Apenas supe que Lo  que no te mata te fortalece, la cuarta entrega de la saga Millennium, estaba en las librerías marplatenses, corrí a comprarlo.

Cuando lo tuve en mis manos experimenté una sensación parecida a cuando era pequeña y conseguía un nuevo libro de La familia Bobbsey, una saga infanto juvenil que me fascinaba: me moría por leerlo pero al mismo tiempo tenía miedo a desilusionarme. Porque si iba a ser así, si me iba a desilusionar, yo prefería obviarlo y quedarme con el recuerdo de los personajes tal y como me gustaban.

Con Millennium 4 me pasó algo parecido. Me intrigaba saber qué había sido de la vida de los personajes que me habían conquistado en Los hombres que no amaban a las mujeres pero al mismo tiempo tenía la íntima sospecha de que la obra no iba a conformarme: el solo hecho de no estar escrita por Stiegg Larsson sino por otro sueco,  David Lagercrantz, era un indicio bastante fuerte.

Aún así, me arriesgué. Al fin y al cabo La familia Bobbsey también era una franquicia, aunque de pequeña yo no lo sabía. A veces eso, no saber, marca la diferencia.

Lo cierto es que leí Lo que no te mata… en tiempo récord -651 páginas en menos de una semana- y que no me costó. Es más, hubo partes que disfruté. Debo reconocer que Lagercrantz supo imitar bastante bien el estilo de Larsson: respetó su particular cadencia, su tendencia a detenerse en los detalles aparentemente innecesarios y su afán  por describir con minuciosidad personajes secundarios. También supo elegir bien el tema: el mundo hacker, el crecimiento imparable de los Grandes Hermanos, la existencia de bandas delictivas internacionales incrustadas en los Estados y la violencia de género, el caballito de batalla de Larsson.

Pero los aspectos positivos no fueron mucho más allá. Aparte de algunas cuestiones estilísticas discutibles –desde mi punto de vista Lagercrantz abusa aún más que Larsson de los detalles, las explicaciones redundantes y los diálogos improbables- lo más reprochable del autor sueco es el haber sucumbido a la tentación de convertir a todos los personajes (buenos y malos) en protagonistas de cómic: desde el súper genio de la informática hasta su hijo autista/savant  por partida doble, pasando por los agentes de policía y los nuevos colaboradores de la revista que se inmolan por la causa.

Y luego están, por supuesto, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander. El súper periodista con alma de Don Juan creado por Larsson se convierte en el único hombre en la tierra capaz de resistir a la tentación de una femme fatal implacable. Por su parte Lisbeth abandona cualquier rasgo humano para convertirse en una súper heroína multimillonaria capaz de rescatar a un niño en peligro, ganarle a un campeón de ajedrez y salvar a una mujer de un caso de violencia doméstica, superando sin mella terribles resacas y heridas de bala.

Los enemigos de esta banda de buenos súper buenos no podían ser otros que malos súper malos, liderados por el personaje más exagerado de la propuesta, Camilla, la hermana de Lisbeth, una antiheroína que lleva el sello de Marvel más que cualquier otro personaje de la saga y que parece escupir sobre aquel primer libro de la propuesta titulado, no casualmente, Los hombres que no amaban a las mujeres.

¿Hubiese avanzado Larsson por este camino de exageraciones en caso de poder desarrollar las tramas de los otros seis tomos que, según su compañera de toda la vida, tenía delineados para su saga?

No cabe duda que fue el propio Larsson quien fue girando hacia el estilo cómic si se analiza la evolución de sus personajes, desde Millenium 1 hasta su última entrega, La reina en el palacio de las corrientes de aire. Pero también es verdad que el escritor sueco no abandonaba nunca el costado humano de sus personajes y se esforzaba por mantener el contacto con la realidad de sus historias.

Es imposible saber qué hubiese hecho Larsson. Lo que sí sabemos es que Lo que no te mata te hace más fuerte hace exactamente  lo que promete el título: supera la muerte del autor de la saga y se convierte en una novela improbable de personajes exageradamente poderosos, indestructibles e inhumanos.

No sé si, como cuando era pequeña, hubiese preferido no leerlo. Pero lo que sí tengo claro es que no lo elijo. Y me quedo con el recuerdo.