Ana Wajszczuk habla rápido y con entusiasmo. Ahora tiene la forma de una voz enérgica que surge desde el teléfono celular. Me dice que más no le puede pedir a este libro. Habla de Chicos de Varsovia (Sudamericana), una historia que recrea el levantamiento del ejército nacional polaco ante la ocupación nazi a mediados de los ´40, y que además recorre la historia de su propia familia, los pilares sobre los cuales se erige su propia identidad.
La autora estará este sábado a las 18 en el Café Emilio Alfaro del Teatro Auditorium de Mar del Plata, para presentar este libro en una entrevista a cargo del periodista Martín Kobse, con entrada gratuita.
“Es un intento por capturar algo del pasado que, en realidad, es inasible, que se escapa y que todo lo que podemos tener de él son relatos, ideas, algunos datos concretos pero nunca lo que obtenemos es el pasado en sí”, empieza explicando esta escritora que además es poeta y periodista.
Chicos de Varsovia es como un cubo rubik literario. Las y los lectores vemos la historia desde diferentes planos, con diversos matices. Y cuando una pieza parece encontrar su lugar en uno de los lados, se mueve otra en la cara adyacente y el paisaje general cambia de nuevo. Ana escribe una historia familiar, personal, un viaje, una identidad -que no puede no ser colectiva- y una tragedia histórica, a través de un constructo hilvanado de detalles, sostenido y firmemente anclado en la memoria.
“Todo el mundo, en algún momento de la vida, quiere saber sobre sus antepasados“, confirma del otro lado del aparato y deja pasar un breve silencio en la difusa línea de ondas electromagnéticas que la separa de la tarde lluviosa de Mar del Plata. Me cuenta que las y los lectores le escriben a su facebook (Ana Wajszczuk) “mensajes increíbles“, donde le agradecen por haber tomado la iniciativa de contar esta historia, porque a partir de haberla leído se les despierta “las ganas de saber” de dónde vienen, quiénes les precedieron, qué historias se tejen en ese pasado que nos trajo hasta acá.
La historia de los chicos de Varsovia está atravesada por un viaje que Ana hizo con su padre a Polonia, donde experimentó las diferentes estaciones de los homenajes que se realizan a los héroes protagonistas del Levantamiento de Varsovia, ocurrido el 1 de agosto de 1944, un ejército compuesto esencialmente por adolescentes y jóvenes que lucharon sin formación ni armamento, esperando la ayuda de aliados o rusos… o alguien.
“Yo quería que el viaje fuera el hilo conductor, pero no tenía idea de que la iba a escribir en primera persona. Sabía que quería contar la historia de mi familia. Tenía muchas cosas por saber, fui recopilando, estudiando, leyendo mucho, desgrabando entrevistas. El tono y el modo fueron apareciendo con el correr del tiempo. Pero el trabajo de la edición es fundamental”, cuenta quien además fue encargada de prensa editorial durante muchos años y aun es editora. Ahora le toca también estar del otro lado.
En la conversación que entablamos unas horas antes de que llegue a nuestra ciudad le digo que, además de que el pasado siempre es escurridizo, en este caso en particular, no hay mucho material disponible sobre el Levantamiento de Varsovia, no es un hecho tan conocido, donde recurrir a numerosas fuentes. Ana me corrige: “En Polonia hay muchísimo material, pero hay muy pocas traducciones. Es un material inaccesible para mí porque no hablo polaco -estudio pero es muy poco lo que entiendo- y cuando veía todos esos libros me quería morir. Pero entendí que ese era el verdadero vínculo con el lector: la posibilidad de ir descubriendo juntos esta historia, entender las tramas que la atraviesan, acercarnos a los hechos que estamos reescribiendo de alguna manera“.
En el desarrollo de la historia, que es una y es múltiple, la autora se apoya en la investigación que había realizado uno de sus tíos, a quien no conocía, que vive en Estados Unidos y que ya había reconstruido el árbol genealógico que los tiene a ambos en algún extremo. “Waldemar es el primero al que agradezco porque a través de sus inquietudes me transmitió ese deseo de conocer, de desentrañar ciertas cosas, de analizar y entender cómo es que pasó todo esto, qué es lo que pasó, de hecho… de dónde venimos”.
Pero además, su motivación es una deuda pendiente, una búsqueda acallada por generaciones. “Yo quería devolverle a mi papá parte de su historia. Él, de chico, vivía como en una micro Polonia implantada en Argentina. Es una historia que se repite en las personas que son hijas de inmigrantes: mantienen sus costumbres, sus tradiciones, su idioma, sus comidas, por lo menos hasta que empiezan la escuela”.
En la búsqueda de conocer el derrotero que llevó a tres primos de su abuelo a participar del levantamiento, y con una foto de familia como punto de partida en el que nada puede adivinarse del hecho tan trágico como heroico que motiva la investigación, Ana también revisa su propia identidad y sus vínculos.
“Mis abuelos paternos eran personas misteriosas, mi abuelo murió cuando yo era muy chica y con mi abuela pude tener una relación pero no muy cercana. Ellos hablaban con mi papá y su hermana en polaco, eran muy serios, a los chicos casi no nos hablaban. Creo que poder escribir este libro es una forma de reconstruir ese lazo“.
La escritora estará en Mar del Plata para compartir su experiencia con quienes quieran escucharla y conocerla. Antes de cortar, me anticipa que también estará su padre en la charla, el mismo a quien a lo largo de las páginas de este libro vemos caminar al lado de Ana-o unos pasos más atrás- por Varsovia, sosteniendo por momentos un silencio desgarrador ante cada placa, cada tumba, como en una interminable extensión de ese minuto-homenaje de cada 1° de agosto a las 17, en cualquier calle de la ciudad que fue defendida por un ejército de chicos y chicas, y luego arrasada como represalia por el nazismo, hasta asimiliar su paisaje al de una tierra baldía.