Fue necesario un cambio de paradigma para que una jovencita humilde que no había estudiado los contenidos de Geografía de segundo año del secundario se convenciera de que sabía, y mucho, sobre la materia. En un aula de una escuela rural de la periferia de Mar del Plata, sacó a relucir conocimientos, saberes preexistentes, observaciones cotidianas y se permitió abonar con ritmo un relato que terminó viralizándose en las redes sociales. Sin esa profe de Geografía, que se bajó del estrado en el que suelen pararse algunos docentes, aquel episodio jamás hubiera ocurrido.

El hecho fue muy difundido, pero es útil actualizarlo. Entre otras cosas, porque resultó la semilla para que Frutillas germinara. El primer libro de Lucía Gorricho, la profesora mencionada, nació a partir de que publicara en su blog personal el examen con el que una estudiante de 14 años, integrante de la comunidad boliviana que habita en las cercanías de la ruta 226, aprobó la materia y promocionó, a pesar de no haber estudiado porque “no tenía libro ni carpeta”.

Titulado “Dijo que no sabía nada”, el texto que apareció en el blog de Lucía sorprendió: la nena revela condiciones de trabajo abusivas en el frutillar en el que emplean a su familia, trabajo de niños y niñas, trabajo de embarazadas, producción realizada con agrotóxicos, discriminación entre bolivianos y argentinos, trabajo extenuante, aprovechamiento en torno a donaciones, racismo

Lectores y lectoras quedaron boquiabiertos. Con un estilo mesurado, la nena revela detalles minuciosos, fruto de un gran poder de observación. Las audiencias globales que más tarde accedieron al texto también se sorprendieron. En poco más de una semana, su blog llegó a tener doscientas mil visualizaciones, mientras que el examen se compartió en treinta y cinco mil muros de la red social Facebook, según contó la autora. Además, periodistas nacionales, de Bolivia y de otros países la consultaron sobre el episodio. No siempre se entendió el cambio de abordaje que puso en marcha la docente, que es egresada de la Universidad Nacional de Mar del Plata y atesora doce años de experiencia en las aulas.

Podría haberse quedado con la anécdota, con sus cinco segundos de fama en los medios nacionales. Pero no. A Lucía, quien también es militante feminista, los temas de la escuela y el trabajo, los dos grandes ejes que desentraña el examen de la estudiante, la atraviesan de lado a lado. Organización escolar, organización laboral: dos hilos que se enhebran inteligentemente para coser un sistema capitalista que hace agua por todos lados y que provoca una distancia kilométrica entre sus habitantes –nosotros- y “el buen vivir”, tal como la autora llama a ese bienestar que nos es arrebatado en el feroz devenir cotidiano.

Frutillas es un libro sensible, desafiante, valiente, porque expone con una sencillez extraordinaria cómo las escuelas terminan siendo el laboratorio del capitalismo enfermante. Lucía lo prueba, lo  expone: si el mundo del trabajo se transformó en un antro de competencia desmedida, deshumanizada, alienante… entonces miremos a las escuelas, para transformarlas primero en espacios en los que sea posible pensar las cosas de manera diferente. Cambiar la escuela para cambiar después la matriz que nos domina.

Lo estremecedor del libro es que demuestra que a la escuela actual poco le importa que sus escolarizados comprendan contenidos, accedan al conocimiento, aporten ideas o las discutan. El sistema escolar parece estar hecho únicamente para disciplinar y producir obreros y obreras mansos y mansas, en el mejor de los casos.

“Las escuelas son espacios que tienen la pretensión de insertar a la juventud en el mundo del trabajo bajo lógicas capitalistas de producción. Por ese motivo se ejercita una forma de educar en donde se alienta a competir entre pares, obedecer órdenes y reglamentaciones, cumplir estrictos horarios y memorizar datos”, escribe la docente. Y, con vehemencia, defiende: “para mí  no se trata de ‘incluir en el sistema’, sino que se me hace necesario ‘cambiar el sistema’”.

Y sigue: “Hay al menos dos sistemas vigentes que son obsoletos para resolver las necesidades populares y que a pesar de las falencias obvias que tienen siguen operando como si no hubiera alternativas posibles a la hora de aprender y producir”. Más tarde remata: “Creo que sigo siendo capaz de alimentar la esperanza de todas las personas que saben que estos modelos llegaron un límite ético y que es urgente y necesario crear nuevas prácticas laborales y educativas”.

Mediante ejemplos concretos y experiencias áulicas, la profesora propone desmontar la ideología dominante que emerge también en las escuelas. Evita el lugar de docente dadora de luz y conocimiento y saberes a un ser, el alumno, carente de ellos. Y tal como hizo con la jovencita de 14 años, empodera a los y las estudiantes en un paradigma colectivo, que busque soluciones grupales, entrelazadas a valores comunitarios.  No es casual que Frutillas comience con un agradecimiento “a mis estudiantes”. “Quiero decirles que pude escribir Frutillas por todo lo que me enseñaron en estos años en los que me tocó compartir las aulas o talleres”, es lo primero que aparece.

Experiencias exitosas de educación popular, la opción por la permacultura y su visión holística, modelos de pensamientos renovadores en materia educativa –tales como el de Paulo Freire, Jacques Rancière e Iván Illich-, ejemplos de valoración del trabajo infantil a través de los NAT’S (organización latinoamericana de menores que trabajan) y un capítulo dedicado a la Geografía y a cómo se producen las frutillas en la región pampeana completan este excelente libro, que la autora pretende que siga burbujeando en la cabeza de quien lo lee.

Frutillas es para mi un libro vivo: hay más material para agregar, hay muchas otras formas de decir, hay millones de datos y estadísticas que se podrían incorporar, pero para serles sincera, espero que ese trabajo lo hagan ustedes, de la misma manera en que lo hicieron cuando leyeron, opinaron y compartieron en sus muros el texto de mi blog”, pide Lucía.

Manos a la obra; las páginas de Frutillas llevan a la acción. El mundo conocido se resquebraja y ya es hora de proponer sabias alternativas.

Paola Galano

@paolagalano