Los tigres de la memoria de Juan Carlos Martelli es la última novela editada por la editorial marplatense Letra Sudaca. Se trata de una  narración que, en 1973, supo llamar la atención del jurado del premio Sudamericana-La Opinión, compuesto, nada más y nada menos, que por Rodolfo Walsh, Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos y Julio Cortázar.

Esto debería ser ya suficiente motivo para recomendar su lectura, pero es uno de esos textos donde siempre hay más. Un texto donde uno, página tras página, confirma lo que Daniel Link dice en su prólogo al libro El juego de los cautos: “La literatura, aun con toda la eficacia que ha perdido en la batalla con los medios masivos, es una poderosa máquina que procesa o fabrica percepciones, un “perceptrón” que permitiría analizar el modo en que una sociedad, en un momento determinado, se imagina a sí misma. Si todavía se lee, si todavía existen  consumos culturales tan esotéricos como los libros es precisamente porque en ellos se busca, además del placer, algo del orden del saber: saber cómo se imagina el mundo, cuáles son los deseos que pueden registrarse, qué esperanzas se sostienen y qué causas se pierden”.

Martelli, quizás hoy, luego de haber ganado aquel premio con semejante jurado, debería tener en nuestra literatura una centralidad irrevocable. Pero el mundo es como es y no como quisiéramos que fuera. Y allí está Martelli hoy, siendo recuperado por Letra Sudaca y ojalá que devolviéndosele su lugar en nuestras letras.

Hablamos de una novela breve, con capítulos también cortos, pero con una fuerza en el lenguaje que uno no sabe cómo salir de algunos de ellos. En su recorrido deja mucho para hablar y mucho en qué pensar. Transita de problemas sociales muy violentos a cuestiones filosóficas como el paso del tiempo, de aquella década del ‘70 al amor por los hijos, y lo hace de una forma tan particular que nos deja sin aliento. Martin Kohan, quien escribió el prólogo de esta edición, me lo resume fantásticamente: El lenguaje es efectivamente deslumbrante. Martelli consigue una cosa muy difícil de conseguir: es decir, al mismo tiempo, ese mismo lenguaje de absoluta economía y absoluta precisión, construye un escenario de enigma, de misterio, turbio por completo”.

El lingüista Roman Jakobson sostiene que el lenguaje tiene diferentes funciones. Una de ellas, quizás la más importante o dominante como la llama él, es la función poética. Se trata de aquella donde el acento del mensaje logra profundizar la dicotomía fundamental  de los signos y de los objetos. Martelli aquí logra algo maravilloso en este sentido, ya que consigue en cada palabra, en cada frase, darle pleno sentido y referencia en una síntesis narrativa envidiable.

Kohan refuerza esta idea sosteniendo que “Martelli logra hacerlo con una economía narrativa muy interesante, porque si te pasás a un lado o para el otro, si lo hacés demasiado despojado, el texto podría volverse, no sé, casi superficial podría decirte. Podría quedar subescrito. Y a la vez si te pasás para el otro lado y lo sobrecargás de metaforacidad, o si sobrecargás de una prosa lírica, entonces lo sobrescribís. Es decir, habría una sobrescritura, además de la crudeza que querés narrar. Y Martelli tiene, sobre todo en esta novela, una particularidad, una modulación de equilibrio muy exacto. A la manera de un escritor que sabe cuándo y cuánto. Martelli en esta novela en particular dice “no hay más metáforas”. Pero a la vez, la crudeza necesita también de esa intensidad para no ser un lenguaje informativo únicamente. Es literario y potentemente literario donde consigue distintas modulaciones. Pasa de una escena de la violencia más cruda y de pronto tenés la intensidad de un personaje que está solo. En la noche, en un depósito, y uno diría no está solo, están su miedo y él. Y la sombra de ese miedo a través de la prosa de Martelli realmente la sentís”.

Dos cuestiones finales: la primera, ¿se trata de un policial? Sin dudas, ya que tiene todos los componentes de un policial negro. Trabaja con sus elementos, con sus climas, pero, como dije anteriormente, esta novela siempre va un poco más allá. Y logra algo mejor aún. Logra, como sostiene Kohan, “un giro extraordinario allí, que es lograr cruzar esa dimensión de lo turbio, de lo marginal del delito, con la dimensión política de la militancia, de la violencia revolucionaria, de la represión de la revolución. El cruce que hace entre esos registros es muy singular e interesantísimo”.

Este texto logra pintar todo el universo que se vivía en ese momento histórico en nuestro país, con un poder de narración fascinante y el uso adecuado del lenguaje.

La segunda, el argumento. En realidad, sobre eso nada diré. Lo mejor que se puede hacer, desde aquí, es recomendar y que cada uno vaya descubriéndola solo. Que cada uno encuentre en su memoria y en su trayectoria como lector sus propios tigres. Dice el protagonista: “La memoria está llena de tigres. Ustedes despertaron mi memoria, la rodearon de selva, permitieron que cada palabra abriera un abanico de garras…”. Dejemos que la obra de Martelli abra en nosotros la memoria y la imaginación. Dejemos que nos instale en su territorio, en sus dudas, en su lenguaje potente y en su narración. Allí están sus fundamentos y su verosimilitud. Allí no sobra nada.

 

Bernabé Tolosa

@bernabetolosa