Los que escribimos nos soñamos pescadores de lectores. Nos desvelamos para construir un comienzo impactante, que retenga al lector en nuestras redes. Ese trabajo, el comienzo de un texto, al que hay que volver una y otra vez, es nuestro mayor dolor y nuestro mejor placer. Leer “comienzos” es una manera de aprender. Claro, uno se pregunta, cómo llego a esto.

Borges, el ubicuo Jorge Luis, escribió textos memorables, pero subrayo el comienzo de “El Muerto”, donde resume toda la historia del relato, y se hace el desentendido, y nos dejó aprisionados en su red textual:

Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece de antemano imposible. A quienes lo entienden así, quiero contarles el destino de Benjamín Otálora, de quien acaso no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que murió en su ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil.

Por un defecto profesional veo en este comienzo un texto cuasi periodístico. Cuando uno avanza, comienza a olvidarse de estas claves y se enreda nuevamente en la vida de Otálora como si la estuviese descubriendo.

Un caso diferente, y también extraordinario, es “Casa tomada”, de Cortázar. Comienza así:

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete…

Como se ve, es un comienzo tibio, moroso, pero que anticipa el contraste entre hoy y ayer; y asoma el peso de la tradición familiar (¡desde bisabuelos!), y la relación entre los hermanos, que rápidamente se evidencia como asfixiante…

Después de estos comienzos, ¿cómo no seguir?