Soy buscadora serial de recomendaciones literarias. Al punto de parar por la calle a una persona que no veo hace meses (y que, para ser sincera, conozco realmente muy poco pero que aprecio como lectora) para preguntarle qué me recomienda leer de tal o cual autor.

Hace unos días tengo el nombre y la historia de Washington Cucurto en la cabeza. Mi interlocutor, entre sorprendido y apurado me explica: “podés empezar por una novela que tiene una mina con una ametralladora en la tapa, no me acuerdo el nombre”.

Siguiente parada: la librería. Se trata de La culpa es de Francia, editado por emecé, que leo en una tarde, digamos, intensa.

Washington Cucurto es el seudónimo de Santiago Vega, fundador de la editorial Eloísa Cartonera y autor de libros de poesía como Zelarayán, La máquina de hacer paraguayitos o Veinte pungas contra un pasajero, y novelas como Sexibondi, Hasta quitarle Panamá a los yanquis o El curandero del amor, desde las cuales aborda una perspectiva sobre diferentes sectores sociales marginales, cruzados por la pobreza entre otros factores de exclusión.

En La culpa es de Francia escribe una novela disparatada, donde todo es exagerado, extremo, enloquecido y desconcertante, donde la acción se vuelve insoportable.

Un tipo, Santiago Chiardelo, escritor, cooperativista, padre de 5 hijos y casado con Sunilda, es convocado por aparentes narcotraficantes para lavar 8 millones de dólares. A partir de allí, en una seguidilla de persecuciones, sexo, gatillo fácil, estafas, sexo incestuoso, mutaciones genéticas, revoluciones, asesinatos, orangutanes, robos y mucho, mucho más sexo, la historia se vuelve frenética.

Esta enloquecida trama me lleva a preguntarme: ¿dista mucho de lo que vemos, por ejemplo, en la abrumadora mayoría de las películas hollywoodenses?, ¿se aleja tanto de lo que implica el concepto de “novela policial”, por ejemplo, o thriller, en el imaginario colectivo? Está bien, asumámoslo, el tema es que está todo junto, todo como un sólo y claro artificio que nos desafía a seguir.

Capítulo tras capítulo, desde el otro lado del libro, las preguntas se siguen amontonando. Y ahora… ¿con qué locura va a salir? La historia puede viajar a alta velocidad sobre la delgada línea –de seguro color rojo- que divide lo verosímil del bolazo. Cucurto escribe un bolazo, sin duda, pero un bolazo literario.

No me refiero con esto a los millones de ejemplos donde la verosimilitud de la historia se apoya en la construcción de un universo probable: ciencia ficción, fantástico, realismo mágico, inclusive. Acá no hay tantas magias (alguna sí): hay delirio. Todo al extremo, todo flagrante, impensado, desconcertante, descolocante… y demás adjetivos en el mismo tono.

Pero, ¡Ojo!: Hay literatura en ese loquero.

Paso una página y vuelven las preguntas. Son muchas. ¿Por qué sigo? ¿A qué me hace jugar el autor? Me pone a prueba, sin dudar. Veo en cada breve capítulo el desafío loco de hacer caminar a las y los lectores por un increíble relato donde encontramos delirantes extremos, sí, pero todos conocidos, especialmente del registro cinematográfico.

Cucurto, como un personaje inamovible de sus propias intervenciones, escribe -como habrá quedado claro pero nunca es suficiente cuando hablamos de esta novela- una oda a la virilidad y el sexo a discreción al punto total de la banalización, donde el personaje principal recibe tantos comentarios elogiosos sobre sus dotes amatorias, por ejemplo, que sólo cierra desde perspectivas de lectura muy específicas.

De hecho, llegar a la última página me significó suponer que La culpa es de Francia puede leerse en dos claves posibles: 1. Como una pieza de humor (Si no nos reímos de los giros impensables de la trama y de los parlamentos extravagantes, no seremos capaces de atravesarla). 2. Como una crítica insoportablemente gráfica, donde el autor lleva al extremo todos los lugares comunes del género policial, más aproximado al lenguaje cinematográfico que al propio de lo literario, y desliza tintes fantásticos igual de estrafalarios.

El libro de la tapa con la mina y la ametralladora es un camino arduo pero posible para aproximarse a la obra de un tipo que es considerado referente de una voz y un momento de la literatura argentina contemporánea y desacralizada. Un militante de su creación, el “realismo atolondrado“.