Pensar la guerra es como auscultar a un muerto que a veces tose. Así lo resume Juan Terranova en su novela Puerto Belgrano, editada por Literatura Random House y en la que aborda los acontecimientos históricos en torno al hundimiento del Crucero General Belgrano, ocurrido el 2 de mayo de 1982. Pero, aun cuando estos hechos sucedieron en tiempos de pleno conflicto armado, esta es, eminentemente, una novela de posguerra.

Se trata de un relato en el que la trama se desarrolla casi como en una argumentación dialéctica: Terranova articula un tono de análisis comparativo para incorporar hechos y situaciones concretas de la historia bélica con una notable densidad narrativa para ofrecer las reflexiones a las que llega y las circunstancias en las que transcurren los días del personaje principal, un médico cirujano de la Armada Argentina.

El teniente de navío Eduardo Dumrauf es destinado a prestar servicio en la nave que se dirige a Malvinas pocos días después de producirse el desembarco argentino en las Islas y se encuentra a bordo junto a casi 1100 tripulantes cuando es torpedeado fuera de la zona de exclusión trazada por el propio Reino Unido, lo que produce el inmediato hundimiento del Crucero, lleva a la muerte a más de 300 soldados y al naufragio en aguas violentas al resto de los hombres a bordo.

A partir de allí, la narración azota junto con el viento helado que quema la cara de los náufragos, con las dudas y las certezas que imprimen los hechos no tan pasados, no tan recientes. Si no hay posiciones inertes ante la literatura en sí, menos puede haberlas (en esta parte del globo, al menos) ante una novela que pone a marchar ante nuestros ojos la multiplicidad de lecturas posibles sobre una guerra que representa un hachazo en la línea de tiempo que compartimos como nación, como pueblo.

Pero además, el autor elige para contar su historia la perspectiva de un marino de carrera, claramente instruido en los valores militares, en la disciplina, la corrección y el furor para seguir órdenes sin cuestionar. Un soldado, sí. Pero un soldado que pierde sin combatir, uno que, entonces, no puede ser un héroe.

La guerra no transforma a los hombres en mendigos sino en una corte de los milagros, en un desfile del día de los muertos. Perder una guerra, ser torpedeado, ser hundido, ser rescatado, te exilia de tu propio orgullo, castiga tu vanidad altiva de soldado”, sentencia Terranova y tensa nuevamente las sogas de la memoria.

Desde el mismísimo título el libro opera como elemento fijador. El barco hundido es, para su tripulación, para este personaje de la ficción, para tantos directa o indirectamente interpelados por los sucesos históricos, un puerto de llegada, un lugar de amarre, un punto de anclaje donde la patria y sus duelos se quedaron detenidos.

Por eso Puerto Belgrano es una novela de posguerra, porque nos habla de esa parálisis vertiginosa que sigue siendo Malvinas… un muerto que de vez en cuando tose.