Descubrí a Julia Navarro cuando me llamó la atención el título “Dispara, yo ya estoy muerto”, hace poco más de dos años.  Me convenció cuando devoré “Dime quién soy” y, tras leer “La hermandad de la Sábana Blanca” espero sus historias no solo para disfrutar de una lectura fluida y entretenida, con acción y suspenso, giros inesperados, sino para analizar en qué momento clave de la historia universal las ubicará y qué sorpresa deparará cada final.

En su última novela, “Historia de un canalla”, me sorprendí, pero porque está ubicada en un momento histórico muy reciente –los 80’s y 90’s- y porque tiene un desarrollo bastante lineal y una trama mucho más psicológica que de suspenso o acción. Y el final… debo reconocer que es el que estaba anhelando desde las primeras páginas.

La periodista y escritora española toma temáticas polémicas en esta obra que relata la vida de un niño-joven-hombre egoísta, malvado y sin remordimientos, que a su paso solo deja dolor y frustración. Este personaje es el recurso del que se vale para poner sobre la mesa el debate acerca de la maldad humana y la manipulación en los mundos de la publicidad, la política y la comunicación.

Debo reconocer que al principio y, a pesar de estar alertada por el título, me chocó que el protagonista, Thomas Spencer, sea un personaje que no tiene ni genera empatía y que resulta desagradable por su forma de relacionarse con las mujeres, especialmente con aquellas que, por algún motivo le interesan. Creo que esa es la intención de Navarro… No se lo puede querer. Ni siquiera un secreto que le revela su madre antes de morir, alcanza para justificar sus decisiones, su inmadurez.

El desarrollo de la historia deja claro que a pesar de triunfar en algunos aspectos de su vida, el protagonista no es especialmente brillante, aunque sí hábil para rodearse de las personas adecuadas, de quienes logra extraer su máximo potencial.

En varios tramos de la novela, escrita en primera persona, pero con un conocimiento casi imposible del narrador acerca del pensamiento y reacciones de los demás, Spencer se plantea cómo habría sido la vida de otras personas si él hubiese actuado de manera diferente. Este recurso se utiliza –quizás de manera un poco abusiva al principio- tanto para acontecimientos de su infancia y juventud, como de su vida adulta personal y profesional.

También en esta suerte de autobiografía del canalla, se reiteran relatos de sus romances y obsesiones con varios personajes, pero con desarrollos y desenlaces similares que, quizás, sirvan más para sumar algunas páginas al libro que para terminar de definir al personaje principal.

Excepto en dos tramos en los que el protagonista –que desarrolla su carrera en el ámbito de la publicidad en Londres y Nueva York de los 80’s y 90’s- lleva adelante las campañas, primero de un provinciano inglés que quiere ser alcalde y con el que utiliza recursos poco ortodoxos y reñidos con la ética y, luego, con un joven candidato a parlamentario en nueva York, el debate de la ética en la comunicación política no termina de cobrar vida propia.

En tanto los temas de manipulación y maldad –mezcladas con la personalidad celosa, caprichosa y vengativa del protagonista- se explayan, en el relato de su vida personal.

Es en una importante cantidad de personajes secundarios singulares y atractivos, donde se enriquece el relato. Son Jaime, su medio hermano menor y Esther, su amiga y compañera de vida, los contrapuntos de nobleza, honestidad y lealtad que dan un respiro al lector, en tanto los de Lisa, Yoko y la inestable Constanza, los que conocen el lado más perverso de Spencer, al igual que Olivia y Doris.

Quizás este no sea la historia mejor lograda de Navarro, pero, a pesar de las reiteraciones y el cambio drástico de registro con respecto a lo que nos tiene acostumbrados, logra generar una experiencia de lectura movilizante.