Sergio Olguín acaba de publicar la novela titulada 1982, con la que se corre momentáneamente de la serie policial que viene desarrollando con su protagonista estrella, la periodista Verónica Rosenthal. Editado por Alfaguara, este nuevo libro marca un camino diagonal que el autor traza en el vasto campo que constituyen las historias ambientadas en los años de la dictadura, y lo hace contando una historia de amor excepcional, en el sentido más literal del término.

Se sitúa en el año de la guerra y comienza exactamente el día del desembarco argentino en las Islas Malvinas, estentóreo preludio al fin de la dictadura y uno de los capítulos más caros de nuestra Historia, así, la que se suele escribir con mayúscula. Desde el primer apartado – “Respiración Artificial”-, desarrolla un espacio cavernoso donde quien lee palpa esa desolación que trepa, junto con la literatura.

El autor construye una atmósfera casi detenida, donde cada personaje parece mantener todas sus percepciones y opiniones a raya, donde hablar implica exponerse a las fauces de un acecho invisible pero voraz. En este clima duro, Olguín nos habla de Pedro, un muchacho de 19 años que eligió estudiar Letras aun siendo un espécimen masculino de una familia de larga tradición militar, con un padre que, desde la primera página, se erige como héroe en el barro de la patria.

Pedro se enamora de la esposa de su padre, Fátima. Eso no pasaría de una típica crisis de adolescencia tardía si no fuera porque ella, que es una mujer joven y atractiva, responde con la misma entrega y el mismo temor que él a ese sentimiento que les crece entre medio de la guerra, los discursos encendidos, las poses familiares y la penumbra de la intimidad.

Pero además, en el plano de lo social, la problemática que sacude a Pedro es la inversa a la que aqueja a la mayoría en esa época: su retraimiento responde a la pertenencia a una familia militar, porque el ámbito en el que se mueve no es de los que lo considerarían un mérito.

Desde la óptica de cada uno de ellos, Olguín habla de un momento histórico sin exagerar elementos que fuerzan el contexto y la trama. No precisa acentuar modismos o usos, particularidades y detalles que subrayen el período en el que suceden los hechos. El escenario, el estado de cosas, constituye el mismo devenir de la historia.

Finalmente, y como principio, el autor pone en la tapa de este libro un título que no requiere artificios gramaticales para activar la vibración,  casi imperceptible, de una memoria, de un costado de la memoria. Sin embargo, alrededor de ese título escribe una historia de amor, traumático y contenido, es cierto, pero cómo es si no el amor literario.

La resolución es ruda. Pero se mantiene a tiro con la potencia que requiere esta empresa de construir una relación excepcional, lo dicho, y que sólo puede seguir el movimiento continuo entre el dolor y el asombro que la guerra imprime en la vida de una patria ajada.