Alguien dijo que lo que no es tradición es plagio. Y hay mucho de una y de lo otro en la vida literaria. Hay huellas literarias muy claras: Fiodor Dostoievski sentía admiración por la obra de Cervantes y se hace visible en la concepción de El idiota. En la Argentina sabemos que Roberto Arlt era un gran admirador de la obra del autor ruso y sus ecos aparecen en Los siete locos.
De todos modos, Edgar Allan Poe es quizá el escritor que dejó la más indeleble herencia en la literatura del siglo XIX y posterior. El mismo Poe debe una de sus grandes obras a su admirado Lord Byron, el poeta romántico de quien tomó la frase “No more” (Nunca más!) que repite el ave con quien dialoga el protagonista de su maravilloso poema El Cuervo.
Lo curioso es que su influencia se extiende a autores muy diversos, que hacen cola en muy diferentes ventanillas. El propio Dostoievski hace una breve referencia a El Cuervo en Los hermanos Karamázov. Y el protagonista de Crimen y Castigo, Raskolnikov, está inspirado en parte en Montresor, personaje de El barril del amontillado, de Poe.
Admitida o no, la influencia de Edgar Allan Poe se puede rastrear también en Julio Verne, en las narraciones de aventuras al estilo de Un manuscrito hallado en una botella; en el cuento de terror, que cultivó el insuperable Guy de Maupassant. En poetas de la talla de August Mallarmé (que escribió uno de los trabajos más interesantes sobre la obra de Poe), Arthur Rimbaud, Oscar Wilde y Pablo Neruda. Y Julio Cortázar, traductor además de la obra de Poe.
Borges afirmó que “La literatura actual es inconcebible sin Whitman y sin Poe” y muchos escritores norteamericanos beben de ese cántaro. Mark Twain, Herman Melville y Ambrose Bierce, el gran especialista de lo macabro, son tributarios directos y hay quienes suman a Ray Bradbury, el autor de Crónicas Marcianas entre tantos textos. El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson tiene rotundas resonancias en la obra de Poe donde asoman personajes desdoblados, como él mismo.
Con mayor o menor deuda, es difícil imaginar los relatos espeluznantes H. P. Lovecraft (Cuentos de los Mitos de Cthulhu, entre otros) sin la impronta de Poe. Quizás Stephen King también es un tributario de aquel gran escritor que amaba la oscuridad: “Creo que los demonios aprovechan la noche para engañar a los incautos”, dijo.
El inglés Arthur Conan Doyle nunca ocultó la influencia de Poe en su saga de Sherlock Holmes, impensable quizás sin el cuento Los asesinatos de la rue Morgue (1841), donde el inspector C. Auguste Dupin y el narrador del relato dan carnadura a lo que serían luego Holmes y el doctor Watson (que debutaron en 1887). Poe también apela a esta estrategia del método deductivo en El escarabajo de oro.
En nuestra literatura, Horacio Quiroga tiene una influencia notable que nunca intenta disimular porque su propio talento se impone en narraciones decisivas como La gallina degollada, El muerto y El almohadón de plumas, entre otros relatos.
Pocos recuerdan quizás el nombre de Edgar Rice Burroughs. El “padre” de Tarzán de los monos y de una serie de novelas, en general lamentables, dedicada al planeta Marte y a sus habitantes. En esta saga, el protagonista se ve confinado en un pozo como le sucede al personaje de El pozo y el péndulo, cuento maestro de Poe.
En Lolita, la famosa novela de Vladimir Nabokov, el autor señala en la primera página una referencia a Poe. Cita Annabel Lee, un conocido poema del autor norteamericano. Más adelante la temprana muerte de la esposa del narrador parece ser reencarnada por la núbil Lolita. Situación que ya había planteado Poe en varios textos –sabemos que el escritor tenía dos obsesiones, las adolescentes y la muerte–; el más evidente: La caída de la casa Usher.
En muchos autores esto funciona como una intertextualidad que busca la complicidad del lector, pero habla sin duda de la ferviente admiración de este escritor depresivo y alcohólico que murió a los 40 años. “Mis enemigos atribuyen mi locura a la bebida, y no la bebida a mi locura” escribió. Su herencia literaria refleja el esfuerzo intelectual por alcanzar una profunda compresión del mundo. De un mundo que, por cierto, no lo comprendía.