¿Por qué grita esa mujer?
Con un fragmento del poema de Susana Thénon empieza el libro Chicas Muertas, escrito por la autora entrerriana Selva Almada y publicado por Literatura Random House. Un libro que se publicó un año antes de aquél 3 de junio, el mismo que se constituyó en bisagra para los movimientos sociales y feministas argentinos y de buena parte de Latinoamérica.
Y es que, antes de Lucía y las otras, del relato del horror, de la furia, las calles, el grito más fuerte, el reclamo sostenido, antes de eso, Almada se entera, conoce por cuestiones fortuitas, se acuerda, escucha que hay más: chicas del interior, casos que fueron perdiendo resonancia, que quedaron “sin resolver”.
Entonces, investiga por tres años y escribe. No encuentra a los asesinos, claro. No es una novela policial, es un libro de no-ficción, donde la literatura y la experiencia de una narradora vuelven a formular las preguntas, ponen sobre la mesa las emociones y sensaciones que parecían estar dormidas, que nunca se fueron.
Son los casos de tres chicas que le llaman la atención. No las conocía, todas habían sido asesinadas en la década del ’80, del interior del país y, como muchos de los crímenes contra las mujeres, seguían impunes.
María Andrea Danne recibió una puñalada en el corazón mientras dormía en su cama, en la habitación contigua a la de sus padres, en San José, provincia de Entre Ríos en 1986. La autora escuchó la noticia en la radio cuando tenía 19 años.
María Luisa Quevedo era de Presidente Roque Sáenz Peña, Chaco y la encontraron flotando boca arriba en un río, estrangulada y violada, en 1982. Almada se entera del caso 25 años después, por el recorte de un diario local.
En cambio, sobre la desaparición de Sarita Mundín escucha, alguien le cuenta. Se habla del tema. Había ocurrido en 1988 y nueve meses después de que se reportara desaparecida se hallaron unos restos humanos a orillas de un río, pero la familia de la chica niega que se trate de ella. No está claro si fue asesinada.
En el relato no solo aparecen los hechos, las reconstrucciones, los testimonios y los recuerdos, las sospechas y los dolores de familiares y gente cercana de las víctimas, las crónicas en los medios en las que los nombres de las tres van desde la primera plana hasta desaparecer a medida que pasa el tiempo, que la noticia se hace vieja. También está puesta ahí la vida de la autora, sus recuerdos de adolescencia, sus gustos, los detalles de algunos días inolvidables, la atmósfera de cada pueblo y de su propio pueblo, de cuando ella era una chica con sueños y miedos, como las otras.
Los recuerdos se superponen, las muertas nuevas tapan las escenas de las muertas viejas, las crueldades se confunden, los titulares las asocian. Y Almada, que recorre, pregunta y comenta, cuenta también la continuidad de una violencia arrastrada, larga, que viene de otros años, los más oscuros.
Así, también, a través de su prosa, la autora explora, con su ritmo y su registro, el de un pueblo caluroso a la hora de la siesta, y otra forma de mantener viva la memoria de nuestras muertas.
@trianakossmann