Cierta vez estaba leyendo un texto ambiguo y vacilante que no definía su destino cuando la situación que pretendía contar era simple; por ejemplo, un viaje de la casa al río. Le pregunté al alumno que pretendía decir con ese texto, y me respondió: “Estoy buscando un tono poético, escribir con metáforas”. No le dije que ser vacilante y ambiguo no es poético ni metafórico pero tuvimos que detenernos en esa palabra, la metáfora, y sacarla del oscuro baúl de los términos incomprendidos.

Mi alumno, que luego evolucionó hacia otros textos precisos, claros y hasta poéticos, creía que una metáfora era unir dos palabras que se le antojaban no eran “familiares” y que sonaran lindas: así en lugar de “casa fresca” que no es metafórico, ponía “casa arrebolada” o algún adjetivo peor. Creo que también, al caminar sus “manos lloraban”, y con decir que estaba traspirado era suficiente.

Un autor francés, Paul Ricoeur, tiene un libro intenso, que requiere dedicación, que llamó La metáfora viva, que se puede encontrar en internet. Su estudio, de gran profundidad, no solo excede la columna sino mi propio entendimiento, pero quiero rescatar la expresión “metáfora viva”. Lo que no es metáfora viva –ahora lo digo yo- es una mera unión de palabras o un tópico. Comparar la luna con un medallón de plata ya no es una metáfora porque se usó y luego viene el desgaste. La metáfora viva es una construcción que, sabemos conscientemente, no se ha usado todavía y se apoya en tres elementos: un término real, el vehículo al que apelamos, o sea, una palabra que lo lleva al terrero de lo imaginario; y lo que le da fundamento a la construcción, o sea, el nuevo sentido que crea la semejanza. Así “Quedé atrapado en la enredadera de tu amor” (Neruda), sería en nuestra pobre pluma: “Quedé atrapado en tus brazos, o en tu amor”; pero cómo es un poeta, nos deja “enredado” de la frescura de su lenguaje.

Entonces cuando uno escribe livianamente “las perlas de tu boca” por decirle a la dama que tiene dientes lindos, debe concluir que esa expresión en otro tiempo “poética” es un mero lugar común. El consejo sería dudar de la propia metáfora, y si uno está seguro que es original, al menos preguntarse si es potente, si el texto camina en la cabeza del lector. Cien años de soledad (G. García Márquez) es el título de una de las grandes novelas, pero es en sí, una potente metáfora sobre la humanidad. El extranjero (Camus) no es una metáfora hasta que uno lee el libro, que virtualmente carece de metáforas textuales, pues es un texto seco, explícito, pero que es la gran metáfora de la ajenidad contemporánea.

A veces la búsqueda de originalidad nos lleva por caminos neblinosos, y cuando uno lee algunas reflexiones de Borges al respecto, se pregunta si realmente la imagen que uno acaba de escribir, es original o repite el eco de cientos de miles de textos. “El primer monumento de las literaturas occidentales, la Ilíada, fue compuesto hará tres mil años; es verosímil conjeturar que en ese enorme plazo todas las afinidades íntimas, necesarias (ensueño-vida, sueño-muerte, ríos y vidas que transcurren) fueron advertidas y escritas alguna vez“. (“La metáfora”, Jorge Luis Borges)

*Nerio Tello  es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.