En esta entrevista, el autor reflexiona sobre su último libro, su presente como escritor, las drogas, Dios, la honestidad y el modo en que la literatura tiene que ver con todo eso.
Desde que supe que Pablo Ramos sólo elige títulos para sus libros que contengan cinco palabras, cada vez que me cruzo en las mesas de las librerías con un ejemplar que lleva su nombre, cuento.
Y cuento también, mientras lo espero en la mesa del café del hotel en el que se hospeda, todas las veces que leí y escuché que este autor no es muy afecto a participar de eventos, presentaciones y charlas. Pero acá está, en Mar del Plata, invitado por la editorial para un desayuno con libreros de la ciudad.
Es un miércoles de viento cálido, uno de esos días que parece prometer que habrá un verano, que no hay que perder las esperanzas. Y este autor parece creerle a ese viento cálido de finales de noviembre porque viste remera y bermudas. Llega pensando en voz alta en dónde mirará el partido de esa noche, me saluda como si nos conociéramos de toda la vida y me comenta sobre su preocupación por el tamaño del televisor que se ve en el living. Yo aprovecho la confianza para tutearlo… parece uno de esos tipos al que le podés preguntar de todo.
Dicen que sos medio difícil para los eventos… ¿Cómo te convencieron?
–Mar del Plata no me tiene que convencer… Recién me saqué de nuevo la foto con los lobos marinos. Es mi infancia de nuevo. Vine desde chico, siempre con mi papá. No había año que no viniéramos: Si no teníamos plata para las vacaciones, como sea, veníamos un fin de semana en noviembre o en diciembre. Mar del Plata es realmente el lugar de los buenos recuerdos con mi padre, de los más lindos. Y las últimas veces, que él estaba tan difícil, tan mal, tan acabado, cuando ya nos amigamos fue en el Torréon. Es muy fuerte para mí. Recién pasaba por ahí con un amigo con la glotis cerrada. Me cuesta y a la vez no tenés que convencerme de mucho. Me cuesta en lo emocional: Mar del Plata, para mí, es caminar con mi papá.
Este autor de 50 años (que le pegaron “como el culo”) me cuenta que, como detalla en su último libro Hasta que puedas quererte solo -editado por el sello Alfaguara-, durante su infancia él y su padre venían a la ciudad haciendo todo el recorrido de la ruta con una parada en cada pueblo para vender bobinas en los talleres. Recuerda la rastrojera con la que viajaban y hace un breve silencio para retomar su relato: “llegábamos con plata si nos iba bien, o con bobinas, si nos iba mal, y lo reventaba en algunos talleres de acá que pagaban menos… pero siempre volvíamos sin plata, porque se la jugaba toda en el casino. Pero realmente hay algo que siempre me llamó la atención y es que mi papá me decía ‘¿sentís el olor a alfajor?’ Para mí era parte de su imaginación”.
En uno de los giros de la conversación –uno de tantos- volvemos a la pregunta inicial y me explica que, para él, lo que pasa con los escritores en este último tiempo es que hablan mucho. “Y el escritor no es un tipo que habla: es un tipo que no habla, por eso escribe… entonces yo me refugio bastante. Pero la gente de la editorial me tratan muy bien. A mi me está yendo bien, gracias a Dios, y me corresponde colaborar”.
Ramos publicó este año Hasta que puedas quererte solo, un libro de relatos estructurado de acuerdo a los doce pasos que involucra el tratamiento contra las adicciones, donde aborda diferentes situaciones que debió atravesar para superar su propia dependencia a las drogas y las cuenta en primera persona, en una inflexión de gran intimidad y dureza que condensa, de algún modo, toda la narrativa que el autor publicó hasta el momento.
Me da la sensación de que éste es un libro de clausura…
–Es una lectura profunda, es correcto. Digamos que es una clausura en la duplicidad de sentido: Por un lado, clausuro el tema familiar y pienso “hablemos de otra cosa”; y por el otro, es un libro que necesitó clausura, necesitó del encierro, de quedarme solo conmigo mismo. Necesitó reflexiones y necesitó preguntarle a cuatro o cinco lectoras de confianza, todas mujeres, ¿está bien esto? Que mi hermano esté internado por drogas y yo estoy escribiendo sobre esto… Necesitó reflexionar sobre desde qué lugar escribo: es un libro escrito desde un lugar tan puro que no te podés imaginar, con tanto pudor, con tantas ganas de que no, de canjearlo por la felicidad de él. Sin embargo, no puedo hacer eso, lo único que pude hacer es escribir y con mucho miedo lo publiqué.
Eso me hizo un poco de ruido: entiendo que lo hayas escrito, pero me cuesta comprender… ¿cómo te decidiste a publicarlo?
–Y… tardé cuatro años, hasta que muchos me dijeron ‘este libro tiene que ser publicado’ y lo que está volviendo de la gente es increíble.
Me muestra el anillo que lleva puesto, regalo de una lectora de Rosario que le hizo tallar en su interior “Un día construido como una estrella”, la frase de Abelardo Castillo que pone en La Ley de la Ferocidad. Entonces me cuenta que, cuando recibió el regalo, le dijo en reiteradas ocasiones a la mujer que no entendía por qué le hacía este obsequio. Ella le explicó que había leído Hasta que puedas quererte solo, que había estado muy enojada con su hijo –“preso por drogas en la cárcel de Coronda”- y que nunca había ido a verlo al penal. Pero ahora había decidido que estaba lista para visitarlo.
Ella sí entendió, entonces…
–Y a mí todo esto me dice: ‘Ah, ¿Es esta la autorización? ¿La devolución que yo esperaba?’, entonces hice bien en publicarlo. Ya ese caso es suficiente: es un libro que excede lo literario.
Me cuesta mucho correrte a vos del relato. No puedo distinguir al autor del personaje.
-No hay personaje. Yo digo que nos dejemos de caretear. Sartre decía, cuando estaba ciego y tenía 70 años: “si yo empezara una novela ahora la iniciaría diciendo ‘me llamo Jean Paul Sartre y pienso esto'”. Roberto Arlt proponía escribir sin adornos, libros que tengan la violencia de un cross a la mandíbula. Yo pienso que la primera persona es una respuesta estética a un problema moral, no creo en la tercera persona. Me parece que es como la literatura de género… no lo entiendo. Para averiguar quién mató a quién está la policía y para ver los espíritus y no sé qué, estarán los mediums… lo que me interesa son los problemas que tenemos cotidianamente las personas. Me interesa mucho la gente, mi tema es la gente. Recuerdo los lugares por la gente, camino los lugares que caminé con la gente. Esa es mi religión: la gente. Y mi búsqueda es la búsqueda de Dios. Por eso soy un escritor antiguo: mis temas son el amor, dios, quiénes somos…
Temas existenciales…
–¿Dónde termina la aventura humana? Sé dónde empezó, en el homo Sapiens, pero ¿Dónde termina? ¿Qué es? ¿Es un cuerpo con una experiencia espiritual o es un espíritu con una experiencia física? Yo creo en lo segundo. Somos ángeles caídos remontando el cielo otra vez… Y hacia ahí vamos, en el sexo, en el amor. No tengo capacidad de ser hipócrita, pero sí de inventar, que es otra cosa.
Hay una sinceridad… o, mejor dicho, una honestidad en eso que estás ficcionando…
–No es sinceridad, es honestidad. La sinceridad es una estrategia, la honestidad es una manera de ser, no podés evitarlo. Por eso confronto, por eso soy ácido, por eso las personas que me quieren vienen y me dicen subrepticiamente “no hagas cagadas”.
Y por eso también detesto la literatura de género, la literatura tan desde la idea, yo creo que hay que escribir desde el personaje hacia el lenguaje: el lenguaje como una frontera exterior de la forma literaria. Y en este libro no hay personajes. La gente toda quiso figurar con su nombre.
Hay una máxima que dice que el escritor tiene que escribir de lo que sabe. Y, como en este libro, creo que ninguno…
–Si, pero creo que de Dios no sé y sin embargo reflexiono abiertamente…
¿Qué es saber de Dios?
–No sé… Un teólogo.
Pero vos ¿qué decís que es Dios? ¿Es una experiencia?
–Puede ser… Yo digo, como la definición de Einstein, la suma de todas las leyes de la física, eso es Dios. Soy un fanático de la astrofísica, no leo tanto ficción. A mí me interesa la gente común, soy un escritor de la clase proletaria, la gente no anda contratando detectives en el lugar desde el que yo vengo, y pagándose tanto vuelto. Eso se vería mal. Muy lejano… nadie quiere estar en la villa, la gente quiere salir de ahí, robar da vergüenza en el lugar del que yo vengo. Ese lugar no tiene escritor, me tiene a mí.
Y además, tenés una formación católica muy profunda.
–Estudié tres años para cura pero me fui porque me gustan demasiado las minas. Me metí para leer, porque no había libros en mi casa. Hice dos años de pre-seminario y uno de seminario. Una vez vinieron de La Sorbona para pedirme autorización para dar San Agustín con La Ley de la Ferocidad, el tipo no me creía que yo no había terminado la primaria. Estoy seguro de que se fue de mi casa sin creerme. Bueno, yo soy un fanático de San Agustín… y buscaba el mal y no veía el mal que había dentro de mí y en mi propia búsqueda…
¿Por eso escribís?
–Escribo para reivindicar el fracaso que fue todo lo que dije, todo lo que dije a mi padre, lo que entendí después… El Perek Shirá es el segundo libro más sagrado de los judíos, el primero es la Torá, ahí dice que Dios creó al mundo de tres maneras: el número, la palabra y la escritura. Cuando entendí que el uso de la palabra me hacía fracasar, me vaciaba de sentimientos, empecé a anotarlo todo en un diario personal, a medida que leía y corregía ese diario empecé a entender que la escritura es un sistema. En ese sistema puedo ordenar mis emociones, puedo ordenar las cosas, puedo ponerlo en una jerarquía más apropiada que hace que no fracase. Hacía 4 años que no publicaba. Yo no corro para publicar, y mientras las preservo, esas palabras engordan, se llenan de texto, de subtexto. Escribo para triunfar sobre la muerte.
Sopeso estas últimas palabras del autor que tengo enfrente, que a veces se recuesta en la silla y otras veces se inclina sobre la mesa para subrayar lo que me cuenta. Dice “San Agustín” recostado, dice “fracaso” y “muerte” con los codos apoyados en la mesita del café. Cuento las palabras de esa última frase: son más de cinco. Me impongo que esta nota también debe tener un título de cinco palabras, pero lo descarto inmediatamente: yo lo tengo que nombrar. De cualquier modo, las y los lectores lo entenderían. En última instancia, esta nota también es parte de una pregunta que él ya me/nos hizo… y que se sigue haciendo a sí mismo. Entonces quiero saber cómo sigue su búsqueda de una respuesta.
Decíamos al principio que este es un libro de clausura. Ahora, ¿qué es lo que viene?
–Voy a hacer una antología de Animal que cuenta –el programa televisivo que conduce en Canal Encuentro- con los 16 cuentistas prologados por mí. Y estoy escribiendo Los evangelios según los otros, donde tomo algunas partes de la Biblia desde el punto de vista de diferentes personajes. Y también estoy escribiendo un libro que por ahora se llama Los ángeles también deben morir, va a ser una novela muy rara. Y con Carlos Moreno, el directo de la serie El Patrón del Mal, estamos trabajando para hacer El sueño de los murciélagos en una serie de Netflix en ocho capítulos.
En este momento tengo la misma cantidad de libros editados que inéditos. Tengo 30 cuentos terminados, pero mi diferencia es no publicar tan rápido. Fijate lo cuidado de mi prosa… cada cosa cuidé… pero ¿por qué? Porque no terminé la primaria… porque tengo mucho miedo de cómo me miren, porque no pude estudiar y, de haber podido, hubiera sido médico, no escritor. No hacen falta escritores. Un escritor se hace necesario cuando escribe por su necesidad íntima.
¿Qué te gustaría que pase con este libro?
–Que ayude. Y me dicen “¿Es autoayuda?” no, boludo. Pero que ayude como a mí me ayudaron muchos libros. Y está siendo recibido con tanto amor, es tan delicado que podría destruirme si quisiera, porque me puse muy al desnudo con este libro. Pero ahora la gente está vistiéndome con amor, me está poniendo los paños de pudor que necesito. Y yo no puedo creer que pasen estas cosas.
Seis ediciones en cuatro meses abonan a la perplejidad de Pablo Ramos. Hasta que puedas quererte solo va a ser el último libro de esta etapa del escritor que, al parecer, ya pudo.