En ¡Florecieron los neones! (Odelia Editora) J. P. Zooey lleva a mayor tensión la cuestión de la seudonimia que había sido una de sus marcas anteriores. Aquí, no es sólo un escritor que firma con un nombre falso (Piglia dixit): la portada anticipa una obra firmada por Narciso Falopio que constituye “un hallazgo de J.P. Zooey”. La introducción explica que Zooey, lector ávido sin dinero, arma su biblioteca con los ejemplares descartados de los concursos del Fondo Nacional de las Artes y que, en esas sobras, encuentra ¡Florecieron los neones!, firmada por Falopio nombre que, como es de estilo en los concursos, es un seudónimo que también remite a otro y etc., etc., etc. El prólogo en el que narra este hallazgo se transforma, además, en un ensayo erudito sobre el texto con cortes cuyo sentido se entiende en el epílogo y una bibliografía que incluye tanto Si esto es un hombre de Primo Levi o El gay saber de Nietzsche como un delirante tratado sobre El tostado intenso publicado por la Sociedad Rural del Plata.
En esta línea, el desarrollo de la novela deriva en la cuestión de la realidad. Narciso Falopio, el protagonista, cumple 40 años y es abandonado por su mujer. Es hijo de una desaparecida y un asesinado por la dictadura. Busca construir, con una impresora 3D, “un poema tecnológico para recuperar la fe”, porque la realidad se le deshace.
La electricidad es la fuente de energía y los hechos narrados están puntuados por los cortes de luz. “Cuando se corta la luz se produce una revolución material. Las cosas conspiran contra las expectativas, se dijo”. La pelea es precisamente esa, la de las cosas contra las expectativas, la de la realidad contra las interpretaciones. Mientras Falopio duda, perdido en lo que denomina “stress semiótico”, Nervina plantea el polo opuesto: “Yo necesito que las palabras signifiquen una cosa, sin comillas ni nada. Y necesito que las cosas sean una sola cosa por vez”. Una necesidad que no es más que la contracara de las dudas de Falopio, la sospecha de no saber qué somos. Qué, ya no quién, porque como le plantea el viejo Bubú: “queremos una sociedad pacífica, compuesta por ciborgs amigablemente programados. Posiblemente tu fervor por la sospecha, tu voluntad de correr el velo de Maya y tus visiones, Falopio, sean el resultado de una profunda insatisfacción con ser ciborg. Quizás cuando repares tu poema tecnológico y encuentres la fe, halles cobijo en los circuitos”.
Y es en esa búsqueda en la que Falopio consume la historia, aunque la carta final vuelva a poner todo en cuestión nuevamente y volvamos a pedir, por favor, sabiendo que es imposible, que las palabras signifiquen una cosa y las cosas sean una sola cosa por vez.
*Gabriela Urrutibehety es escritora, periodista y profesora. Autora de Con la muerte a cuestas, La banda de los seguros: discreta geografía criminal y Tres tipos ¿difíciles? Sigue el blog Diario de lector.