Apenas terminé de leer La ladrona de libros envié el mismo mensaje a varias de amigas lectoras. “Un libro bellísimo -les dije-. Conmovedor hasta las lágrimas. La que quiera leerlo, no tiene más que pedírmelo”.

A los pocos días una de ellas aceptó mi oferta. Mi sorpresa fue enorme cuando, al volver a vernos, intentó devolvérmelo. “Lo empecé varias veces y no logré pasar de la tercera página” argumentó.

Entonces recordé: en realidad, a mi me había pasado lo mismo. Cuando me lo regalaron, yo estaba sumergida en una maratón lectora de autores suecos pero el nombre siempre me habia atraído por lo que decidí darle una oportunidad.

La novela no solo comenzó a cobrar coherencia sino también humanidad y hasta poesía

Pero las primeras páginas me costaron muchísimo: no lograba seguirle el ritmo a esa muerte sarcástica y poética al mismo tiempo, que viajaba por el mundo tratando de pescar almas y colores y que lo relataba de forma desprolija, a veces inconexa, sin precisar dónde ni cuándo pasaba lo que estaba contando.

Ya estaba a punto de suspender la lectura y refugiarme en la prosa prolija y segura de Camilla Läckberg cuando conocí a Liesel. Y entonces la novela no solo comenzó a cobrar coherencia sino también humanidad y hasta poesía. Entendí que ahí había una buena historia, una historia diferente, y que valía la pena hacer el esfuerzo de leerla.

La mirada de Markus Zusak

Y no me equivoqué.  Porque con La ladrona de libros Markus Zusak no solo logra algo que parecía improbable, como es abordar el tema del holocausto desde una mirada diferente (la del pueblo alemán no nazi) sino también nos invita a reflexionar sobre la vida, la muerte, la literatura.

Para ello apeló a las memorias de sus padres en Alemania y Austria durante la Segunda Guerra Mundial y a sus propios recuerdos de la niñez para crear a Liesel Mamminger, una niña alemana de nueve años que es dada en adopción por su madre durante los años de la preguerra.

Marcada por el abandono y traumada por haber sido testigo de la muerte de su hermano pequeño, Liesel será adoptada por Hans y Rosa Hubermann, un matrimonio obrero e incluso algo inculto pero profundamente humano que no simpatiza con el partido nazi pero está obligado a sobrevivir en la empobrecida Himmeltrasse.

Personajes entrañables

Ayudada por su padre adoptivo, el inolvidable hombre del bandoneón y los ojos de plata, Liesel no solo aprenderá a leer sino que descubrirá su vocación de ladrona de libros y hasta de escritora, un oficio al que es empujada por Max, el joven judío que la familia Hubermann esconde en su sótano.

Todos personajes tan humanos como queribles. Pero sin duda el que quedará grabado para siempre en la memoria de los lectores de Zusak será Rudy Steiner, el niño del cabello color de limón, ojos azules y huesos que hablan de hambre, el mejor amigo de Liesel, su cómplice, su enamorado, su eterno mendigador de besos.

La imagen del pequeño Rudy con la cara teñida de carbón para parecerse a Jessie Owen, arrojándose al río helado para ayudar a su amiga o pidiéndole una y mil veces a Liesel un beso me vino automáticamente a la memoria cuando mi amiga intentó devolverme el libro. “Tenele paciencia -le dije entonces- Te aseguro que no te vas a arrepentir”.

Un par de días después la llamé pero no me atendió. Al ratito me mandó un mensaje por whatsapp: “No puedo dejar de sonreír y llorar al mismo tiempo”.

Tuve la certeza de que finalmente lo había terminado.