¿Qué se esconde detrás de un narrador que se presenta como un hombre común, que solo quiere comida común, en un bar de “gente común” mientras va al encuentro de su hermano a un exclusivo restaurante de la capital holandesa?

¿Qué hay en la mente de Paul, más allá de su mezcla de desenfado, cinismo y resignación, ante lo que explica como un simple encuentro social entre dos parejas que, además, son familia?

¿Cómo una aparente víctima de las circunstancias puede convertirse, a través de su propio relato, en victimaria?

¿Cuándo una opinión peculiar, políticamente incorrecta, expresada en el momento justo, se transforma en una amenaza?

¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre –y una madre- para proteger a su hijo de las consecuencias de haber cometido un delito grave? ¿Hasta dónde pueden justificarlo?

¿Vale más la vida de un par de adolescentes de “buena familia”, que la de una mujer indigente que duerme en el box de un cajero automático?

¿Qué tiene de divertido filmar mientras se insulta a un mendigo y, luego, subir el video a internet?

Estas son algunas de las preguntas que se me fueron planteando mientras me sumergía en la voraz lectura de “La Cena”, de Herman Koch, una historia en la que nada es lo que parece.

La novela transcurre en una noche –la duración de una cena desde “los aperitivos” hasta “los digestivos”- y comienza con una pintoresca pintura crítica de ciertos hábitos burgueses, pero, en la escritura de Koch se deja percibir desde las primeras páginas que debajo de esa aparente reunión familiar, se esconde algo mucho más profundo, polémico y pertubador.

Algunas de las preguntas se van respondiendo a lo largo de la lectura, otras, flotan como una provocación al lector.

Con gran elegancia, pero a la vez desparpajo, el escritor holandés, escandaliza, juega con lo que dicen y lo que callan los personajes y va mostrando cómo, bajo la superficie, va creciendo en nivel de tensión.

La concepción que los hermanos tienen uno del otro, la ética, la moral y la fortaleza o fragilidad mental de cada uno de ellos y sus respectivas mujeres, se ponen a prueba a la hora de resolver cómo tratar el hecho de que sus hijos adolescentes son responsables de la muerte de una mujer indigente a la que insultaron y agredieron con objetos contundentes dentro de un cajero automático.

¿Cómo resolverán Paul -un profesor de licencia- y Serge –un político, candidato a primer ministro- la situación? ¿Cómo determinarán el curso de los acontecimientos las opiniones y reacciones de Claire y Babette, sus esposas? ¿Quién es instigador y quién cómplice de la muerte de la indigente, entre Rick, el hijo biológico de Serge y Michel, el de Paul? ¿Qué rol juega Beau, el hijo adoptado de Serge?

Mientras desarrolla esa trama, el autor va configurando las personalidades de cada uno de los personajes valiéndose de recuerdos: en ellos aparecen un fin de semana en la quinta del político en la campiña francesa –una crítica del autor a la costumbre de las clases acomodadas de su país-, la opinión de Paul sobre su hermano, su experiencia como docente y los motivos por los que debió tomarse una larga licencia, la enfermedad de Claire, la relación con su hijo, la defensa de un trabajo práctico sobre la pena de muerte y cómo pequeños momentos cotidianos dan la pauta de una violencia latente que explicará muchas cosas.

Koch lo logró: Me dejé tentar con la ironía hacia los enormes platos de escaso contenido y los precios del restaurante en cuestión y me distraje con la paródica descripción del maitre. No me costó escandalizarme con las opiniones que desliza en torno a la pena de muerte y debí cerrar y abrir rápidamente el libro en los pasajes en los que se reacciona tan violentamente y para defender posturas, desde mi punto de vista, inconcebibles, injustificables. No pude evitar pasar de la antipatía a la pena por Serge. Logré pasar de la curiosidad por Paul a detestarlo. Cuestioné la superficialidad y el egoísmo de Babette. Quise denunciar a Michel antes de que sea tarde. Solo un personaje tuvo algo que no supe explicar, que no me terminaba de cerrar: Claire, la dulce e inteligente Claire. Y Koch lo logró de nuevo.