La autora estará en la Feria del Libro Mar del Plata Puerto de Lectura para presentar La trastienda de la escritura. En esta charla con Revista Leemos cuenta sobre su particular visión de la literatura y se experiencia de décadas a cargo de incontables talleres literarios.
La voz que suena en el teléfono después de pocos timbrazos se escucha bien dispuesta. Es firme y clara, tiene un timbre sostenido y tirando a grave. Nos tuteamos inmediatamente, aunque las convenciones sociales indicarían lo contrario.
Del otro lado está Liliana Heker, sin duda una de las autoras más destacadas de la literatura argentina contemporánea. Así lo entendió el jurado del Premio Nacional de Literatura hace poco, cuando decidió otorgarle el reconocimiento en el rubro Cuentos y relatos.
Pero la voz semi-metálica que me devuelve el aparato tiene una característica más que me llama la atención: habla continuamente con la cadencia de quien lee, respeta las pausas que las comas y los puntos tácitos del diálogo imponen, acentúa y entona cuando va llegando al punto final de cada respuesta. Tiene una manera didáctica de contar lo que quiere, lo que piensa y, por sobre todas las cosas, lo que rechaza.
La editorial Alfaguara acaba de editar su libro La trastienda de la escritura, en el que no solamente clarifica su parecer y su experiencia de décadas respecto de cómo se construye la literatura de ficción, sino que también echa mano de numerosos ejemplos de cuentos y autores que es un deleite para amantes de las recomendaciones.
Al principio me enredo en temas triviales, preguntas escasamente formuladas e ideas que quedan flotando sin decirse, pero las respuestas encendidas de mi interlocutora me devuelven al ritmo del diálogo que quiero tener con ella.
Sin lugar a dudas, su amplia experiencia a cargo de incontables talleres literarios –por los cuales pasaron autores que hoy tienen amplio reconocimiento: Samantha Schweblin, Guillermo Martínez, Pablo Ramos, entre tantos otros- es la base fundamental con que cuenta para reencauzarnos. No nos desviemos del eje que es, y será siempre, la literatura.
En La trastienda de la escritura nos acercamos un poco a la dinámica de tus míticos talleres. ¿El debate, o la discusión, tienen un lugar importante en esos espacios?
-Son dos problemas distintos. Siempre me interesó enormemente la polémica y he mantenido polémicas. Hemos sacado durante muchos años, con Abelardo Castillo, El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco, que siempre han sido, no sólo revistas que dieron a conocer a varias generaciones de escritores sino que han dado una posición ideológica en cuanto a lo nacional y lo internacional y, por supuesto, han sido revistas polémicas.
En cambio, el taller no es un lugar de debate, es un lugar de creación; donde los escritores que se están formando escriben sus textos, se discuten, pero no se debaten. Es un lugar donde se trabaja con el proceso creador, en todas las etapas que va recorriendo la escritura de un cuento o de una novela.
¿Es una forma de paliar esa idea de que la escritura es un lugar de mucha soledad?
-No. La escritura es un lugar de mucha soledad. Es exactamente así. El escritor siempre está solo, pero al mismo tiempo, en distintas etapas, necesita la opinión de algunos otros en cuanto a lo que está escribiendo. El acto de escribir es un acto absolutamente solitario, exactamente.
En los talleres, alguien ha escrito un cuento. Lo lee y cada uno de los que participan en el taller da una opinión sobre todo lo que funciona y no funciona en ese texto. En general, yo soy la última persona en opinar, para no influir en los otros, y a partir de ahí se discute todo lo que hay que discutir y el escritor que ha leído se va formando una idea de qué es lo que pasa con su texto y el trabajo que va a realizar para ir mejorándolo y acercándose a aquello que quiere hacer.
En el libro incluís un credo sobre escritura de ficción. Me interesa especialmente el último punto, en el que decís que los credos pueden cambiar…
-Porque cada credo se forma con verdades y mentiras ajenos y externos. Y, a la larga, cada escritor, con esas verdades y con esas mentiras va formando su propio credo. Lo que de alguna manera quiero decir es que nadie debe creer ciegamente en el credo de otro. Simplemente, si ese credo le sugiere algo a determinado escritor, bueno, se lo apropia, lo modifica a su manera, pero a la larga va a ir formando su propio credo.
En La trastienda de la escritura se destaca esta premisa de que, para escribir ficción tiene que haber una predisposición a reescribir las veces que sean necesarias hasta llegar al texto que se está buscando. ¿Se reconoce muy fácilmente cuando falta ese trabajo?
-Si yo leo un cuento de otro, lo leo en un libro, por ejemplo, y a veces me pasa que digo: “ah, qué macana, era una idea buenísima y pero la verdad es que el cuento no es bueno”. Eso pasa. Yo insisto en que un escritor tiene que ir trabajando su texto, que el verdadero proceso creador es esa búsqueda que hace un escritor para ir acercándose cada vez más a eso que está buscando, a eso que quiere decir, ese efecto que quiere causar, ese sentido que quiere que tenga su texto. Eso, en general, no sale de la primera escritura, entonces el verdadero trabajo es la búsqueda del propio texto, en el mejor de los casos, el taller funciona para que ese escritor vaya encontrando sus propias herramientas y vaya encontrando aquello que todavía no está en su texto.
En algún lugar decís que esa primera cosa que sale es como un estornudo…
Pienso que, equivocadamente, se cree que la espontaneidad tiene algún valor, pero no es así. Cuando yo leo un cuento, en realidad, a lo mejor me sugiere algo muy espontáneo, algo que al personaje se le ocurrió en al algún momento. Y, a lo mejor, para el autor, conseguir esa sensación de espontaneidad le llevó un año. Al lector no le importa eso, el lector lee lo que el texto le está comunicando. Por eso digo que la espontaneidad de la escritura es como estornudar, no tiene mérito. El mérito sería, si lo que se busca es un texto que transmita espontaneidad, que transmita efectivamente espontaneidad pero no lo espontáneo de la escritura.
Encontré muchas veces en tu libro esta cuestión de “frenar tu locura”, “contener tu locura”, o “desplegar tu locura”. Tal vez esa locura, ¿no tiene un poco que ver con el arrojo creativo o la inspiración?
-Yo cuestiono un poco el término inspiración porque da la idea de que hay ciertos seres iluminados a los que se les dicta de las alturas un texto. Y yo creo que la escritura, como cualquier trabajo artístico, como cualquier trabajo, creador es una búsqueda y es un trabajo. Cuando hablo de locura -es algo que menciono mucho y tal vez parece exagerada la palabra-, estoy hablando de las propias manías, de las propias obsesiones, de la singular y distorsionada mirada del mundo que tiene cada uno. Es eso lo que permite una visión del mundo singular que es la que se va a transmitir justamente en los libros. Porque si uno estuviera en perfectísima armonía con el mundo y consigo mismo, ni se le ocurriría escribir. Uno escribe justamente porque hay ciertos desequilibrios, algo en el mundo que lo rodea que a uno no lo conforma, cierta inquietud, cosas que lo perturban, y con todo eso se va construyendo el propio mundo narrativo.
Es como la parte no domesticada de cada persona…
-Exactamente, no es eso totalmente consensuado, dado. Si vos tomás esa familia que ves en los avisos de televisión, no hay nada que contar. Una familia tiene distintos choques, problemas, secretos. Esa mirada en el interior, eso es lo que interesa realmente en la literatura. No contar lo norma, lo perfectamente visible, sino descubrir lo que está debajo.
@trianakossmann