Según anunció esta mañana la Academia Sueca, el Premio Nobel de Literatura 2020 es para la poeta estadounidense Louise Glück, autora de libros como Praderas, Una vida de pueblo yEl iris salvaje, entre muchos otros.

La escritora ya había sido reconocida con el Pullitzer de poesía por este último título. Además, había obtenido otros destacados galardones esencialmente en la escena norteamericana.

De acuerdo al veredicto del jurado del Nobel, Glück fue seleccionada este año porque en su obra “hace universal la experiencia individual”, además de la belleza particular de su voz literaria.

Hasta ahí, suena todo muy razonable y, especialmente, interesante para quienes no conocen la obra de Glück. Sin embargo, en todo el mundo los días previos al anuncio volvió a aparecer una danza interminable de nombres, quejas, apuestas, reclamos, deseos y olvidos tendenciosos que ponen el foco en la pregunta: ¿A quiénes premian los premios nobel?

¿Polémica o inconformismo crónico?

Si en otros rubros de este galardón la polémica se había levantado hace tiempo, el año 2009 debe poder contarse como el baluarte de la consternación cuando se le otorgó el Premio Nobel de la Paz al entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien sostuvo dos mandatos completos sin que su país no pasara un sólo día sin participar de una guerra.

Pero en cuanto a lo que refiere a la literatura, el nivel de sorpresa trepó exponencialmente cuando en el 2016 la Academia premió al cantautor Bob Dylan por la poética de las letras de sus canciones. El hecho despertó el asombro de la comunidad internacional que se dividió entre quienes consideraron que la innovación era un punto positivo y quienes entendieron que había sobrados ejemplos en todos los géneros literarios merecedores de un reconocimiento de este tipo como para que hubiera que explorar otras artes para entregarlo.

Lo cierto es que los premios en el rubro literatura son siempre muy discutidos, y mucho de ello tiene que ver con lo que suele ocurrir en las semanas previas, cuando los medios de comunicación y las agencias de apuestas que operan en este mundillo -cada vez más micro- impone una cantidad variable de nombres de referentes de los más diversos géneros, lenguas y nacionalidades como potenciales candidatos a recibir la medalla. Un galardón que viene acompañado de una suma en dinero cercana al millón de euros.

Este año, de hecho, el nombre de Glück no se había mencionado prácticamente en relación a este tema. Claro que se hablaba de que este año lo ganaría una mujer, pero entre las propuestas en lengua inglesa, por suponer un tópico, aparecían la poeta canadiense Anne Carson, su compatriota novelista Margaret Atwood, la estadounidense Joyce Carol Oates y hasta la antillana Jamaica Kincaid, todas ellas lo bastante populares como para no aparecer en la mención final, aparentemente.

Porque, si hay algo que ha dejado claro este premio, es que el nombre final tiene la característica de sorprender a la gran mayoría de las y los aficionados al tema, especialmente porque son muy escasos los ejemplos de escritores que lo han recibido una vez que ya han cosechado una amplia aceptación del público occidental.

¿Cómo se sostiene el interés?

Haruki Murakami, Margaret Atwood, Javier Marías, son solo algunos de los nombres que llevan años en las listas que manejan las apuestas. Todo hace suponer que el problema que tiene la obra de estos autores es que ya han sido aclamados por un público amplio.

Los premios que se entregaron el año pasado, correspondientes a 2018 y 2019, tampoco escaparon de la polémica. No sólo por la suspensión ocurrida hace dos años por las denuncias de violación y corrupción que recayeron en los integrantes del organismo que los otorga, sino también por el veredicto que incluyó al austríaco Peter Handke y su posicionamiento respecto de la Guerra de los Balcanes.

Por cierto, según el análisis experto, la gran mayoría de los autores y autoras que fueron seleccionados en los últimos tiempos son de una calidad literaria indiscutible y sus obras cuentan con el vigor y la singularidad que, en general, han intentado imponer a este premio. Tal es el caso de la obra de Glück, de hecho.

Sin embargo, el aporte a las letras y el valor de la voz propia pasan siempre a segundo plano cuando lo que emerge son las cuestiones colaterales, las motivaciones incomprensibles y la manifiesta carencia de amplitud al momento de premiar.

@trianakossmann