Es una tarde ventosa y fría en Mar del Plata. Camino apurada para llegar a tiempo a mi entrevista con el doctor Daniel López Rosetti. Llevo bajo el brazo su último libro, Equilibrio, editado por el Grupo Planeta.
De pronto, un niño de unos 10 años se me acerca en bicicleta y me hace una pregunta que no alcanzo a escuchar. Me detengo deseando internamente que no sea algo muy extenso, porque ya estoy retrasada. “¿Me diría dónde compró ese libro, señora –me dice-. Se lo quiero regalar a mi mamá, que es fan del doc”. Me arrepiento de haberlo mirado con fastidio, así que me tomo unos instantes para explicarle dónde puede conseguirlo. Retomo el camino.
Al llegar al Costa Galana veo que ya hay gente esperando en la vereda, aunque todavía faltan tres horas para la charla. “Tenés que ponerte en la cola, nena”, me dice una señora, enojada porque cree que estoy haciendo trampa con la fila. “Vengo a hacer una entrevista, no me quedo a la charla”, le aclaro. No estoy muy segura de que me crea, pero igual entro al hotel, apurada: se me hizo tarde y temo que López Rosetti, el hombre que en pocas horas recibirá un reconocimiento de parte del Grupo Planeta por haber superado los 100.000 ejemplares vendidos con su anterior éxito, Emoción y Sentimiento, esté mal predispuesto.
Nada más alejado de la realidad. Cuando me ve, el especialista en estrés – entre otros puesto ocupa el de director del Curso Universitario de Medicina del Estrés y Psiconeuroinmunoendocrinología clínica de la Asociación Médica Argentina y presidente de la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés – me saluda, sonriente, y me pregunta si le puedo prestar el libro (su libro) para sacarse una foto con el periodista que le hizo la nota anterior. “Gracias, esto me pasa por no llevarlo a todos lados” dice al devolvérmelo. Luego me invita a sentarnos en un sillón cerca de la ventana. Habla pausado y se mueve sin prisas, como si no estuviera retrasado y no le faltara otorgar varias entrevistas antes de presentar su nuevo libro ante más de un centenar de personas que ya lo están esperando frente al hotel. Entonces respiro profundo, me acomodo en el sillón y empiezo la entrevista con una broma, más destinada a relajarme a mí que a él:
-Este libro está presentado como un “manual del usuario” y usted mismo dice que es algo así como los instructivos que vienen con algunos electrodomésticos. ¿Somos tan parecidos los seres humanos como para que un único manual nos explique a todos? Yo siempre creí que era única e irrepetible…
Él se ríe y luego responde, tratando de no herir mis sentimientos:
-No somos iguales pero la verdad es que somos muy parecidos. Yo no tengo dudas acerca de eso, incluso desde lo social y lo antropológico. Hay más cosas que nos unen que las que nos separan. Creo que todos los actos que tienen que ver con la falta de empatía, con la discriminación, la violencia y la ira tienen que ver con no percibir que el otro es muy parecido a uno. Si tenés humildad y salís de tu ego, se puede aprender de esa diferencia.
Y agrega:
-Te lo grafico con una anécdota: hace unos años fui a visitar la ong Asdra (Asociación de Síndrome de Down de la República Argentina) y cuando entré, los chicos tenían un marco para sacarse fotos. Nos hicimos varias tomas pero la verdad es que yo en ese momento no les presté la atención que ameritaban, estaba más pendiente de lo que iba a pasar después. Cuando me fui, me di cuenta de que ellos se habían llevado una foto mía pero yo no una de ellos. Ellos habían valorado el momento, yo me lo había perdido. La suerte quiso que al año siguiente me volvieran a invitar y esa vez corregí mi error: saqué mi celular y me saqué yo fotos con ellos. Aprendí de ellos. Yo creo que todos, si salimos del ego, podemos aprender del diferente.
-Lo que pasa es que ese consejo, salir del ego, va en contra del mensaje predominante en la sociedad actual, que pregona el individualismo…
-Si, pero ese individualismo es emocionalmente caro. No es buen negocio para uno. Yo estoy convencido de que salir del ego es un golazo. No te peleás más, te importa todo menos y adquieren valor otras cosas, además de que aprendés a diferenciar valor de precio, que son dos cosas totalmente distintas.
–En las sociedades de mercado, cuando algo es caro siempre hay alguien que tiene una ganancia importante. ¿Que haya tanta gente estresada es buen negocio para algunos?
-(Sonríe) Yo creo que hay una razón económica para casi todo. Pasa con casi todas las actividades, hasta con el deporte: muchas veces el hombre está al servicio de las marcas y no las marcas al servicio del hombre. El libre albedrío nos permite distinguir y que no decidan por uno.
-El problema se plantea cuándo uno cree que está decidiendo pero en realidad se está dejando influenciar. Estar alerta para que eso no pase es en sí mismo un motivo de estrés…
-Es verdad, el mundo está acelerado. Todo va demasiado rápido, pasan demasiadas cosas en muy poco tiempo. Constantemente nos están vendiendo infinidad de cosas. Creo que la salida está, entre otras cosas, en vivir el tiempo presente dándole valor a lo que tiene valor para vos y no al resto de las cosas. El secreto es vivir el momento presente.
-La mayoría de las personas hemos vivido, en algún momento, eso que usted llama “sueño diurno”.
-Si, el ejemplo que pongo es cuando estamos leyendo un libro y de pronto nos damos cuenta de que hace varios párrafos que no le prestamos atención a lo que leemos sino que nos quedamos pensando en otra cosa, hicimos un pequeño viaje con la imaginación.
-Esos momentos, que algunas personas pueden definir como dispersiones, ¿pueden estar relacionadas con el estrés?
-Si, el estrés a veces produce un automatismo en la actividad. No es que esos sueños diurnos sean algo patológico, pero si se producen de una manera más frecuente de la habitual pueden ser un síntoma de estrés.
-¿Qué rol juega la filosofía en todo esto? ¿Es una especie de tabla de salvación ante ese mundo que usted mismo define como demasiado acelerado?
-Yo creo que la filosofía es lo único que puede dar paz y serenidad, por eso en casi todos mis libros le dedico por lo menos un capítulo. Y no me refiero sólo a la filosofía occidental u oriental, sino a la filosofía de vida. La forma en que te tomás las cosas cotidianamente. Mi mamá tenía mucha más filosofía que yo, y nunca leyó a Platón. También creo que es sumamente útil para el ejercicio de la medicina. Y es que la filosofía te invita a ser humilde. Pensemos esto: si a una sala repleta de científicos entraran Platón, Sócrates o Aristóteles, lo que harían sería plantear preguntas que no tendrían respuesta. Y lo que tenemos que hacer es disfrutar de eso, de las preguntas más que de las respuestas.
–Aprender a disfrutar del camino y no tanto de la llegada…
-Si, ahí está la clave. En aprender a disfrutar del camino. Porque cuando alcanzaste algo, perdió el valor. En el preciso instante en que lo conseguiste, se convierte en un cuadro en la pared.
-Hablando de cuadros en la pared: su formación de base es la medicina, que se caracteriza por tener una jerga bastante críptica. En sus libros, sin embargo, se explican conceptos complejos en lenguaje llano. ¿Tuvo que aprender a convertir en accesibles esos conceptos o es algo que le sale naturalmente?
-La respuesta es bastante simple: hay gente que cree que soy inteligente, pero eso no es cierto. Como me cuesta entender, tengo que hacerla fácil. Me fue bien en la facultad y en los postgrados, pero la verdad es que siempre me costó estudiar. Tengo muchos conocidos que siempre tuvieron más facilidad que yo. Como me cuesta entender, pero le pongo pila, cuando entiendo algo es porque lo pude hacer simple. Entonces cuando hablo de eso, no me sale más que de ese modo.
-Pero no todos tienen la generosidad de compartirlo.
-Si, pero es que en la vida no hay que ser egoístas. A mí toca dirigir algunos postgrados y mi condición, así como la del resto de los docentes con los que trabajo, es que los cursantes deben llevarse el material: el conocimiento no se mendiga, se reparte. Ese es el mismo principio que utilizo con mis libros.
Con esta última frase, finalizamos la charla. Yo sé que estamos retrasados, por lo que me apresuro a despedirme. Pero él propone estirar el momento un poco más y tomarnos algunas fotos juntos.“Así después no nos arrepentimos de no habérnosla sacado” me dice. Afuera, la cola de gente que lo espera es cada vez más extensa. Pero para él, parece solo existir el ahora y acá.
Entonces se toma su tiempo. Y sonríe para la cámara.
@limayameztoy