Por Francisco Aiello*
La enfática insistencia del título Nunca nunca nunca quisiera volver a casa de Martín Villagarcía (ediciones De Parado, 2021) sugiere un estado de bienestar alcanzado gracias a la distancia respecto del lugar de origen. El arte de tapa de Ninja Rojo da pistas sobre el motivo de tal plenitud: la variedad y la asiduidad de las experiencias sexuales durante un viaje. Esa expectativa viene alimentada también por el anterior libro que este escritor nacido en Buenos Aires en 1986 dio a conocer a través del mismo sello en 2012: La gira, texto en el que se narran las múltiples peripecias sexuales durante un lapso temporal acotado con sendos desplazamientos por la ciudad.
El nuevo libro de Villagarcía no defrauda estas promesas en lo referido al contenido sexual explícito entre hombres, aunque incorpora a su composición elementos tales como el registro de la vivencia diaria –en un sentido amplio, que contempla tanto los hechos concretos como sensaciones y reflexiones esporádicas– durante viajes por algunas ciudades de Europa y de Estados Unidos, así como el empleo de la aplicación de encuentros gay Grindr, lanzada en 2009, pero todavía de poco uso, al menos en el ámbito argentino, en el momento en que transcurre el relato de La Gira. Si bien en aquella historia interviene el uso de tecnologías, lo cierto es que el sexo aparece signado por la espontaneidad o el azar de espacios especializados en citas ocasionales como saunas o cuarto oscuro de boliches.
En Nunca nunca nunca quisiera volver a casa se invierten las proporciones: apenas en Berlín se producen contactos de este tipo en un bar gay o bien un vuelo se vuelve escenario del reencuentro inesperado con un viejo amante, situaciones fortuitas que resultan excepciones, puesto que casi todas las cita en esta nueva novela son auspiciadas por precisas instrucciones de localización brindadas a través de la pantalla del celular.
El uso de Grindr favorece la exploración de los distintos espacios urbanos, que traman así dos recorridos: el turístico y el de las citas. En cada ciudad visitada, esta red social incrementa la asiduidad sexual, pero no necesariamente la variedad de prácticas; de hecho, el repertorio de posibilidades parece agotarse pronto para dar lugar a cierta repetición de escenas con tenues variaciones. En tal sentido, es un acierto que en la segunda parte del libro, titulada “There’s No Place Like Home That’s Why I Left” [No hay lugar como el hogar, por eso me fui], que transcurre en Estados Unidos, se reduce la frecuencia de estas visitas, cuyo tedio parece un efecto buscado para que la experiencia de lectura se aproxime a la del narrador, quien por momentos deja entrever el fastidio, como cuando se autocuestiona: “No entiendo por qué sigo haciendo esto”. El reproche a sí mismo no obedece, claro está, a ninguna culpa originada por mandatos de moral casta y heteropatriarcal (al menos en un nivel manifiesto); el conflicto, en cambio, obedece a que la compulsión termina generando una paradójica escisión entre el sexo y el deseo. De todos modos, el interés en el registro detallado de cada encuentro no reside tanto en la descripción de cuerpos, de posiciones o de sensaciones, sino en las microhistorias que logra recoger el narrador –incluso acudiendo al traductor de Google– de sus fugaces amantes, gracias a quienes es posible asomarse a aquello que no forma parte de los circuitos turísticos, tales como la disparidad de condiciones materiales y humanas en que puede vivirse la inmigración.
El motivo del viaje, entonces, se colma de recorridos por atracciones turísticas –paseos, museos, tiendas de ropa y de cultura de masas–, de una intensa vida sexual y de intromisiones vinculadas con lo histórico y lo político durante conversaciones con chongos o con amigos y familiares, gracias a las cuales se diseminan observaciones, entre varios temas, sobre el avance de la extrema derecha en Hungría, la persecución de homosexuales en Rusia o el recuerdo de la infancia en la Alemania dividida en dos.
El propio narrador también aporta sus recuerdos, grabados en la memoria y en el cuerpo, de hechos políticos vividos en primera persona, como la represión a artesanos en el barrio porteño de San Telmo en 2017. Por otro lado, además de ser de Buenos Aires, a lo largo de la novela vamos recabando más datos sobre el narrador –egresado de Puán, artista visual y escritor de libros ya publicados– que necesariamente alientan a superponer esa figura con la del propio escritor Villagarcía, pero desde el propio texto se alza una luz de alerta para no apresurar esa identificación. Cuando la hermana del narrador le expresa su tristeza por haber confrontado con la soledad y la promiscuidad patentes en un libro anterior, surge la aclaración como un pesar, acaso trasladable a este nuevo texto: “Me identifica con el narrador, no lo puede leer como literatura”. Tal distinción explícita entre el escritor real y la voz que cuenta las peripecias supone cierto resguardo, porque entre las visitas turísticas y sexuales se van deslizando otras cuestiones que exponen zonas íntimas y dolorosas del narrador. Las películas Boy Erased (2018) y Leaving Neverland (2019) lo interpelan de forma bien direccionada, lo que paulatinamente conduce a la evocación de una situación de abuso prolongado padecida en el ámbito familiar durante el tránsito entre la infancia y la adolescencia.
De manera que en Nunca nunca nunca quisiera volver a casa se concentran dos sentidos: el deseo de proseguir el viaje por tiempo indefinido –con ideas de instalarse en distintos lugares–, pero también la aversión por el regreso a un hogar que no supo resguardar al joven narrador de su atacante. Así, la novela entretiene y sorprende; comparte experiencias de concreción del deseo, así como la decepción; invita a un desplazamiento por el espacio y por la interioridad del yo. Todos elementos articulados con una prosa ágil que empuja la lectura hasta la última estación del viaje.
(*) Francisco Aiello es doctor en Letras, docente del Departamento de Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata e investigador de CONICET.