“La narración de la memoria restituye el espesor de las voces y los cuerpos”, dice en el epílogo de su libro En mi nombre (Paidós) Angela Pradelli, donde narra seis historias de identidades restituidas.

Seis personas -adultas ya y luego de haber formado sus propias familias- cuentan, le cuentan a la autora y nos cuentan a quienes elegimos leer. Usan unas palabras y descartan otras para hablar de sus caminos para reconstruir sus identidades, para adoptar sus verdaderos nombres, para asumir sus propias historias, muchas veces enfrentadas con las que les contaron en los hogares de sus apropiadores.

La dictadura cívico militar que inició el 24 de marzo de 1976 en Argentina fue una de las más sangrientas: torturas, violaciones, exterminio sin observar ningún código, robo a mansalva de propiedades. En nuestro país tuvimos una generación masacrada y una sociedad sangrante, y una parte de ella babeante, silenciosa y pusilánime.

Pero sin lugar a dudas el robo de bebés, el secuestro y desaparición de niños y niñas, la apropiación por parte de familias “bien” que cometieron delitos reiterados al realizar adopciones irregulares, las mentiras que esas madres y padres “adoptivos” les contaron a quienes habían sido apropiados a lo largo de toda su vida es la continuidad del mismo sadismo, del mismo silencio cómplice.

Esto es lo que narra la autora, no solo la búsqueda de las Abuelas de Plaza de Mayo, que nunca pidieron venganza y que mantienen con amor un faro encendido desde hace cuatro décadas, sino también la de los propios procesos que cada una de las personas que son protagonistas de estas historias debieron atravesar para llegar a nombrarse: incertidumbre, temor, dolor, bronca, impotencia, amor, gratitud. Y -en absolutamente todos los casos- alivio.

Y un poco de todo eso es lo que se lee desde este lado, un día como hoy, 24 de marzo de 2019, 43 años después de aquella fatídica fecha, donde todo comenzó y nada estaba comenzando realmente.

En esta edición de Paidós vemos, además, las fotos de esas personas, adultas ya, que cuentan, que recuperan palabras, que son la voz de esos hechos, de esos recuerdos velados y revelados. Las fotos de Martina Bertolini hablan también un poco de eso: miradas, gestos y detalles que muestran el resultado -provisorio siempre- de aquél proceso que atravesó a cada una de las y los protagonistas de estas historias de identidades restituidas.

“La memoria es narración”, nos dice la autora, es pregunta y es final abierto. Nunca está completa y nunca es de una sola persona. Es colectiva y, como en los relatos que se recrean en este libro, requiere de muchas miradas y de muchas voces para crecer, para expandirse y tomar volumen. Pero para que eso pase hay que contar. Y nunca dejar de contar.

@trianakossmann