El fiscal Federico Delgado estará este sábado 20 a las 19 en el Hotel Costa Galana, donde presentará su libro InJusticia, editado por Planeta, con entrada gratuita hasta agotar la capacidad de la sala, en una propuesta que cuenta con la organización del grupo editorial y Franganillo Comunicación.
Antes de visitar la ciudad de Mar del Plata, el abogado y escritor contó a Revista Leemos que la gira de actividades que le demanda esta nueva publicación lo tiene muy animado: “la estoy llevado muy bien. La consigna de la justicia está claramente en la agenda pública, la gente se está dando cuenta de la importancia que tiene la justicia en la vida de todos nosotros y eso parece que empujó un poco al libro. Además, con los despelotes que hay en la Argentina y con el tema de la impunidad, la ineficacia judicial, la inseguridad… esas son cosas que se van mezclando y hay un contexto para este tipo de publicaciones”.
En su nuevo libro, Delgado comienza explicando algunos detalles sobre el funcionamiento y las competencias de los diversos ámbitos judiciales, las diferentes instancias, el rol de cada organismo y los pasos que sigue una causa en el fuero penal.
Creo que hay como una función pedagógica en este tipo de literatura. ¿Vos pensás que hay mucho desconocimiento sobre cómo funciona la división de poderes para empezar, y la justicia en particular?
-Sí, pero además porque a mí me parece que la justicia trabaja con demasiada oscuridad. Un poco por costumbre, un poco por conveniencia y un poco, como digo en el libro, por zona de confort. Y me parece que nuestra función, sobre todo la de los fiscales que somos los abogados de la gente –simplemente eso y nada menos- tenemos que explicar cómo funciona, qué es un juez, qué puede hacer y qué no puede hacer, para comprender que son tipos que tienen nuestras vidas y nuestros patrimonios en sus manos y que es muy importante saber dónde están, quiénes son, qué hacen y como lo hacen. Qué hacen mal y qué hacen bien.
En este libro marcás muchas cosas que son llamativas y otras se van sabiendo, de a poco. O se sospechan. Es clave la metodología de castigos para quienes son “molestos”. ¿Cómo se vive con eso?
-Pasan dos cosas: no hay de verdad un sistema de premios y castigos legalmente establecido que se cumpla y eso está mal. Porque en un plano es lo mismo el tipo que trabaja mucho que el que no hace nada.
Eso pasa en toda dependencia del Estado, en general.
-Sí, es cierto y hay que corregirlo. Pero además lo que hay en la justicia es mucha debilidad institucional: hay mucho amiguismo, corrupción, política que se mete… entonces de golpe hay castigos que no son legales pero que tienen que ver con el grado de amistad o enemistad que las personas tengan con el poder político de turno. Eso es lo más difícil de sobrevivir, porque contra eso no hay muchas herramientas. No hay herramientas legales, pero mi propósito, y el de varios otros libros que salieron últimamente, tiene que ver con hacer visible una cuestión que está oscura para que se discuta de verdad qué tipo de sistema judicial queremos.
Es interesante lo que planteas en el libro respecto de la dicotomía de los dos modelos de justicia que adoptamos, el norteamericano y el francés, y cómo depende de la mirada de quien esté viendo, se puede aplicar uno u otro, por ejemplo, en la inconstitucionalidad de ciertas normas. ¿Se pueden conciliar?
-Eso es tremendo, porque forma parte de la ambigüedad argentina. Somos los dos lados, depende de qué nos convenga. Y eso es complicado, porque en definitiva ser un buen o mal juez depende solamente de la moral individual de un tipo y no del modelo. Y en el caso de la justicia está bueno que sea previsible. La ambigüedad da un grado de discrecionalidad que al final termina repercutiendo en el servicio de justicia en sí mismo. Pero tiene que ver también con nuestra matriz cultural: una pata en la ley y otra en la trampa.
Y también hay como dos niveles de aplicación ¿No? Las mismas pruebas pueden ser condenatorias y absolutorias dependiendo de quién esté en el banquillo.
-Depende del capital político, el capital simbólico, el capital económico, el prestigio social. Pasa sobre todo con las transiciones de gobierno a gobierno: la justicia que tolera cuando un partido es oficialista, de golpe, cuando esas personas dejan el gobierno, se vuelve cruel con las mismas pruebas.
Una policía judicial había sido un debate hace algún tiempo. Esto resolvería el problema de la lealtad de la policía que responde al Ejecutivo y trabaja para el poder Judicial recolectando pruebas, por ejemplo, y muchas veces tiene que investigar a sus propios jefes… ¿Una policía judicial resolvería eso?
-Había sido un debate, bien decís, y se quedó en el cajón de los recuerdos. Pero todos los países serios tienen su policía judicial. Nuestro sistema responde a modelos vetustos que hay que cambiar.
Lo mismo pasa con el uso de la tecnología, que hasta resulta gracioso, pero es grave.
-Si, nuestro sistema es casi medieval, y esto tiene que ver con dispositivos más profundos. La justicia construye mucha lejanía, mucha distancia con la sociedad civil y al final termina construyendo impunidad. Hay que pensarlo en esa clave…
¿Cómo lo pensamos? ¿En qué tipo de ámbitos podemos debatir estas cosas para generar un cambio, en el buen sentido?
-Primero hay que trabajar en la instancia judicial, capacitando, arreglando el sistema de ingresos para que no se cuelen amiguismos y partidismos, y después hay que hacer una tarea docente en la sociedad civil donde hay que explicar la importancia de la justicia en nuestras vidas. La gente no es tonta, pero no todo el mundo tiene tiempo y ganas para ponerse a estudiar, y ese es un trabajo que tiene que hacer la política con mayúscula y la dirigencia. Hacer docencia y lograr que las personas comprendan que son portadoras de derechos, y con eso ya tenes un montón de cartas de triunfo que muchas veces no sabes usar, aunque nacemos con esos derechos. Porque eso es mágico: vos nacés y tenés derechos que son cartas de triunfo. Es un poco una cuestión de la organización social, de participación, de involucrarse.
@trianakossmann