Según Wikipedia: “Describir es explicar, de manera detallada y ordenada, cómo son las personas, animales, lugares, objetos, etc. La descripción sirve sobre todo para ambientar la acción y crear una que haga más creíbles los hechos que se narran”.

Dalia Ruiz Ávila, una intelectual mexicana, dice: “La descripción es una operación discursiva en la que el saber juega un papel relevante, se trata de un saber sobre las palabras, las cosas, los sentimientos y el mundo en general; a menudo es un discurso con finalidades didácticas, que neutraliza la falsedad y provoca un efecto de verdad. (Universidad Pedagógica Nacional, México)

En La tierra baldía, el poeta inglés T.S. Eliot recuerda que la ceguera está unida a la imagen del escritor. Por mencionar algunos: Homero, Borges, Joyce, Sábato (que vivió los últimos años con serios problemas de vista). En la mitología griega Tiresias fue cegado por Atenea por haberla visto desnuda. Sin embargo fue él quien reveló a Edipo lo que había hecho con su padre y con su madre. El ciego fue el único que podía “ver” la realidad. Como recordarán, Edipo se arrancó los ojos: un ciego más. Según este mito, el ciego es “quien ve en las tinieblas”.

Así como un texto requiere de una metáfora viva (Paul Ricoeur) (mencionamos esto la semana pasada), todo buen texto requiere de una descripción viva. Por eso, es mucho más que “explicar, de manera detallada y ordenada, cómo son las personas, animales, lugares, objetos.” Describir es poner una luz en las tinieblas de un texto. Gracias a esta luz, el texto se hace verosímil. Gracias a esta luz, el lector “ve” lo que antes no veía, deja de ser ciego.

Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. (Miguel de Cervantes, El Quijote de la Mancha)

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, atrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única. (Horacio Quiroga. “A la deriva”)

La fortaleza está toda encerrada en sus murallas oblicuas; las ventanas, protegidas por rejas dobles o triples, parecen ciegas. Aun sabiendo que allí están encerrados los presos, siempre he visto la fortaleza como un elemento de naturaleza inerte, del reino animal. Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero.

*Nerio Tello  es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.