-¡Qué hombre difícil este Rosas… pobre Manuela! Bah, pobre Máximo, en realidad. Queremos tanto a Máximo…-digo mientras me acomodo en las sillas elegantemente vestidas de la biblioteca del hotel.
-¡Ah! -deja salir un suspiro que acompaña con un movimiento de hombros– es el hombre de mi vida… – suelta conteniendo la risa.
Florencia Canale se refiere al yerno de Juan Manuel de Rosas, que tiene un importante rol en su última novela. Habla de estos personajes pausadamente. De vez en cuando deja suspendida la mirada en el vidrio que da a la calle y más allá, a la playa que esta tarde está rala de gente y de verano. A veces golpea la mesa con las uñas, como quien anota un punto y aparte, pero con la decisión que se requiere para pulsar una máquina de escribir antigua. Por momentos, dibuja con las manos un círculo, como si manejara con sumo cuidado una bola de fuego y se divirtiera paseándola por la mesa, fascinada por la luz y el calor de lo que tiene entre manos.
Ella es la autora de La hora del destierro, novela que vino a presentar a Mar del Plata en el ciclo de charlas que durante la temporada lleva a cabo el grupo editorial Planeta en nuestra ciudad. Este libro es el cierre de la trilogía sobre Juan Manuel de Rosas que comenzó con Sangre y deseo y siguió con Lujuria y pasión.
Esta saga le llevó mucho trabajo de investigación y le trajo innumerables satisfacciones, pero ella explica que, en los últimos tiempos, estaba muy cansada de convivir con ese Rosas: “Necesitaba sacármelo de encima, no podía respirar ya. Aunque se trata también de extrañar al verdugo, en algún punto. Porque, por supuesto, me enamoré, lo detesté… pero, con esta última novela yo fui Manuelita, entonces, en cierto modo, yo quería terminar de una vez. Y aun así, esta novela es la muerte del padre. Fue muy difícil, no porque no supiera qué hacer, pero entrar en esa zona daba un poco de miedo”.
Hablamos de la paciencia del personaje de Manuela, pero también de su entereza y su decisión al elegir formar un matrimonio con el que su padre, el que había sido el hombre más poderoso de estas tierras, no estaba de acuerdo. Y ese tironeo entre marido y padre…
-Debe haber sido agotador…
-¡Por favor, terminémosla! Salgan de acá un poco… quiero hacer mi vida- Florencia alza la voz y hace el gesto de deshacerse de un peso enorme- ¡Dejen de pedirme cosas, estoy cansada!- vuelve a ponerse en la piel de ese personaje que por momentos parece habitarla aun en esta conversación, cuando el proceso de escritura, la convivencia, terminó hace rato.
Insiste en que la conmovió la entereza de esa mujer que debió lidiar con ese padre y “que pudo, a pesar de ese hombre, tener la cintura para aceptar sus condiciones, las cosas que le hacía el padre, y esperar. Porque después el vínculo se reestablece, a pesar de Rosas, que hace todo el tiempo todo lo posible para romper con todo el mundo. Todo el tiempo buscando la bravuconada, el chiste, el sarcasmo… insoportable. Todo el tiempo quiere confrontar y romper. Y esa hija también tiene la inteligencia para trabar, hacer ‘om’ y reírse con ese padre, y ser uno, por momentos. Y encontrar el equilibro con su marido… ella logra nadar esas dos aguas”, sintetiza.
Hablamos de esta Manuelita como si fuera Manuelita… ¿hay responsabilidad en la ficción, por ejemplo en el caso de la novela histórica?
-Saer decía que no hay verdad más verdadera que la ficción, o algo así. El género permite a quienes lo usamos tomarnos algunas licencias, pero claro, también exige verosimilitud y anclaje con la historia. Yo, que soy bastante obsesiva, culposa y superyoica, me exijo todo lo que puedo para quedar cubierta en lo real. Yo no estoy inventando una historia, esa historia ya fue vivida, hay más o menos responsabilidad y exigencia dependiendo del grado de obsesión de quien la ejecuta.
-Cierto es que pudiera no haber toda esa investigación, esa máxima rigurosidad y aun tendríamos una novela sobre Rosas. El Rosas que seguimos construyendo porque, de hecho, cuando lo revisitamos, y revisitamos esa época, lo seguimos pensando y debatiendo.
-Exactamente. Además, Rosas devino en mito. Entonces, estamos todo el tiempo revitalizando esa figura y es el día de hoy que despierta pasiones, preguntas, polémica. Como un palimpsesto: capas sobre capas sobre capas… y vamos manejando esa masa para armar el muñequito que cada uno quiere. Hay una base y después cada uno le va poniendo más divisa punzó o menos. Más sangre o menos sangre.
Me parece que en el mapa actual de la literatura, y en el segmento de la novela histórica específicamente, hay unas facciones, unos grupos. Pero vos no encajás en ninguno.
-Soy la única que escribe novela histórica, sobre nuestros hombres y mujeres del pasado, sin personajes inventados. Yo no escribo solo sobre amor, o sobre historia y política. Estoy acostumbrada a ser una outsider… y me gusta. Me meto en las emociones, sí. Me meto en los sentimientos. El amor, como concepto, me parece extraordinario y apabullante, pero la historia me interesa, la política, lo social, los grandes movimientos… eso me interesa.
La autora traza sus líneas sobre el mapa actual de la literatura, sobre esta corriente del género histórico que desde hace varios años motoriza los números en las estadísticas, y en las cajas registradoras de las editoriales. Acompaña sus palabras con las palmas ahuecadas, otra vez moviendo esa esfera incandescente sobre la mesa. Me cuenta que la invitan a festivales y mesas y debates, que tiene muy buena relación con muchas de esas escritoras que, claramente, pertenecen a otra escuela. Y me recuerda que también existe esa otra facción de la novela histórica, “de la que forman parte algunos pocos varones, donde el amor no existe, es todo espada, tiro, sangre y fuego…”
Muy estereotípico…
-Sí, tanto lo uno como lo otro. Y yo estoy ahí… me tiro más de cabeza a la historia y me interesan los movimientos y los personajes. Si encuentro que la vida privada de un personaje está repleta de contradicciones, de secretos y lados oscuros… ahí entré.
@trianakossmann