Ya desde el título, la novela de Mariana Travacio (Editorial Metalúcida) que acaba de obtener una mención en los Premios Nacionales de literatura tiene una ambigüedad que, una vez comenzada la lectura, se va a instalar como regla en el resto del libro. La frase “Como si existiese el perdón” resonará en quien lee durante el trayecto hacia el final del libro oscilando entre la afirmación tajante de que la comparación es posible y la ironía amarga que predispone al cinismo del que sostiene la imposibilidad de perdonar. La misma frase cerrará la novela y allí buscará adquirir un sentido cierto, pero hasta llegar allí el o la lectora se verá envuelta en una historia que se desenvuelve a fuerza de mojones en el camino. Esto es, capítulos como pequeñas escenas que organizan el relato y que permiten reconstruir una historia más sugerida que dicha.

¿Qué historia? La segunda ambigüedad es la del espacio-tiempo. Un ambiente rural, vagamente nacional, en un tiempo no marcado en que se anda a caballo y las casas son ranchos de adobe. Una riña, una muerte, una escapada y un regreso que sabe a venganza antigua. Un protagonista huérfano, un padre adoptivo parco y un entorno en que se habla poco y se actúa sin mayores dilaciones. Una derivación de la gauchesca que hace recordar a “Aballay”, el cuento de Antonio Di Benedetto que Fernando Spiner hizo película.

La parquedad de los personajes es la parquedad de la novela: capítulos brevísimos y una extensión que asoma a nouvelle. Así, la historia se condensa y la intriga obliga a avanzar en la lectura como el protagonista y los hombres que lo acompañan avanzan en el camino de la venganza.  Por esa decisión, la escritura entonces tiene mucho de sentencia y de la poesía concreta que suele ser propia del lenguaje de la tradición rural: “quería volver con ganas, como si el nudo que tenía en el estómago se  transformara en viento y me soplara por dentro”, dice por ahí Manoel, el narrador.

Como si existiese el perdón, entonces, se abre como sugerencia y como sugerencia se desarrolla. Sin dejar desamparado al lector pero haciéndolo partícipe de la voz de un narrador que habla como su comunidad: poco y concreto, para no gastar las palabras. Como si no hiciera falta decir más.

@gabyurruti

*Gabriela Urrutibehety es escritora, periodista y profesora. Autora de Con la muerte a cuestasLa banda de los seguros: discreta geografía criminal y Tres tipos ¿difíciles? Sigue el blog Diario de lector.