Esta novela de John Green llegó a casa de la mano de mi hija Agustina mucho antes de que Hollywood la convirtiera en una de las películas más taquilleras de los últimos tiempos.

Por entonces, era un libro que circulaba de hogar en hogar impulsado por fervorosas recomendaciones de lectores deseosos e incluso necesitados de compartir con alguien esa mezcla de angustia, felicidad y reflexión que el libro les había transmitido.

A Agustina, por ejemplo, se lo había recomendado una amiga de la playa, a quien se lo había regalado una compañera del colegio, quien a su vez lo había tomado prestado de la biblioteca de su hermana.

Esta historia es igual que la vida, pero bien contada

Agus quiso continuar la cadena conmigo. Apenas lo terminó y con los ojos todavía enrojecidos, me buscó y me dijo: “Tomá, leelo. Vas a ver que te va a encantar”. Mi respuesta fue automática: “No, gracias”.

No lo podía creer. “Pero ¿por qué no?, si vos leés de todo -insistía-. ¿Por qué justo este no?”. Esquivé la respuesta todo lo que pude hasta que decidí decirle la verdad:

-Porque desde que soy madre no soporto ver, leer o escuchar historias en las que hay niños que sufren. No puedo evitar pensar que los que están sufriendo son vos o Tomás y no lo tolero. Simplemente no puedo.

Contrario a lo que yo creía, su respuesta no se hizo esperar:

-Es verdad que hay chicos enfermos de cáncer. Algunos incluso se mueren. Pero también disfrutan de estar vivos. Y uno se ríe con ellos, reflexiona con ellos, ama con ellos. Son personajes que te va a encantar conocer, por más que después sufras por lo que les pasa. Esta historia es igual que la vida, pero bien contada. Hacelo por mi, leelo. Y después me contás.

¿Cómo negarse? Al día siguiente lo empecé a leer. Apenas una página después, ya había olvidado que lo estaba leyendo por Agustina. Porque como tantas personas en todo el mundo (desde su aparición en 2012 lleva vendidos más de 7 millones de ejemplares) Hazel y Augustus me conquistaron irremediablemente: me reí con ellos, lloré con ellos, paseé de su mano por Holanda y hasta los acompañé a tirar huevos contra el auto de la odiosa de Mónica.

La vida es exactamente eso que relata el libro: Ese hermoso empecinamiento que compartimos todos los seres humanos por amar y ser amados

Por supuesto, me emocioné hasta lo más profundo con su fugaz pero épica historia de amor, como diría Hazel. Y también me hicieron llorar. A mares. Con mocos e hipidos, como hacía tiempo que no lloraba.

Pero principalmente, me hicieron darle la razón a mi hija: la vida es exactamente eso que relata el libro. Ese hermoso empecinamiento que compartimos todos los seres humanos por amar y ser amados, aun cuando sabemos que la muerte nos espera a la vuelta de la esquina.

Apenas lo terminé, busqué pasárselo a una amiga. Como era previsible, se negó (“no tengo ganas de llorar” dijo) y yo la obligué a llevárselo. A los pocos días recibí un correo que empezaba diciendo “aunque me negué expresamente, acabo de terminar de leer Bajo la misma estrella”. Tras reflexionar sobre “una buena historia contada como la historia se merece” y otros detalles del libro, cerraba con un “gracias por insistir para que la lea”.

Si siguiéramos inversamente la cadena, yo debería agradecerle a Agustina por su insistencia y ella a su amiga de la playa, quien a su vez agradecería a su amiga de la escuela. Así seguiríamos hasta terminar en esos anónimos jovencitos y jovencitas en los que se inspiró John Green y que, inmortalizados en las páginas de un libro inolvidable, nos recuerdan de qué se trata esto de estar vivos.