Por alguna razón que ignoro, aunque podría elaborar alguna teoría (tarea que dejaré para otro momento), los poetas son el alimento de los epígrafes, de los que hablamos hace una par de semanas. El narrador chileno Roberto Bolaño, en su vasta obra, tiene una novela póstuma: 2666, cuyo epígrafe dice: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento.” La línea es parte de un poema del citadísimo Charles Baudelaire (“El viaje”), en Las flores del mal. La traducción que tengo dice: “Ayer, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen; / Un oasis de horror en un desierto de tedio!”. Bolaños usa una traducción mejor por cierto, y sin signos de admiración!!! Secretos de los epígrafes.

Uno de los más grandes éxitos editoriales del mundo fue sin duda la novela Matar a un ruiseñor (1960) de Harper Lee (murió hace un año como consignamos en Leemos), que escribió muchas cosas pero sólo la recordamos por esta novela. En su epígrafe cita a un hoy poco frecuentado ensayista inglés, Charles Lamb, quien con su humor tan anglosajón afirma: “Los abogados, supongo, también tuvieron infancia.” Una fina ironía que nos abre a ese texto conmovedor y, quizás, algo melodramático (para mi gusto).

Pero como vemos, una fina línea une estos epígrafes con los ejes temáticos de los libros, aunque muchas veces, es difícil descubrirlos. Hace poco leía El país de las últimas cosas, un Paul Auster absolutamente apocalíptico y brillante. No había reparado en su epígrafe. Nathaniel Hawthorne (el autor de “Wakefield”, uno de los mejores cuentos de la historia) adelanta en 100 años la profecía que parece haber encarnado en Auster: “No hace mucho tiempo, penetrando a través del portal de los sueños, visité aquella región de la tierra donde se encuentra la famosa Ciudad de la Destrucción.” Eso cuenta la novela.

*Nerio Tello  es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.