Anoche terminé de leer “El circuito escalera”, de Javier Daulte, y lo primero que pensé hoy, al despertarme, fue que debía escribir sobre lo leído.

Debía hacerlo rápido, sin demora, con la conciencia de que el libro había dejado una huella en mi interior pero que esa huella no era eterna sino efímera, como las de las pisadas en la arena de esas playas a las que Daulte alude en el inicio de su novela. De ahí mi urgencia por fotografiar la mediante palabras, de tomarle el molde antes de que el viento, el mar u otras pisadas/libros la borraran.

Y hablo de una huella frágil porque en realidad el libro de Daulte habla de todo y de nada al mismo tiempo. A lo largo de 442 páginas los hechos dramáticos se entremeclan con hechos simples, anécdóticos o pasajeros sin que, aparentemente, unos prevalezcan sobre otros.

Como si la vida no fuera otra cosa que ese “circuito escalera” al que alude el título: ese que permite que una luz pueda ser encendida de manera indistinta desde arriba o debajo de la escalera de cualquier vivienda. “Se puede estar en la realidad –dice Daulte- hasta que el otro la apaga y entonces la realidad desaparece”.

En cuanto a la historia en sí, puede decirse que Daulte decidió jugar con sus lectores permitiéndoles espiar en la vida de diferentes personajes típicos de la clase media/alta argentina, muchos de ellos ligados con la farándula vernácula, a la que el dramaturgo conoce de cerca.

Su intención de convencer a sus lectores de que por más loco que parezca lo que está contando podría suceder en la vida real es tan clara que hasta se permite mezclar sus personajes ficticios con otros reales, como Gloria Carrá, Adrián Suar, María Onetto o Darío Grandinetti.

Para armar su historia el escritor/dramaturgo irá describiendo, a modo de novela coral, las vivencias de cinco o seis personas ligadas entre sí por relaciones familiares, profesionales o personales.

Aunque todos tienen un peso propio en la novela, hay dos que sin duda acaparan la atención: Walter, un director de teatro y televisión exitoso, de aproximadamente 40 años –especie de alter ego del propio Daulte-, con más dudas que certezas sobre su profesión, sus afectos y la vida en general. Y su hijo Martín, quien pasará de adolescente a joven adulto con dudas similares a las de su padre, aunque canalizadas de manera diferente.

Como el director de teatro que es en esencia, Daulte irá haciendo que esos personajes atraviesen momentos claves en la vida de todo ser humano -como cumpleaños, casamientos, divorcios, enfermedades o muertes-, entremezclados con hechos no tan frecuentes, como pueden ser conflictos policiales, judiciales, violaciones y hasta asesinatos.

Y mientras esos hechos se suceden, la vida –y la novela- continúan.

Hasta que alguien apaga la luz.

O se llega al punto final del libro.