Y Dios dijo: hágase Lanús.
Y Lanús se hizo.
Dr. Timothy Leary

Así, como la cita que precede estas líneas, son Pedro Saborido y sus Historias de…:  delirantes, geniales, incorroborables y, en algún punto, motivadoras de reflexión.

Porque tras ese juego de palabras, que por supuesto le pertenece, hay una invitación a reflexionar sobre temas que pueden ir desde la dicotomía entre quiénes somos y cómo nos ven los demás, hasta cómo influyen los hechos del pasado histórico en nuestro presente, pasando por ciertas identidades urbanas, la libertad estética y coso.

Y así fue, sacando la parte de genialidad -al menos en lo que hace a nuestro aporte-, la charla que mantuvimos con el autor de Una historia del conurbano -editorial Planeta-, mantenida previa a la presentación de su libro en el ciclo Verano Planeta: empezamos hablando sobre el Conurbano y terminamos reflexionando sobre qué define mejor a Mar del Plata, si los lobos marinos o Villa Victoria (con la lógica conclusión de que los reduccionismos son innecesarios), del aire a las citas al pie de Borges que se respira en su obra -comentario que le arrancó un elocuente “¡mirá vos!”-, de sus neurosis como escritor, sus miedos por no tener a Diego Capusotto defendiéndole la obra, y hasta de si son aceptables o no los límites de lo políticamente correcto a la hora de la creatividad.

Porque en el mundo de Saborido, todo tiene que ver con todo. Y si prestamos atención, podemos ver algunos de los hilos que unen las partes. No es que con esta nota vayamos a echar algo de luz sobre eso, pero la compartimos:  

Los dos últimos libros de Saborido, publicados por Paneta.

-Pasar de Una historia del peronismo -publicada por Planeta en 2018- a Una historia del conurbano suena casi lógico. Hay cierta continuidad. ¿Lo sentiste así, un tema te llevó al otro?

-Si, un poco fue así y otro poco fue surgiendo de manera recurrente en las charlas que hago con (el pintor) Daniel Santoro y con (el humorista) Miguel Rep. Entonces (Ignacio) “Nacho” Iraola, de la editorial, me propuso que escribiera sobre eso. Yo decidí probar un mes y ahí me dí cuenta de que sí, que había tema. 

-En otras palabras, fuiste descubriendo el conurbano.

-Algo así, fue apareciendo. Es como decir “vamos a hacer una historia de Mar del Plata”. Te empezás a meter, a pensar un poco el tema, a escribir, a tirar historias… Aparecen los lobos marinos, Camet, los submarinos de la Base, cómo se reconocen los turistas entre sí cuando hay turistas…

-Así como no hay una sola Mar del Plata, no hay un solo Conurbano.

-Claro. Yo tuve siempre en claro que mi libro arrancaba de una relatividad absoluta, de una mirada sobre el conurbano. Por eso desde el principio aclaré que era UNA historia, no LA historia: porque no tengo ganas de que me salten los sommeliers del conurbano. Y no tengo ganas de meterme en esos debates, me aburren, me rompen las pelotas.

-También en su momento esquivaste a los sommeliers del peronismo. Hay sommeliers de todos los temas, en realidad…

-Si, es que hay como una necesidad de encuadrar, de reducir algo a una dimensión: cómo es Mar del Plata, cómo es el conurbano. Y en realidad hay mil aspectos. Porque: ¿Qué es Mar del Plata: el Hermitage o Luro al 10.500? Por ahí yo digo Mar del Plata y a la gente se le viene a la mente la postal de la playa, pero no la casa de repuestos que está llegando a la rotonda de Champagnat. Y estoy seguro de que tiene que haber personas en Mar del Plata que hace un montón que no van a la playa.

-La asociación entre un lugar y un aspecto de una sociedad habla más de la persona que mira que de lo mirado. De cómo a veces los prejuicios nos privan de apreciar todo un prisma de realidades.

“Pensar que hay un solo Conurbano es como pensar que Mar del Plata es sólo la Bristol y los lobos marinos”

-Exacto: todo depende de quién mira, qué experiencia vivió en ese lugar, con qué sensaciones le conecta, qué noticias escuchó, qué historias le contaron. Cuando decís Mar del Plata mucha gente piensa en la Bristol, no en la casa de Victoria Ocampo. Porque es a lo que más estamos acostumbrados. Y está bárbaro que para algunas personas eso sea así. Pero también está bueno poder preguntarse cuántas Argentinas entran en Mar del Plata. Una cosa es la Bristol, otra son las playas de Chapadmalal, otras las playas chetas del sur… Pensar que hay un solo Conurbano es como pensar que Mar del Plata es solo la Bristol y los lobos marinos.

-Lo que vos proponés es como sacarse la anteojera que implica la imagen que construyen, por ejemplo, algunos medios.

-Tal cual. Es que si nos ponemos a pensar, tenemos ideas preconcebidas de casi todo. Sigo con el ejemplo de Mar del Plata: en Constitución, en la bajada del tren, siempre te podías comprar algunos alfajores Havanna o Balcarce para regalar. O sea, vos los habías comprado en Buenos Aires, pero para la persona la información es que vos estuviste en Mar del Plata, la ciudad de los alfajores, y los alfajores son de allá. Es toda una construcción que se armó o se arma. Lo mismo pasa con los pulóveres. Por ahí el tipo los trajo de China y los vende en Mar del Plata, pero la idea ya está instalada: en Mar del Plata se hacen pulóveres. Son como máquinas por donde vamos procesando lo que vamos viviendo, de construcción de la realidad y de la cultura.

(En este punto yo le comento que conoce más Mar del Plata que un turista promedio y que pareciera que ya tiene tema para un próximo libro. Él se hace el distraído. Seguimos).

-Te iba a preguntar qué recepción tuvo el libro entre la gente del conurbano pero ahí también estaríamos cayendo en un reduccionismo: de qué persona y de qué conurbano hablamos. Así que te voy a preguntar en general, ¿qué recepción?

Ilustración de Miguel Rep aparecida en página 12.

-Puedo decirte que muchos me dijeron que les gustó, pero estamos hablando de las personas que leen y que me leen a mí. Si los 8 millones de personas que viven en el conurbano hubieran leído mi libro hoy no estaría hablando con vos sino construyéndome un dúplex (risas). Pero volviendo al punto, tengo claro que no todas las personas (ni las que viven en el conurbano ni las que no viven) son mi público. Y por otra parte, a cada persona le puede generar una reacción diferente. Hay gente que me dice que se rió y otra que no se rió tanto como esperaba y se quedó reflexionando, pero estuvo bueno igual.

-Creo que tanto este libro como Una historia del peronismo juegan con el acuerdo tácito entre la persona que lee y la persona que escribe: en un momento uno puede decir “es un libro de humor”, en otro “es un libro para reflexionar” o finalmente concluir “me está haciendo reflexionar desde el humor”. 

-Si, creo que es exactamente así. De hecho yo pongo las reflexiones finales para eso. Es la manera que encontré de volcar un montón de cosas que yo charlo en cumpleaños, en mi casa, con mi familia, con amigos o con colegas. No me gusta ponerlo todo en un cuento cerrado, porque creo que quedaría maniatado, artificioso. Los personajes no pueden estar diciéndolo todo, todo el tiempo. Sería muy aburrido. Entonces directamente lo pongo afuera, a través, por ejemplo, de un psicólogo que escuchó la historia y dice “para mi quiso decir esto”. Y por ahí no tiene nada que ver, pero es una manera de meter otro personaje más que lee lo que se escribió antes. 

-Hay mucho trabajo detrás de cada libro, las citas previas, el armado de las historias, las reflexiones finales. ¿Cómo trabajás? ¿Lo hacés solo o tenés un equipo?

“En los libros no lo tengo a Capusotto ahí, defendiéndome el material”

-Tengo un grupo de amigos que son como tener un sparring: con ellos me voy entrenando, me acompañan y van aplacando la neurosis de estar todo el tiempo dudando de lo que escribo. Pensá que con los libros no lo tengo a (Diego) Capusotto ahí, defendiéndome el material, que además lo hace de una manera maravillosa. Me la tengo que arreglar solito.

-¿Te parece más difícil escribir libros que guiones?

-Es diferente. La lectura tiene un grado de inconfortabilidad mayor respecto a la radio, la televisión o el teatro. Requiere de otra predisposición. También hay un montón de gente que lee el cuento y no lo entiende. De la misma manera que no va a poder leer ciencia ficción o escuchar un tema de (Luis Alberto) Spinetta (sin ponerme a la altura de él, obviamente). Es como pasa con cualquier autor: si no entrás en ese código, de esa propuesta, ya está, no hay nada que hacer. Hay gente que no puede suspender la incredulidad. Dicen “hay que ser un pelotudo para creer eso”. Bueno, no, no hay que ser un pelotudo, hay que aceptar el código y creer que hay un planeta (ponele) y que ahí pasan determinadas cosas. Si no se lo cree, listo, ya está. Ese libro no es para esa persona.

-Si todo fuera apto para todas las personas serían todas las historias iguales. Incluso tendría que ser todo políticamente correcto, algo que en este momento se está debatiendo mucho. ¿Vos creés que hay límites para la creatividad?

-No, no hay límites pero sí hay consecuencias. Hasta te pueden matar. Te reís, pero ha pasado. Lo que quiero decir es que una cosa es escribir un libro sobre el conurbano que moleste a 3 personas y otra molestar a 5.000.

-Hay quienes tienen otra mirada sobre el tema. Miguel Rep, a quien citaste, tiene un estilo más provocador…

“Miguel es un amigo pero sabe que creo que es un rompe pelotas”.

-Si, claro, Miguel es un amigo pero sabe que creo que es un niño rompe pelotas. Un ejemplo es su libro, Evita, nacida para molestar, que terminó molestando a medio mundo. Cada uno tiene su estilo. Yo soy más macartiano para estas cosas, más moderado, más elegante. Mi estilo no es molestar, sino divertir con elegancia. Con Diego (Capusotto) hemos hecho cosas sobre minorías pero nunca molestamos a nadie, porque somos elegantes.

-Hablando de elegancia, en tus libros hay cierto aire a las citas al pie de Borges… 

-¡Mirá vos! (pausa reflexiva). Bueno, cuando yo cito a alguien es porque en algún lugar lo leí o lo escuché y me pareció interesante conectar esa reflexión con el humor. También, por supuesto, hay muchas citas que son falsas.

-Si, claro. Algunas son obvias pero con otras hay que prestar atención para detectarlas…

-¡Nooo! ¿Qué importa? (Risas)  Es divertido suponer que algo lo dijo Ringo Starr o John Lennon. Quedémonos con eso.

Y si Saborido lo dice, nos quedamos con eso.

@limayameztoy