La última novela de Ian McEwan se llama Cáscara de nuez (Anagrama) y trae una noticia vieja y una nueva. Es una reelaboración de Hamlet y está narrada desde la perspectiva de un Hamlet aún no nacido, aún en el vientre de su madre.

Nuestro pequeño príncipe nonato narra la manera en que (Ger)Truddy y su tío Claude traman la muerte de su padre John en una vieja mansión familiar que se desmorona y en la que todo huele mal, muy mal. Incluso en el más literal de los sentidos porque está llena de basura. Como el espacio del feto en su último mes de gestación, todo se achica en esta cáscara de nuez. Dinamarca se ha reducido a los límites de la casa –que ha sido tasada en 8 millones de libras y vale bastante más que mil misas- y los personajes se reducen a los mencionados más una supuesta amante paterna.  También se achica la visión del narrador para contar lo que está sucediendo afuera, exterior al que accede a través de diálogos, el audio de la tele y los podcast que escucha Truddy.

Ya su antecesor había proclamado que “podría estar encerrado en una cáscara de nuez, y me sentiría rey del espacio infinito, si no fuera que tengo malos sueños” y es así como se narra esta novela. Una estructura magnífica, con un narrador que reconstruye la historia que sucede vientre afuera pero que a la vez analiza la poesía inglesa contemporánea, la moral del mundo que lo espera o la calidad de los vinos que su madre ingiere y los que no. Desde la estrecha frontera con lo fantástico desde la que se organiza el relato, la construcción del narrador-feto está demostrando la maestría de McEwan en la originalidad del planteo y la verosimilitud de una voz que puede llevar al lector hacia el suspenso de un thriller –qué va a pasar con estos asesinos- o a los detenidos pasajes de análisis y reflexión.

Con la elección de este narrador McEwan corre un riesgo fuerte, el de terminar en una voz monótona y limitada. Cómo oír desde el cuerpo de Truddy y ser más que ella, incluso más sabio que su madre. El autor británico puede sortear los obstáculos gracias al sentido del humor y a una construcción delirante de un feto superinformado, exquisito e inteligente con lo que termina por proclamarse rey del espacio infinito de la literatura.

Malos sueños incluidos.

*Gabriela Urrutibehety es escritora, periodista y profesora. Autora de Con la muerte a cuestasLa banda de los seguros: discreta geografía criminal y Tres tipos ¿difíciles? Sigue el blog Diario de lector