Muchos libros tienen una leyenda en la gestación, pero pocos como Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley. Es quizás uno de los textos (o mitos) más populares, aunque la novela no haya sido tan frecuentada, lamentablemente. Todo el mundo tiene una idea de qué trata  y hasta hay una continua confusión entre la criatura y Frankenstein, que no fue sino su creador. Pero un creador monstruoso, por lo tanto bien le cabe la confusión. No sabemos si Shelley nos hizo ese juego para confundirnos (la “criatura” monstruosa no tiene nombre) o simplemente fue uno de los tantos guiños que nos deja esa obra curiosa, compleja y singularmente atractiva.

Nerio Tello nos habla sobre un texto “moderno” que ya cumplió 200 años de su primera edición

Leí por primera vez esta novela hace uno quince años obligado pues me habían encargado un prólogo (que salió publicado en la Colección Clásicos de Bolsillo de Ediciones Longseller). Era mi trabajo por lo tanto abordé la novela con paciencia y sin entusiasmo. Esto me duró unas diez páginas, a partir de las cuales me sumergí en un texto extraordinario, original, “moderno”. Frankenstein ya cumplió 200 años de su primera edición.  Yo creía que era una mera novela de fantasmas, o deformes o, si se quiere, de ciencia ficción. Pero me topé con un texto muy inteligente y vital, con un “monstruo” entrañable, violento y a veces patético, y una extraña metáfora sobre la otredad, sobre la violencia, sobre la injusticia, sobre la necesidad de ser reconocido, sobre la arbitrariedad del mundo.

Cuentan que verano de 1816 fue particularmente lluvioso y raramente frío en Europa.  En la  mansión de Coligny, cerca del lago Lemán, en Ginebra se había reunido un grupo dispuesto a soportar el clima y, también, disfrutar de la vida. Allí estaban el poeta Percy Bysshe Shelley, de casi 24 años, y ya un artista prestigioso. Mary Godwin, hija del filósofo inglés William Godwin, y que más tarde adoptaría el nombre de Mary Shelley. La chica, de apenas 19, había huido de Londres con su amante, Percy, quien dejó una esposa e hijos, y un casi suegro particularmente indignado. La comitiva sumaba a una hermanastra de Mary, Claire Clairmont y al prestigioso poeta y famoso bon vivant Lord Byron, amante de Claire. Finalmente, el joven John William Polidori, aspirante a escritor, de 21 años.

Esa noche tenebrosa los lúdicos contertulios se pusieron a leer historias truculentas de un libro que portaba Polidori: Phantasmagoriana, una antología de leyendas germanas de aparecidos. Byron incitó a sus compañeros de aventura a “escribir cada uno un relato de fantasmas”. Todos aceptaron el reto, pero solo dos de esas historias tomaron carnadura. El Frankenstein de Mary Shelley, y un texto pergeñado por el joven Polidori: El vampiro, que dio origen al arquetipo del vampiro romántico y que hizo famoso el irlandés Bram Stoker en 1897 y que bautizó Drácula. De ese juego sobrevive Frankenstein, una novela política que es reflexión y denuncia, y también puede leerse como una poética del desencuentro.

@neriotello

*Nerio Tello  es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.