Algunas amigas me dicen que salga de ese estado de contemplación melancólica sobre la muerte y la tragedia que es la pandemia. Mi analista me dice que no tengo que caer en la negación. Me explica -cada vez que vuelvo sobre el tema- que es un proceso y que, si lo sigo trabajando, voy a aprender a transitarlo sin que genere tanto dolor. Es más complejo, pero en última instancia tiene que ver con caminar a través del duelo, de la pérdida de las personas y las libertades, de una forma de vida. Y aceptar, finalmente, ese temita de que todas las personas que amamos, tarde o temprano, se van a morir. Y nosotras, nosotros también. Por ahora solo lo puedo ir escribiendo.

Perdí algunos pocos seres queridos en este tiempo, conocidos, la mayoría lejanos. Me contagié de Covid dos veces, la versión 2020 fue muy dolorosa y del tipo persistente, de la que lleva meses de recuperación. La segunda, con vacunas y en comparación con la experiencia inicial, fue una semanita de descanso obligado. Por las secuelas de la primera, me pasé un par de meses viendo aparecer luces y destellos desde detrás de las letras cada vez que intentaba leer. ¿De todas las secuelas que podría haber tenido justo me viene a pasar en la vista? Pasé a los audiolibros, por supuesto, y a rehabilitación.

Ahora ya puedo leer y escribir. Los flashes aparecen sólo de vez en cuando. Pero puedo y lo vivo como una especie de triunfo. Sin embargo, de alguna manera, creo que en mí también al final la tristeza ha sedimentado. Resuena, como una ola que vuelve insistente a la misma orilla. Y pienso en toda la gente que ya no va a leer, ya no va a poder disfrutar de lo que yo disfruto ahora. ¿La culpa del sobreviviente?

II

Se habla poco de esa angustia que a mucha gente le viene dejando la pandemia, la crisis global, las pérdidas, el cambio cultural que implica esta nueva forma de relacionarnos. Un estudio reciente del Programa para el Desarrollo de la ONU atribuye esta situación, no sólo a los múltiples efectos concretos por la irrupción de la enfermedad en la historia mundial, sino también a la crisis climática, la hambruna y los conflictos armados, entre otros factores aledaños.

“En los años que precedieron a la COVID-19, las personas tenían una vida que era, por lo general, más sana, más próspera y con mejores condiciones. Aun así, empezó a arraigarse una creciente sensación de malestar que ahora ha cobrado fuerza (…) A diferencia de cualquier otra crisis reciente, ha arrasado con muchas dimensiones de nuestro bienestar y ha hecho retroceder el desarrollo humano”, dice la presentación de ese informe.

El estudio de Naciones Unidas también menciona las tecnologías digitales como uno de los potenciadores de la angustia y las redes sociales suelen reflejar ese desánimo que parece paralizar en ciertos ámbitos de la vida. Aunque a veces se expresa de una manera muy imprecisa, hay una tristeza que subyace y cobra protagonismo en momentos concretos.

III

En mi experiencia reciente, el arte es lo que me pone frente a esa sensación: Vivir el arte, disfrutarlo, sentir la música, leer un poema (ahora si leo poemas), compartir un cuento, pararme frente a un cuadro. Vivo el arte como la muestra cabal de lo absurdo que es vivir y de lo fundamental que es el goce para soportarlo. Y, a su vez, con ese tormento impreciso que oscila entre “gocemos porque nos vamos a morir” y “para qué intentarlo si igual nos vamos a morir”.

La literatura es siempre el tema que nos convoca en esta publicación y, sin dudas, el tipo de expresión artística con el que más me relaciono. En este sentido, hay que considerar que debe ser una de las artes que lleva más “trabajo” gozar, que exige mucho al que está del otro lado. Las y los lectores no somos espectadores ni escuchas, sin descartar que ese tipo de interacción también es una forma activa, claro, pero aun así no creo que sea tan laborioso como es leer. Leer libros, leer literatura.

Estimo que deben ser pocas las personas que dicen no gustar de la música (en mis 40 años de vida conocí a una sola), pero el porcentaje de gente que no gusta de leer es tan masivo como incalculable. Y es que lleva trabajo, concentración, esfuerzo. No es una actividad que se pueda hacer en cualquier estado de ánimo. Entonces y frente a este contexto de angustia imprecisa ¿Cómo leen las personas tristes?

IV

Hace casi dos años, cuando escribí un breve ensayo para la revista sobre si era posible o no “aprovechar” y leer en el nuevo “tiempo libre” que nos proponía el aislamiento, me vino a la cabeza una novela que, cuando la había leído, me había parecido sosa. Era También esto pasará, de Milena Busquets. Mi lectura era claramente pobre: era uno de esos libros obligados, estaba desmotivada y al terminar me pareció poco verosímil porque no creía posible que alguien pudiera intentar disfrutar en pleno duelo. En fin, sentía como un poco forzada esa melancolía del personaje principal.

Sin embargo, ya desde el principio de la pandemia esa lectura se resignificó y volvió a mi recuerdo de otra manera. No es lo mismo, es cierto, esto es una tragedia mundial. No importa cuánto quieran negarla los que la quieran negar, ni cuánto quieran intentar ignorarla los que la quieran ignorar: los muertos que vi llorar son reales, las personas enfermas con dolores indecibles son reales, las secuelas y persistencias son reales, y toda la angustia que vivimos día a día cuando nos enteramos que tal conocido o conocida se infectó, es tan real como lo que más. Es una tragedia que nos rompió un poco a todos.

V

Fractura, la novela de Andrés Neumann, gira en torno a la idea de una tradición oriental en la que se asigna valor a lo quebrado y arreglado, a las cicatrices, digamos, de los objetos. Esas fracturas remendadas, en vez de ser fallas de una pieza, pasan a formar parte de su historia, se asimilan al objeto y los constituye de manera tal que esas líneas que pudieran ser motivo de descarte, los revalorizan y los embellecen.

Hay días en que confío en que nuestras roturas, provocadas por este evento que se presentó en nuestras vidas y lo cambió un poco (o mucho) todo, van a terminar siendo parte de nuestra experiencia y, de alguna manera, nos enriquecerán. Va a surgir, acá también, la belleza de lo roto. Sé que a mucha gente no le pasa. Que se acostumbró, que pudo volver a su ritmo de vida o, incluso, que nunca lo cambió ni cuando el aislamiento era obligatorio. Personalmente, aun no salgo del “estado de excepción”.

Y es acá cuando pienso en la convivencia entre el dolor y el goce. Sufrir y disfrutar. No hablo de un tipo de masoquismo. Tampoco me refiero a esas veces en que las lecturas nos hace disfrutar sufriendo: Cuando leemos, por ejemplo, esos poemas que parecen encontrar las palabras exactas que expresan sentimientos dolorosos; o esos personajes de las novelas que pasan por “de todo” y solo queremos que se salven.

Otra cosa es disfrutar, gozar incluso, estando triste. Fui a un recital después de dos años y en el medio de las canciones y el agite y las risas con los amigos fui consciente de que toda la gente que estábamos ahí éramos sobrevivientes de una tragedia que, hoy me parece, nos va a perseguir toda la vida. Pero la música seguía ahí y la emoción del arte estaba intacta a pesar de todo, como una especie de reacción animal.

VI

En cambio, la lectura es un tipo de goce que lleva trabajo. Compruebo que se puede gozar de la música con “la cabeza en otra parte”; pero leer, leer libros y comprender, exige otro estado mental. Uno menos grave, más estable. Y no, no puedo dejar de intentarlo. Es lo que soy: soy lectora.

Cuando estoy preocupada pienso en la paz mental que voy a alcanzar cuando pueda ir al sillón a leer, cuando estoy feliz me acuerdo de libros que me hicieron feliz, cuando estoy melancólica pienso en lo hermoso que es leer libros melancólicos, pero cuando estoy triste solo puedo estar triste lejos de los libros. Puedo, en general, ver series, escuchar música, hacer alguna actividad física, puedo juntarme con amigos, pero no puedo leer libros. Y eso, por supuesto, me pone más triste.

En esos momentos me conformo con “otras” lecturas: notas y artículos en los medios, posteos en redes sociales (demasiados), entro a los perfiles de las editoriales que me llaman la atención, leo reseñas de libros y elijo los que quiero y seguramente después no consiga en las librerías, pienso en las lecturas pendientes y hago planes sobre los libros que voy a leer cuando pase de fase y vuelva a la contemplación melancólica, esa que, aunque nos deja en opacos, al menos permite leer, leer libros.

Entonces me doy cuenta, salta a la vista la respuesta a la pregunta, como Neo cuando se despierta en el Nabucodonosor después de haber visto la Matrix por sí mismo. Aparece ahí, desnuda, posible, dolorosa pero tranquilizadora. ¿Cómo lee la gente triste? Lee como puede.

@trianakossmann