A tiempos oscuros, novelas luminosas. Algo como eso dice –aunque tal vez no haya leído a Mario Levrero- Olivier Bourdeaut, el autor de Esperando a Mr Bojangles, una novela que ha sido un éxito en Francia y ha resultado como un exorcismo para el propio Bourdeaut.
“Necesitaba algo de luz, una ración de optimismo”, dice el autor en una entrevista publicada en El País sobre las circunstancias en que escribió Esperando a Mr Bojangles.
La novela, si se quiere, narra una historia triste: el fin de una época feliz. Pero esa época es feliz de manera absolutamente luminosa. Incandescentemente feliz.
Es la historia de un matrimonio y su hijo pequeño, una familia muy particular. Un padre que solía repetir: “¡soy un idiota feliz!”, que sabía contar historias como nadie y que llamaba a su mujer cada día con un nombre diferente. El eje en torno al que gira la vida –y la narración- de la familia es la madre, alguien que, según su marido “tuteaba a las estrellas” aunque trataba de usted a todo el mundo, incluyendo su marido y su hijo.
La vida de estos tres seres que conviven con una grulla llamada Doña Superflua a la que adornan con perlas y tienen como amigo a un senador al que apodan el Crápula, es un permanente delirio. Un delirio tintineante, cuyo símbolo más claro es el baile al son de la canción Mr Bojangles de Nina Simone. Las fiestas, las vacaciones permanentes, el rechazo a la escuela como agente educador, todo eso, da el tono del relato.
La historia está contada por la voz del hijo, que intercala fragmentos del diario que el padre fue escribiendo desde que se retiró de un negocio favorecido por su relación con el Crápula con el dinero suficiente como para comprarse un castillo en España y dejar de trabajar.
Georges, el padre, escribe sobre su mujer: “Su trayectoria era clara, tenía mil direcciones, millones de horizontes, mi papel consistía en hacer que la intendencia la siguiera a su ritmo, en proporcionarle los medios para vivir su locura sin preocuparse de nada más.” Así construyen la vida, girando con la música de Nina Simone de fondo, en torno a este ser excepcional que es la madre de nombre fluctuante.
La familia es una familia de narradores que entienden la narración como modo de vivir. Ficciones, relatos, cuentos e historias delirantes construyen el mundo de estos personajes que giran como planetas alumbrados por el sol de bellas mentiras, espléndidas mentiras que dan sentido a la vida.
Sin embargo, el delirio feliz pronto deja lugar al lado oscuro de la locura. Y la novela se desliza hacia ese territorio de dolor, sin que el tono cambie del todo. El relato del hijo se hace más austero, más contenido pero no derrapa al sentimentalismo ni al morbo.
En eso, recuerda un poco a otra pequeña novela de otro autor francés, Philippe Claudel, que se llama La nieta del señor Linh. Aquí también hay un gran dolor y una gran resistencia: una forma de salir de la más terrible de las oscuridades a través de una luz que se construye. Otra pequeña historia de una pequeña familia –un abuelo que huye de la guerra con su nieta- y que en una forma narrativa breve, trae algo de paz y reposo. Francesas las dos novelas, traen un aire narrativo fresco, brillante, reconfortante. Sin negar lo oscuro, llegar a vislumbrar una breve luminosidad, chiquita pero suficiente para seguir.