por lo que escuché, presencié y viví en mi niñez, que estuvo marcada por ellas. Además, en este caso tenía la ventaja adicional de sus modos de decir, de enfrentar determinadas situaciones que eran particularmente provechosas para mi personaje.

-Para definir cómo construiste el personaje de Ofelia solés hablar de una metamorfosis. ¿Disfrutaste de ese proceso o lo padeciste?

-Creo que en cualquier novela, mientras la escribís, hay una primera etapa muy frustrante en en la cual uno está medio empantanado por el desconocimiento que tiene de sus protagonistas. Al menos en mi caso, yo en general tengo más una historia que unas personas. A las personas a las que les sucede esa historia,  las voy conociendo a medida que avanzo en la escritura y que me voy relacionando con ellas y es entonces cuando se va volviendo más placentero.  Lo voy sintiendo más auténtico.  La  verdad es que esa posibilidad que te da la escritura de ser otras personas es un juego muy placentero. Es como ver la vida desde otros sitios que no son el tuyo.  Por supuesto que es mera mente una sensación, porque es una ficción y es gente que está creada en tu cabeza nada más, pero lo vas sintiendo cada vez más natural y cada vez más esas personas van siendo más sólidas en lo etéreo de tu propia creación.

-¿El salto de género supuso un escollo mayor en este caso?

-En realidad la metamorfosis te puede pasar con un viejo, o un chico, o una chica joven. Creo, con  todo respeto, que la construcción de Ofelia tuvo el mismo riesgo de salir mal que otros casos. Claro que cuando empecé a probar la primera persona  tenía el interés adicional de que fuera verosímil. Pero puedo darte un ejemplo por la contraria: en una novela anterior “Ser feliz era esto”, la protagonista también era una chica de 14 años. Ahí también hice pruebas de primera a tercera persona, pero lo que me pasaba en esa situación era que yo quería darle una profundidad conceptual a lo que Sofía iba pensando. A medida que escribía iba sintiendo que el lenguaje de alguien de 14 años, hasta el lenguaje conceptual íntimo, no es tan elaborado como el que yo tenía ganas de escribir en la novela, entonces ahí renuncié a la primera persona. Pero no porque no me gustara, sino porque entendí que si tenía 14 años no iba a usar ese vocabulario interno.

-Para esta novela hiciste un trabajo de reconstrucción de época muy importante en todos los planos, en lo político y lo social, por ejemplo, pero también en los consumos culturales de esa época. ¿Te pareció importante reflejarlos?

-Son  cosas que siempre me andan dando vueltas. Y ahí vuelve la cuestión de en qué familia te criaste. En un capítulo puse que estaban viendo Cantando bajo la lluvia  porque tenía ganas de que fuera como esa doble historia: que vieran la película y que Manuel se sirviera de ese film para hablarle a ella  en el oído. Para eso tuve que verla completa y fue todo un placer. Descubrí que era mucho más romántica de lo que yo recordaba y que es una linda metáfora del cine en sí; es como una metapelícula. Y además me di cuenta de que los tres bailan como los dioses (se ríe).

-Hay un  personaje de Lo mucho que te amé que me parece sumamente interesante y en el que (creo) te apoyaste mucho. Es el de Mabel. Es un personaje muy desarrollado y muy complejo.  ¿Lo trabajaste especialmente?

-Sí, comparto. Yo buqué construir un conjunto de hermanas que no tienen una actitud de vanguardia o de ruptura en relación  al momento en que ellas viven. Ahora, así como tenés hermanas que cuadran muy bien con su tiempo y no parecen vivirlo con conflicto, como Rosa y Delfina, y Ofelia se las ve en figurillas para vivir sin romper (porque Ofelia no quiere romper nada) el personaje de Mabel, para mi, es el personaje que está fuera del sistema, que en un punto se rompió a su pesar. Mabel carga con la desgracia de no haber encajado en el modelo que se esperaba para ella y que probablemente ella también esperaba. Entonces,  su mirada es desde la periferia del exilio emocional. Por eso siento que es un personaje que está a  la  intemperie.

-Además hay algo ahí que queda irresuelto. No terminamos de conocer su historia y eso deja abiertas muchas  posibilidades. Sobrevuela un  poco el tema del aborto…

-No sé, ¿te parece?… (Risas).

-En mi cabeza lo completé así…

-Ahí está. A mí me gustó jugar con eso. Fijate que Ofelia es la que piensa y la que narra y en ella también hay pudor, hasta para pensar en su hermana. Ella dice ‘de Mabel  hablamos y pensamos  con pudor’.  Me pareció bien que Ofelia respetara ese pudor y que en todo caso quien lea la novela complete la historia como quiera. O como sienta que está bien completar.

-En gran parte porque estás hablando de un tema del que no se hablaba, que no se ponía en palabras…

-Ya estipulando, porque yo tampoco estoy seguro de qué pasó (vuelve a reírse), creo que donde hay una familia como esa, el cuerpo de la mujer es un tabú. Y eventualmente profanado (dicho esto entre  comillas, porque  estamos hablando siempre de cierta manera de ver el mundo) es un territorio de mujeres. Fijate que el padre tampoco participa. El hombre se retira.

-Vos decís que los del libro no son personajes de vanguardia pero bien podría leerse la historia de Ofelia y de Manuel como la antesala del poliamor. Porque Ofelia y Manuel reconocen que aman a dos personas…

-Si, aman. Pero tienen un mambo descomunal por amar. No lo viven con naturalidad.

-Pero se lo permiten…

-Pero fíjate que hay un  capítulo en el que Ofelia se plantea la posibilidad de que su marido tenga una historia en la oficina y se pone verde. Ella misma se toma un momento para decir ‘pará, no puedo ser tan h… de p…. A mí me pasa hace años ésto con este tipo y sin embargo esto me pone verde igual’. Y lo digo porque a mí una de las cosas con las que me gustó jugar fue con la tensión que nos genera la no exclusividad en el amor de pareja o como lo queramos llamar. Todavía nos gusta la exclusividad. No sé qué pasará en el futuro o qué tendencias serán mayoritarias, a lo mejor dentro de unos pocos años nadie tiene esos dilemas que tiene Ofelia, pero me parece  que no lo viven desde la naturalidad del poliamor, viven todo el tiempo como si estuvieran haciendo daño.

-También hay una evolución en la manera de vivir ese sentimiento.

-Sí, me interesó reflejar cómo Ofelia va explorando los márgenes de su libertad. Ella va cambiando. No es la misma mujer a los 22, cuando Mabel le dice ‘se te nota que te gusta Manuel’  que a los 36. Todos somos distintas personas a medida que el tiempo pasa. Me gustó mostrar qué va pasando con el ejercicio de la libertad de Ofelia y su sentimiento de culpa en esos 14 años.

-¿Siempre supiste hasta dónde ibas a contar o te costó poner un cierre?

-En algún momento pensé en contarlo desde la ancianidad de Ofelia y después decidí que no, que quería plantearlo como si hubiéramos caído en paracaídas en 1952, en esta casa de Palermo, y en 1966 nos fuimos. 

-Dejás en manos de los lectores decidir qué pasó después.

-Si, de alguna manera es un guiño a los lectores.  Decirles: “sigan en la dirección en que sea, con lo ya sucedido o lo que aún no pasó”. O quién te dice que si le va bien al libro lo sigo y hago la saga (risas)

-¿Hay alguna posibilidad de que haya un “Lo mucho que te amé 2”?

-No… No me tientes.

Más risas. Y con esto damos por cerrada (al manos esta parte) de la charla.

@limayameztoy