Terminé de leer Labios del fin del mundo e inmediatamente me puse a pensar en quién sería la primera persona de mi círculo lector a la que se lo prestaría. Decidí empezar por mi hermana. Supe desde la primera página que sería una historia que ella disfrutaría. Y mucho.

Pero lo que no preví es que la trama le fuera a calar tan hondo. A lo largo de mi propia lectura pasé por diferentes estadios emocionales: Me enojé, me puse contenta, me sentí decepcionada y caí en un vacío de desolación, después me sentí esperanzada  y, finalmente, desconcertada.

Ella, por su parte, tardó mucho más que yo en leerlo. Y su modo de hacerme partícipe de ese proceso  lento me pareció mucho más rico que mi propia experiencia. “Están muy flacos, estoy preocupada”, me dijo hace unos días. Después me mandó un mensaje que simplemente decía “Todo hace pensar que el amor solo sirve para alargar la agonía”. Sabía perfectamente que se refería al libro que le había prestado.

Labios del fin del mundo es la primera novela de Federico Aliende, un joven abogado marplatense con una clara formación literaria cortazariana. Aborda la historia de Julián –también joven y abogado- y Ana, su vecina y compañera. Ellos deben atravesar nada más ni nada menos que un apocalipsis. Uno de tantos posibles.

En este caso, se trata de una nube espesa y eterna que se instaló en el cielo tornando todo en penumbras. Los primeros días la electricidad se raciona y las autoridades parecen poder establecer una especie de control, pero pronto avanza una situación de anarquía y desolación que lleva a los protagonistas a pasar por diversas y extremas situaciones propias de lo que, suponemos, puede acarrear el fin del mundo.

A pesar de la constante referencia a la literatura de Julio Cortázar –el propio protagonista de Rayuela, Horacio Oliveira, se le aparece de vez en cuando a Julián- Aliende logra construir su propia voz en una historia que no por explorada deja de resultar convocante.

El último mensaje de mi hermana en relación al libro refiere directamente al final de la novela, por eso no voy a reproducirlo acá. Lo que sí se puede decir es que ella también fue presa de esa sensación contradictoria de gozo y desasosiego que nos dejan algunos libros.