La escritora Mercedes Giuffré llegará este viernes a Mar del Plata para presentar Almas en Pena, la cuarta novela de la serie que tiene como protagonista a Samuel Redhead y que atrapó a miles de lectores desde su primera entrega, Deuda de sangre, en el año 2008.
En esta nueva historia, que publica Suma de Letras, el médico y cirujano no sólo deberá develar quién pone en riesgo la vida de su hermanastro en la ciudad de Córdoba, sino que además tendrá que enfrentar el hecho de que alguien intenta matarlo, y lo hará con la ayuda de su cuñado, Francisco Alvarado, su hermana, Elisa, y su prometida, Clara Ocampo, a quienes ya conocimos en las entregas anteriores.
La serie que inició con Deuda de Sangre, continuó luego con El peso de la verdad, que se publicó en 2010 y El carro de la muerte que vio la luz en 2011. Desde entonces, las y los seguidores de Redhead y Giuffré esperaban la llegada de esta nueva entrega de la novela histórica que se ambienta en el Virreinato del Río de La Plata.
Invitada por Revista Leemos, la autora de esta serie estará el viernes 6 de octubre a las 21 en la Feria del Libro Mar del Plata Puerto de Lectura que se desarrolla en el Centro Cultural y Comercial Estación Terminal Sur, ubicado en Sarmiento y Alberti, para referirse a este nuevo libro que genera grandes expectativas en sus seguidores.
Como permite ver su obra, las inquietudes de esta autora van en torno no sólo a una búsqueda estética, sino también hacia interrogantes que tienen mucho que ver con lo existencial: ¿quiénes somos? o ¿por qué somos como somos?
Antes de su paso por la ciudad, Mercedes accedió a responder a mis (nuestras, cómo no) inquietudes. Y preferimos empezar por la que más urgía.
Dijiste que las novelas que tienen a Redhead como protagonista están planeadas desde hace mucho tiempo ¿Por qué demoraste 6 años en publicar la cuarta parte de la serie?
-Yo tenía pensada desde el inicio a la serie como tal. En 2007, cuando tuve mi primera entrevista con Julieta Obedman, quien se convirtió en mi editora hasta el día de hoy, le expliqué que el personaje de Deuda de Sangre iba a aparecer en varias otras. De hecho, le entregué una lista con los títulos y la base de los argumentos. Y ella fue muy paciente con eso. Me aclaró que publicar o no la siguiente novela de la lista dependía de la recepción que le dieran los lectores. ¡Y acá estamos hoy, estrenando la cuarta novela de la serie! Creo que los lectores nos han apoyado y a ellos les debo yo, en gran medida, el poder seguir publicando.
Demoré seis años en dar a conocer Almas en Pena porque me gusta sentir que la obra está terminada antes de lanzarla a volar. Y porque después de El carro de la muerte, la anterior en la serie, cursé la Maestría en Literaturas Española y Latinoamericana, en la Universidad de Buenos Aires, que me ocupó gran parte del tiempo ya que es muy exigente. Los lectores fueron muy comprensivos y pacientes con eso y saben que cuando les dé la siguiente novela va a ser porque estoy conforme con ella. Esta vez, de todos modos, no van a tener que esperar tanto.
En otras entrevistas contaste que las aventuras de Redhead seguramente llegarían hasta una novela más (después de Almas en Pena). ¿Esa sigue siendo tu meta?
-Cuando el personaje apareció en mi vida comprendí que venía para quedarse, que no le iba a alcanzar una novela. Cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de eso. Tenía una historia propia que se iba descubriendo de a capas, como quien pela una cebolla, y solamente si lo trabajaba en varias historias iba a poder mostrarlo en su totalidad, en su evolución. Porque Redhead va cambiando a lo largo de la serie. Quienes lean Almas en Pena, si son además lectores de Conan Doyle, verán que su evolución es similar a la del propio escritor escocés (¡la parte escocesa de Redhead es un homenaje a él!), que pasó de ser un científico racionalista a ser un empirista abierto. En su mente, Redhead se va abriendo a nuevas posibilidades de experiencias, en pleno inicio del siglo XIX, cuando la mentalidad era bien distinta.
En cuanto a la meta de las cinco novelas… Digamos que por ahora falta una más para cerrar el ciclo. Pero no puedo asegurar que me olvide de Redhead para siempre. Tal vez en el futuro lo retome. Aunque después de la quinta novela tengo en proyecto otras historias unitarias con nuevos personajes y también otra serie, no policial sino histórica a secas, ambientada en la Guerra de Independencia.
Se podría decir que en la última década la novela histórica dio un giro hacia lo romántico muy marcado, y en estos tiempos vos elegís contarlo desde un costado más relacionado con el policial ¿por qué?
-La novela histórica como género consciente de sí empieza en Europa a raíz de las guerras napoleónicas, en sintonía con el Romanticismo. Algunos de sus cultores máximos fueron sir Walter Scott y Víctor Hugo, pero luego podemos citar a muchos otros autores y, ya en nuestra tierra, en el siglo XIX a varios y varias, porque autoras como Juana Manso o Juana Manuela Gorriti se ocuparon de él. Quiero decir que hay una larga tradición del género que se caracteriza por la mutación de la forma. No es lo mismo una novela de Manuel Gálvez que una de Jorge Castelli, separados por más de medio siglo en el que las técnicas de escritura y la concepción de la novela cambiaron, aunque puedan hablar del mismo tema (las invasiones inglesas). Cada época parece tener su preferencia formal. Lo que hoy pasa con la derivación o el cruce con la novela sentimental es una muestra de que no hay una sola y única manera de escribir novelas históricas, y también de las apetencias del público lector. Lo mío pasa por mi propia búsqueda, por mis lecturas y por mi identidad como escritora y como lectora, que se aúna a la búsqueda de entender a nuestro país. En cierto sentido, la novela histórica, con su incesante buceo en el pasado, es una suerte de análisis genético para entender quiénes somos.
¿A qué creés que se debe el interés por lo histórico entre las y los lectores y cuál te parece que es el elemento fuerte que tiene la narrativa para abordarlo, en relación a otras artes?
-La necesidad de los argentinos por conocer nuestra historia no es nueva. El nuestro es uno de los países donde la novela histórica (en todas sus variantes) siempre ha tenido lectores. Georg Lukács, que fue uno de los primeros teorizadores del género en Europa, lo asoció con los momentos de crisis, como la época del Romanticismo en que los países estaban conformando sus identidades después de la invasión napoleónica. En ese sentido, como país, Argentina no acaba de construir su propia identidad porque pasamos de un extremo al otro, de un proyecto al contrario; pero la reflexión que no se hace por un lado se hace, por fuerza, por algún otro. Los lectores buscan entender el presente yendo al pasado. Buscan en los próceres (humanizados) a referentes que no encuentran en el presente. Y creo que a pesar del desprecio actual que existe en el mundo hacia las humanidades, la literatura y en particular la novela histórica (más lograda o menos lograda, bastardeada o de calidad) viene a reorientar la reflexión sobre quiénes somos y hacia dónde vamos en este mundo en ebullición.
Hay un debate un poco soslayado pero que siempre parece resurgir, y es si la literatura tiene que tener o no una función social. ¿Cuál es tu postura al respecto?
-La literatura, desde que existe la voluntad de contar una historia, de crear con las palabras ya sea oralmente o por escrito, no puede reducirse a una sola función. Sartre planteó que el autor debe comprometerse políticamente con la realidad y él mismo encarnó en su persona la imagen del autor comprometido, lo mismo que Albert Camus (a quien admiro profundamente como autor y como ser humano). Pero ninguno de ellos dejó de lado el componente estético. No se redujeron a escribir de manera tautológica, esto es, traduciendo sus discursos políticos a la ficción. Ninguno renunció a trabajar la forma, la sonoridad, el bien decir, la composición. Por otro lado, Homero, Dante Alighieri, Thomas Mann, Cervantes, Shakespeare, Jane Austen, las Brönte hablaron del ser humano de un modo universal; de sus grandezas y miserias, y por eso hoy los seguimos leyendo. No hay un solo modo de ejercer la literatura. De la torre de marfil al compromiso sartreano hay varias posturas intermedias. Pero en todos los casos, la calidad no se negocia.
Y vos, ¿qué buscas?
-Yo no me considero una autora cien por ciento de “entretenimiento”. Intento que mis novelas sean entretenidas y que retomen la tradición del juglar y del cuentacuentos, aunque también la del educar deleitando horaciano. Intento dar voz a los olvidados de la historia. Tengo presente que la memoria colectiva, como construcción subterránea de un pueblo, no coincide siempre con el discurso de la Historiografía, que suele estar en sintonía con los proyectos políticos que se van alternando. Las voces de las mujeres, las de los negros, las de los indios, las de los niños, quedaron silenciadas por la Historia, y la novela puede recuperarlas y mostrar el revés de aquél discurso. Eso va más allá de la búsqueda de entretener. Pero desde ya, me gustaría que el lector quiera seguir leyendo mis novelas porque lo entretienen y le dejan algo cuando las termina.
Hace un tiempo debatía con un escritor y me dijo “Los libros no cambian el mundo”, ¿a vos qué te parece?
-Lamento disentir con mi colega, sea quien sea. Los libros sí cambian el mundo. A mí, sin ir más lejos, me salvaron la vida porque le dieron un sentido y me dieron una profesión. Más allá de eso, libros como el Facundo, de Sarmiento, instalaron una visión de las cosas en este país. Libros como el Werther llevaron a muchos jóvenes a plantearse el sentido de su existencia y, acaso, suicidarse (¡pobre Goethe!). Libros como el nefasto Mi lucha, de Hitler, justificaron para algunas mentes estrechas un genocidio vergonzoso. El Capital de Marx influyó al planeta entero. La obra de Conan Doyle referida a Sherlock Holmes movilizó a personas a lo largo de todo el mundo que les escribían tanto al autor como al personaje. Y un libro como el Evangelio, mal o bien entendido, también ha repercutido en millones de vidas. Quizá no todos los libros tengan el mismo peso o el mismo valor. No estoy diciendo eso. Pero el poder de la palabra, desde las historias alrededor de un fogón en la Antigüedad hasta una novela actual de Houellebecq, sigue vigente.
El espacio del viernes en la Feria del Libro será una oportunidad imperdible para poner en común estos y otros temas, buscar respuestas a tantas preguntas existenciales y debatir sobre cuál es el mejor camino para cambiar el mundo… ¡con un libro bajo el brazo!