El poeta Julián Axat estará este lunes en la ciudad para presentar su nuevo libro, Cuando las gasolineras sean ruinas románticas, que editó Prueba de Galera. Será en el marco de un conversatorio sobre poesía y justicia que se realizará a las 20.30 en Dickens Pub, ubicado en Diagonal Pueyrredon 3017 de Mar del Plata.
Además de poeta, Axat es abogado y trabaja en la Dirección General de Acceso a la Justicia del Ministerio Público Fiscal, una dependencia que busca promover espacios de accesibilidad al sistema judicial entre los sectores de mayor vulnerabilidad social.

Motivado por la poesía, su búsqueda y su propia trayectoria personal -es hijo de Rodolfo Jorge Axat y Ana Inés Della Croce, desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar-, Axat integró el proyecto Detectives Salvajes, que proponía recuperar la voz de poetas desaparecidos por el accionar del terrorismo de estado; y también desarrolló diferentes talleres de poesía en espacios de encierro con chicos y chicas, al tiempo que logró condensar esas experiencias en algunos de sus libros.
Antes de su llegada a Mar del Plata, el poeta y abogado adelantó a Revista Leemos algunas de las temáticas que seguramente se abordarán este lunes en el conversatorio, y brindó varias definiciones respecto de su percepción sobre la relación entre la poesía y la justicia, la poesía denominada social y el impacto que esta genera en las y los jóvenes en contextos de encierro, entre otros temas.
-¿Cómo te llevás con esa caracterización de tu obra como “poesía social”?
-El concepto de poesía social está relacionado con la poesía comprometida de los 60/70 y con una serie de autores argentinos como Raúl González Tuñón, Francisco Urondo, Roberto Santoro, quienes construyeron una forma de la voz; También en esa tradición está Juan Gelman aunque puede ser pensado desde otras categorías más complejas. “Social” es, en el fondo, toda Poesía, aun cuando no tenga elementos políticos expresos. Yo prefiero pensar una categoría más vinculada a la poesía universal, como la marca de Walt Whitman, que es la de “Poesía civil”: el poeta atravesado por el espacio público, el poeta ciudadano, que interpela al Estado y también a su gente. Yo me siento heredero de esa tradición social y civil, pero también del surrealismo o los poetas peronistas. Categorías hay muchas, la poesía como testimonio y canto del momento-lugar es lo que importa. Una huella en el mundo.

-Trabajaste en talleres con chicos y chicas en conflicto con la ley. Según tu experiencia, ¿qué dirías que significa la poesía en estos ámbitos donde conviven tantas vulnerabilidades?
-Sí, durante un tiempo fui defensor de menores y me relacioné con institutos de encierro y el mundo de la llamada “minoridad”. Allí desarrollé experiencias con jóvenes utilizando a la literatura como mecanismo de expresión y sobrevivencia: talleres literarios en el encierro, un registro de defensas de tipo poético frente al sistema judicial (que después fue el libro Musulman y Biopoética, 20013). Me parece que la poesía funciona como respirador artificial para estos mundos de abandono, pero también como buen disparador para la escucha y el diálogo. Mi experiencia es que ayuda a expresar a vidas que vienen arrasadas por un círculo de violencias (la institucional sobre todo). Cuando los pibes con lo que trabajaba hacían un click con un texto o con el hallazgo de ciertas palabras, ya no volvían a ser los mismos. Querían contar, decir, escribir cartas a sus familiares, hablar con el juez que ordenó su detención, reencontrarse con situaciones pasadas desde otro lugar. Quizás hay nuevas generaciones de jóvenes que necesitan encontrar un lugar de la expresión que hoy no tienen, o son lugares de negación y solipsismo. Hay veces que el conflicto con la legalidad viene de esta imposibilidad. Los jóvenes son protagonistas del mundo en la medida que encuentran un canal para ampliar su voz. Si no lo tienen, comienza un declive que se nota demasiado, y esto en todas las capas sociales. Son generaciones arrasadas. La pobreza estructural y el hambre son condicionantes terribles para las juventudes de nuestro país, y hoy eso excede a la poesía, aunque no debería serle indiferente tampoco. Pues, también se presenta como un problema de los poetas.
-Dijiste en algún reportaje que Cuando las gasolineras sean ruinas románticas habla de la derrota y de la esperanza. Vos, además de poeta sos parte del sistema judicial. ¿Cómo dirías que aparece representada la derrota de cierta percepción del mundo y de nuestra historia en ese ámbito, en ese tipo de discurso?

–Las gasolineras… es un libro que busca desde la poesía revisar el pasado desde el futuro. Trabaja sobre el escenario de la derrota en las palabras y la necesidad de refundar y reinventar lo perdido. La imagen de las estaciones de servicio abandonadas en el medio de la ruta como escenario pos-apocalíptico, es una metáfora de catástrofe a reconstruir. El deseo nace de la destrucción como el ave fénix, la poesía también. Renacer es volver a reconstruir el tejido social desde bien abajo, después de un error de la política que nos llevó a las ruinas. La esperanza de un país más justo, solidario y soberano está en la raíz del libro, que como te decía al principio, no deja de ser poesía civil. En lo que respecta al sistema de justicia, siempre me vinculé desde lugares de ayuda a los más necesitados, en defensorías de pobres o creando el programa ATAJO que permite llevar las fiscalías federales a los barrios no para reprimir, sino para prevenir y canalizar denuncias. El lenguaje del derecho obtura bastante, pero siempre uno encuentra texturas para que lo jurídico sea más poético. Hay un libro clásico que se llama Justicia Poética, de la americana Martha Nussbaum que analiza cómo la poesía ha influido invisiblemente en los cambios de imaginarios de la jurisprudencia y doctrina inglesa, pues ese es mi libro de cabecera.
-¿Cuáles te parece que son las herramientas que nos proporciona socialmente la poesía para construir esa esperanza de la que hablás? ¿y la justicia? ¿tenemos una “justicia argentina” que pueda ser parte de esa reconstrucción?
-La herramienta de fondo de todo poeta es siempre la palabra y el silencio. Es un hueco de profundo vacío donde el hombre tiene la posibilidad de generar cambios con las palabras o llenar el mundo de dolor y estupidez. Por ahora gana lo segundo y los poetas pierden. La palabra debe ser justa, precisa, amorosa, transformadora, alegre, soñadora. Solo de ese modo el hueco del silencio permite sobrevivir al hombre en el mundo, para no quedar atrapado en un hueco de dolor, agobio y habladurías. La justicia está tensionada, como el arco y la lira, por esos mismos principios. La deuda con la justicia de nuestro país es construir un poder judicial para proteger a los más vulnerables y controlar el abuso de los poderosos. Para eso hay que democratizar las instituciones judiciales y sus prácticas, y así volver a lograr que la gente tenga confianza en el sistema. No hay justicia sin confianza. No hay justicia sin palabras que generan confianza. No hay justicia sin un poco de poesía.
@trianakossmann