*Por Martín Kobse
Hablar de talleres literarios en Mar del Plata deriva, inexorablemente, en la referencia a Daniel Boggio. Su taller, por el que pasaron muchos de los escritores de la ciudad, se desarrolló entre los noventa y la primera década de este siglo. En la biblioteca de las Naciones Unidas, mayormente, en la sede de la universidad privada Caece, y en domicilios particulares.
Boggio publicó la novela Las cenizas de la fantasía, el libro de cuentos La vaca aficionada a la fellatio y, junto a Marcelo Marán, Tierra dividida, una recopilación de relatos y poemas. Hincha de Racing, muy buen jugador de ajedrez y de billar, Boggio era principalmente un voraz lector.
“Lo que más recuerdo del taller de Daniel es cómo nos enseñaba a analizar críticamente un texto”, evoca Miguel Hoyuelos, autor de siete libros, algunos de ficción y otros de divulgación científica. “Nos insistía con que escribiéramos; decía: ´Si están acá es porque les gusta escribir. Y si a uno le gusta hacer algo, sea lo que fuere, tiene que hacerlo`. Y no había excusas para ir al taller sin textos; teníamos que llevarle nuestras historias escritas. Entonces empezaba un proceso clave: leíamos por turnos y nos pedía un análisis. Después, él hacía el suyo. Generalmente era muy duro con la crítica, pero fundamentaba absolutamente todo. A veces, costaba escuchar esas críticas. Pero esas palabras duras eran muy necesarias y creo que constituían lo fundamental del taller”, precisó Hoyuelos.
Mauro De Ángelis, autor del libro de cuentos Vía Crucis, confió a Leemos lo injusto que considera limitar el valor de Daniel Boggio al ámbito de los talleres literarios. “Puede parecer que hablamos de esos maestros brillantes en su labor, aunque deslucidos y tediosos en su vida cotidiana; Boggio, por suerte, no era así. Resulta imposible relacionarlo con la palabra tedio. En cualquier ámbito –un bar, un aula o en la calle misma-, su presencia original, su talento y su humor dominaban todo. Nunca pasaba desapercibido”, amplió De Ángelis.
Al nivel de exigencia que destacó Hoyuelos, hay que sumar las lecturas que atesoraba y que le permitían recomendar autores de los más variados en cada encuentro del taller. Alguna vez les dictó un listado de autores y títulos en el que figuraban desde El Quijote de Cervantes hasta Triste, solitario y final de Osvaldo Soriano. Autores del siglo XIX, como Balzac, Flaubert, Conrad y Poe. Y del XX, como Camus, Faulkner, Hemingway, García Márquez, Borges y Abelardo Castillo, entre tantos otros. Uno de esos listados permanece entre lo más preciado de los archivos de Ignacia Sansi, autora del libro de cuentos Tomate el 29, que acercó una copia a la redacción de Leemos.
Fernando Del Río, autor de la novela Furca, la cola del lagarto -junto a Sebastián Chilano-, también evocó el origen de ese listado: “Las clases, supuestamente, empezaban a las 19 y terminaban a las 22. Como sucedía siempre, el tiempo no alcanzaba y quienes querían continuar se trasladaban algunas cuadras hasta el almacén Condal, un bar que estaba en la esquina de Alsina y Garay. Pero una noche de mucho frío, Boggio propuso ir al café Atalaya, en la calle Güemes. Varias plumas destacadas, como Jorge Chiesa o Mauro De Angelis, estuvieron esa noche en la que Boggio elaboró una guía de lectura citando cien textos con sus respectivos autores”.
A su método de corrección, carente de concesiones e indulgencias frente a oraciones mal construidas, situaciones inverosímiles o personajes definidos ambiguamente, y a la variedad y calidad de los libros que recomendaba leer, hay que sumar como característica fundamental del taller, las salidas que Boggio proponía a los aspirantes a escritores.
Aly Corrado Mélin, autora de los libros de poemas Dicen que dicen y Quejosos in de floter, entre otros, recuerda esas salidas: “Íbamos a bares, sótanos donde cantaba gente muy desafinada, o a boliches para gays, como se los llamaba por aquellos años. Daniel nos pedía que observáramos a esa gente y que escribiéramos acerca de cómo serían sus vidas. Nos desviaba de nuestras comodidades y desde esos sitios nos desafiaba a contar historias. Había humo y alcohol, pero nunca faltaban las charlas sobre literatura, con eje en algún autor y en un libro determinado”.
Como bien recuerda De Angelis, Boggio no tenía el aspecto de un docente aplicado, exigente y obsesionado con la ortodoxia académica. A esto se refirió, también, Hoyuelos: “Daniel tenía el aspecto de un tipo medio loco, hippie, bohemio… Jamás llegaba a horario. Sin embargo, a la hora de hacer su trabajo, lo hacía con mucha seriedad y compromiso”.
En concordancia con Hoyuelos, De Ángelis supo escribir lo siguiente, días después de la muerte de Daniel Boggio: “Más que a poner una palabra al lado de la otra, como diría él, a sus alumnos Boggio intentó enseñarnos a mirar el mundo con la cabeza de un escritor: es decir, desmontando las apariencias, profundizando en la realidad hasta llegar al fondo de la experiencia humana. Trató de inculcarnos el buen gusto y el desprecio por lo superficial y lo pomposo. Nos instó a corregir, a empezar de nuevo, a romper, las veces que fuera necesario. Nos dijo que el trabajo artesanal no es enemigo o contrario del genio”.
Boggio murió en febrero de 2011, a los 55 años. El diario La Capital publicó, días después, dos páginas con opiniones de sus alumnos, colegas y amigos. El fragmento antes citado fue escrito por De Ángelis para esa ocasión. Otro de los artículos publicados en el mismo diario fue escrito por Santiago Fioriti. El periodista surgido en El Atlántico, hoy en Clarín, recuerda a Boggio como un gran amigo, con una inigualable capacidad para reinventarse, para recomponerse de tropiezos y fracasos.
Con el paso de los años, las respuestas de Boggio – a veces imposturas o desplantes- se transformaron en enseñanzas inolvidables para cada uno de sus eventuales interlocutores. Ezequiel Casanovas, finalista del concurso de crónicas La Voluntad y cuentista, evoca cuando Boggio compartía un departamento con el ex concejal Héctor Rosso; explica Ezequiel que los visitaba con frecuencia, para hablar de libros y fútbol. “Un día le llevé un par de textos míos y me dijo que tenían problemas de estructura. Le pregunté si me recomendaba algún taller, con la esperanza de que me invitara al suyo; no solo me dijo que no podía recomendarme a nadie, sino que en el suyo no tenía ningún lugar disponible…”
Del Río aporta algo similar. “Decía, después de leer algo del taller: ´Esta frase es de un nivel superior. La oración está muy buena. El párrafo está más o menos. El cuento es una cagada. El problema del texto es que no puede mantener el nivel de aquella frase. Bueno… Ese es el problema de casi todo el mundo que quiere escribir. Unos pocos no lo tienen´”.
Casi todos los hasta aquí incluidos en esta nota mencionaron a Jorge Chiesa, autor de la novela Tony, el libro de cuentos Dinamarca y de varios poemarios. “Los talleres de Daniel eran increíbles: uno sabía cuándo empezaban, no cuándo terminaban. Podíamos seguir hasta las cuatro o cinco de la mañana. Fue la persona que me inició en la literatura. Mi biblioteca está compuesta por los libros que él me iba sugiriendo y los que fueron surgiendo a partir de sus recomendaciones. Con todos los libros que he escrito me ha pasado de encontrarme pensando en qué habría dicho él de tal o cual párrafo o de este o aquel poema. Ese taller fue crucial para mi formación, no sólo literaria sino en la vida en general. Ahí se hablaba de literatura, pero al mismo tiempo estábamos hablando de las cuestiones fundamentales de la existencia”, rememora Chiesa.
En la búsqueda de testimonios para esta nota, durante muchas de las entrevistas surgieron datos y anécdotas imperdibles, indudablemente publicables. Sin embargo, su inclusión nos hubiera apartado del objetivo de evocar el taller literario de Daniel Boggio. Muchos de esos aportes –servirán, sin duda, para otra nota- provinieron de Gustavo Pulti, que no solo trató a Boggio en la actividad política. Ambos fueron creadores del partido Acción Marplatense y trabajaron juntos en el Concejo Deliberante. Pero, además, el ex intendente asistió al taller durante bastante tiempo y compartió con Boggio muchas horas de charlas sobre libros y escritores. Los dos disfrutaban de la obra de Juan Filloy. Cuenta Pulti que un mediodía, en un cuarto intermedio de una sesión del Concejo, fueron a almorzar. Mientras comían, Boggio les propuso (también participaba de la comida Héctor Rosso) ir a Córdoba y no perder la oportunidad de conocer a Filloy, que ya había cumplido cien años… Le preguntaron si lo conocía; les dijo que no, pero, inmediatamente, salió corriendo a un locutorio. Volvió con una guía telefónica de Córdoba, buscó el número de Filloy y regresó al locutorio. Cuando terminaron el almuerzo ya tenían acordado el encuentro con el autor de Op Oloop, con quien estarían días después.
Escuchar una y otra vez los testimonios sobre ese ya mítico taller y sobre su creador, conduce a una conclusión terminante: todos extrañan a Daniel Boggio.
*Martín Kobse es marplatense, periodista y locutor. Actualmente, se desempeña en Radio Universidad y conduce el Ciclo Los otros libros por el canal de televisión de la Universidad Nacional de Mar del Plata, que va por su segunda temporada.