Carolina Tosi, doctora en Lingüística, mágister en Análisis del Discurso, profesora y licenciada en Letras, investigadora, escritora y crítica especializada en literatura infantil, es una de las tres invitadas a la nueva edición del ciclo “De amor, de locura y de muerte”, que se llevará a cabo este jueves a las 18.30 en el auditorio de Osde.
Tosi es una prolífica autora y Salta salta, el príncipe rana (Colección Versionaditos de Riderchail), en colaboración con Damián Zain, es su último cuento publicado. “Se trata de un libro que quiero mucho. Allí pude contar a mi manera una versión de la historia clásica del príncipe rana, con una princesa poco común, alejada del estereotipo” describió en una charla con esta revista, en la que se puede comenzar a disfrutar de su conocimiento, antes del encuentro organizado por Leemos, Aula Abierta y Osde.
¿Sentís que la literatura orientada al público infantil tiene responsabilidad de formar, transmitir ciertos valores, además de atraer, entretener?
-No, para nada, la literatura infantil y juvenil (LIJ) no tiene ninguna responsabilidad. Por el contrario, el sentido de la literatura, como el de cualquier manifestación artística, no es ese. Pero sin dudas la formación y transmisión de valores son funciones que se le suelen atribuir a la LIJ. De hecho, desde sus orígenes, la LIJ ha cumplido una función ética y pedagógica. Según Maite Alvarado, desde la ilustración los niños fueron pensados en términos de sus supuestas necesidades, como si a partir de la leche materna, todo lo que se les diera tuviera que ser inexorablemente nutritivo, transformador. Esto también habla del imaginario que se ha construido sobre los chicos ¿no? Por décadas, fueron considerados como meros receptores, como recipientes que absorbían valores y simplemente los incorporaban. Pero, por otro lado, también se puede explicar esta pretensión de que la LIJ inculque valores a partir de a los vínculos que, desde sus inicios, ha mantenido con el sistema educativo. Como sostiene Marcela Carranza, la literatura para niños se desarrolló como respuesta a las necesidades de la escuela, y el resultado ha sido la fuerte vinculación que se mantiene entre ambas actualmente. Pero en realidad, la finalidad de la LIJ, como la de la literatura a secas, es simplemente –y lo que es muchísimo– contar una historia a través un tratamiento estético y artístico de las palabras y movilizar al lector.
A la hora de escribir, ¿qué viene primero, plantearte el mensaje que querés dar o la historia que querés contar?
-Siempre la historia. Y en ese sentido yo me propongo a través del uso estético de las palabras y del entramado del texto contar una historia y provocar algo en el lector. Qué, no sé. Eso va a depender de cada experiencia de lectura. Hay lectores que ante una misma historia sienten placer; otros, incomodidad; otros identificación; otros, curiosidad o extrañamiento. Todo vale. Lo importante es atraerlos, moverlos, impactarlos, generar un sentimiento, que salgan un poco cambiados de esa experiencia artística. Nunca me propongo bajar línea o inculcar un determinado valor, solo busco contar una historia. Es cierto que cuando se escribe un libro no se sabe qué puede pasar con él. Yo en eso no pienso, pero luego me sorprendo con lo que ocurre. Muchos de mis libros suscitaron actividades, propiciaron charlas, producciones grupales y hasta proyectos institucionales en las escuelas. Por ejemplo, en El sol escondido (Edebé), yo buscaba contar la historia de una nena que se siente diferente y decide no hablar más y para ello esconde sus palabras. En los colegios, lo leen chicos de primario y secundario y a veces funciona como punto de partida para hablar de la diversidad, los prejuicios y la discriminación. Eso es algo que yo no busqué, pero pasa. Es decir, cada libro es como el grito en una montaña: los ecos que pueda ocasionar nunca se pueden conocer ni controlar. Y eso también es maravilloso. Siempre me sorprendo con lo que la literatura genera, con lo que los lectores hacen con ella.
¿Qué te inspira?
-A veces algún problema o conflicto que veo o me cuentan me hace imaginar una trama. Eso me ocurrió al escribir El sol escondido. Una amiga mendocina me contó que cuando llegó a Buenos Aires no quería ir al colegio porque sus compañeros se burlaban de cómo hablaba. Entonces, comencé a pensar otras formas de reacción ante esta situación. Así surgió la historia de Yuriana. En otras ocasiones, para escribir me movilizan hechos de la realidad y a partir de ellos armo una historia. O simplemente un hecho aislado me inspira a crear una historia que nada tiene que ver con el suceso original. Por ejemplo, mi novela La red del miedo (Edebé), que fue escrita en 2011 y publicada en 2012, se me ocurrió a partir de una serie de hechos específicos. Uno fue el surgimiento de la redes sociales, como Facebook, que me hizo cuestionar sobre las relaciones interpersonales y como es esto de considerar “amigo” a alguien que ni siquiera se lo conoce personalmente… Me impactó mucho el tema y esto me llevó a pensar qué pasaría en una sociedad cuyos integrantes solo se comunicaran en forma digital, sin el intercambio directo y afectivo entre las personas. Otros hechos que tomé como punto de partida fueron el terremoto y tsunami que se produjeron en Japón en 2011. Sin dudas, desastres naturales como esos, me llevaron a imaginar “el temblor” de la novela. En este sentido, la preocupación tanto por la tecnología como la ecología son los motores que de alguna manera movilizaron la trama de esta novela de ciencia ficción.
¿Qué desafíos plantea el boom editorial que está teniendo el segmento de la literatura infantil?
-Lo bueno de ese boom es que hay un mayor espacio para publicar y para experimentar géneros, temas, formatos. Me parece que hay una gran apertura y eso es muy positivo. Quizás el riesgo para un autor sería someterse a las reglas del mercado, y cumplir con pedidos de libros por meras razones comerciales, sin llegar a apasionarse o comprometerse con lo que escribe, es decir encarar un proyecto solo para publicar y ganar plata. A veces hay editoriales que buscan replicar temas o géneros exitosos y convocan a autores para hacer libros por encargo. En mi caso particular, las editoriales que me piden libros me dan mucha libertad de temas y de tratamientos. A veces no tengo ninguna restricción, solo me piden que les envíe una obra para evaluar y publicar; otras me piden material para determinada colección o rango de edad de los lectores. Pero también me ha sucedido que me convoquen para escribir sobre un determinado tema. Yo en esos casos escucho la propuesta. Si representa un desafío para mí y me convoca, puedo intentarlo. Por ejemplo, este año Edebé publicó una antología sobre cuentos relacionados con la vida de San Martín a propósito del bicentenario del Cruce de los Andes. A mí siempre me pareció cautivante la red de espías que había formado San Martín, pero nunca había tenido tiempo para investigar. Por eso cuando Ana Lucía Salgado, la editora de la antología, me hizo la propuesta no lo dudé: enseguida, me concentré en buscar información sobre esos héroes silenciosos. Así surgió “El espía de la Cordillera”, un cuento que ficcionaliza la vida de José Antonio Condarco, ayudante de campo de San Martín. Ahora soy fan de Condarco: es increíble lo que hizo. Antes del Cruce oficial, él solito cruzó la Cordillera para recabar información sobre la topografía y averiguar cuáles eran los pasos más seguros. Un verdadero héroe. Es decir, yo solo acepto escribir historias a pedido cuando la propuesta me entusiasma y me apasiona. A veces son historias que si no me las pidieran no se me ocurrirían o me animaría a escribirlas.
¿Hay algún personaje de tus cuentos al qué le tengas más cariño ¿Por qué?
-La verdad que disfruto mucho de escribir. Demasiado. Cuando termino un libro, tengo dos sensaciones contrapuestas. Por un lado, alegría por haber terminado un proceso creativo que me encanta hacer. Por otro, algo de tristeza ya que me suelo encariñar con la historia y los personajes, y dejarlos me da mucha pena: hasta diría que los extraño. Creo que a todos los personajes les tengo cariño: a Aquiles y Violeta de Aprendiz de héroe (Salim), a Valentina de Cerro Dulce (Amauta), a la princesa desvelada de La princesa trasnochada a Dante y Lucía, los hermanos de ¿A qué jugamos? (Uranito), entre muchos otros. Hasta extraño a los personajes malvados. Pero sin dudas esa tristeza enseguida desaparece cuando comienza el proceso de edición del libro y más aún cuando lo veo terminado e impreso, y luego es leído y comentado por los lectores.