María Dueñas es la autora de la exitosa novela El tiempo entre costuras, que fue llevada al formato audiovisual el año pasado y que conquistó a más de cinco millones de seguidores en todo el mundo. Llegó a Mar del Plata para presentar su último libro, La Templanza, en el marco del Ciclo Verano Planeta.

En el foyer del hotel donde se hospeda, y donde se concertaron las entrevistas, ella charla con unos y otros, da notas para televisión, notas para portales, notas para radios, notas, notas, notas. La vemos a la distancia, tomando un café con los organizadores mientras responde más y más preguntas. Distendida, sin reservas, sin exigencias de silencio o privacidad.

Ya antes de charlar mis religiosos 15 o 20 minutos con ella me doy cuenta de que está “en su salsa”. No hace falta intercambiar palabras con María Dueñas para darse cuenta de que es una persona muy sociable, abierta y conversadora.  Y que también está muy a gusto donde está.

Es lo primero que me dice: “Estoy encantada. Para mí es un honor ser la primera escritora que viene de fuera del país para participar de este ciclo de charlas. Siempre recibo una acogida excelente y mis libros son tratados y difundidos de una manera fantástica, y los lectores son muchos.” Todo ello mientras nos sentamos en una de las mesas del café. “Encantada”, reafirma.

Hablamos brevemente de los destinos en Argentina, las charlas en Pinamar, Mar del Plata  y Bariloche. Los viajes y la dificultad que en 2009 se le presentó para continuar con su vida académica luego de publicar aquella novela que la llevó a ser reconocida en todo el mundo. “Ya no podía con las dos cosas y desde entonces me dedico solamente a la escritura, a todo lo que conlleva, la promoción, los viajes para llevar el libro a otros entornos… a eso me dedico”, me cuenta.

Le sugiero que en nuestro país le espera mucho trabajo, pero ella se ríe animadamente mientras y acompaña la insinuación del chiste: “lo hago con gusto porque me dan de comer, y me dan buen vino y esas cosas”. Ya puedo entrever que esta va ser una conversación digna de contar.

En La Templanza construís un personaje muy fuerte en Mauro Larrea, un tipo que tiene la capacidad de reinventarse, de reescribirse… ¿Tiene mucho de vos, en ese sentido? En eso de poder repetir su propia historia?

Yo pensaba que él es un minero del Siglo XIX, viene de México, pasa por La Habana, acaba en Jerez , con el que yo no puedo tener menos que ver, aparentemente. Y en cambio, después, comparativamente con los protagonistas de mis novelas anteriores, creo que tengo más que ver con Mauro Larrea, que nos parecemos más entre él y yo de lo que me parecía a las anteriores protagonistas. Y es porque, en el fondo, él es un hombre que -a pesar de que su contexto sea decimonónico-, es un hombre muy contemporáneo, en esto de reinventarse, de volver a levantarse luego de caer. Hoy vivimos en un mundo más dinámico, que nos permite todos esos cambios. Antes, todas esas ascensiones sociales y esas caídas te dejaban en el pozo de por vida. Pero Mauro es más cíclico: responde más a unas dinámicas contemporáneas, a la posibilidad de que se te abran unas nuevas perspectivas cuando menos te lo esperas.

Otro aspecto muy contemporáneo en tu novela es este tema del desarraigo, de la desterritorialización. Creo que es algo que tiene plena vigencia y hoy más que nunca, tal vez…

-Si. Más que nunca no creo porque los movimientos migratorios han sido una constante a lo largo de toda la historia, lo que pasa es que tenés razón en que hoy lo hacemos con mucha más fluidez, con más asiduidad, con más facilidad, tenemos todo a favor: las comunicaciones, los contactos… la globalización nos lo pone más fácil. Pero sí que me gustan ese tipo de personajes que se están moviendo, que no están anclados, sobre todo cuando vienen las situaciones adversas, como le pasa a Mauro y le pasa a las protagonistas de las novelas anteriores de cierta manera. Me gusta esa gente capaz de ponerse en pie aunque le fallen las fuerzas, aunque tenga la mirada borrosa, pues, reconstruirse y mirar hacia adelante, si no con optimismo, por lo menos con voluntad de que en algún momento las cosas cambien y todo vuelva a un equilibrio.

María Dueñas responde a las preguntas con la misma cadencia que se lee en sus novelas. Los suyos no son libros para impacientes, no son historias para los adictos a la acción desenfrenada. Ella se toma su tiempo para desarrollar atmósferas, escenas y detalles con especial riqueza. Eso mismo está presente en esta charla, con el agregado de su acento español y su voz casi susurrante.

Después del gran éxito que fue El tiempo entre costuras, ¿qué sentís que te aporta como escritora esta nueva novela?

-Es un paso más, es una aventura distinta. Para mi cada novela es como un proyecto vital, lo que me va a encapsular durante un tiempo. Dos, tres años. La escritura me suele llevar un año y pico, y la promoción después, el montaje con el equipo editorial, tomar decisiones desde la portada, hasta la campaña de marketing. Digamos que son como cápsulas vitales que van integrando mi vida. Cada vez que escribo un libro conlleva viajes, conocer gente distinta, conlleva que yo me sumerja en un mundo que a veces no conozca, los bodegueros, los mineros, la costura, por nombrar algunos de los temas que he tratado. Entonces, lo concibo como un proyecto vital apasionante que me va a llevar un tiempo pero del que después voy a salir. Abro una caja, un contenedor, lo lleno de cosas, vivo dentro y luego me va a llegar el día en que le pongo una tapa y paso al siguiente. Aunque nunca las cierras del todo, siempre hay filtraciones.

¿Cómo sigue tus proyectos a partir de ahora?

-Pues, ahora mismo estoy trabajando en una nueva novela. Estoy más o menos acercándome al final. No sé cuándo se publicará, si será a finales de este año o principios del otro. Y, en paralelo, lleva algunas cosas que vienen de atrás, que las voy arrastrando: estamos terminando la edición en Inglés de La Templanza, he estado estas últimas semanas corrigiendo la traducción y eso va a conllevar un lanzamiento para el verano (invierno en nuestro hemisferio) y me lleva un trabajo paralelo de viajes, de promoción en Estados Unidos. También estamos en una fase embrionaria, pero que va a ir avanzando a partir de ahora, del traspase de La Templanza a una producción audiovisual para televisión, una serie.

¿Participás en el guion?

-Yo creo que va a ser de una manera parecida a lo que hice en El Tiempo entre costuras, que fue supervisando los guiones. No formé parte del equipo de guionización pero sí que pasaban por mí todos los guiones. Los repasábamos, los corregía, proponía, sugería… ellos me proponían a mí. Discutíamos, nos peleábamos, hacíamos las paces (risas).

¿Hubo una defensa férrea de tu parte para mantener algunas características propias de los personajes o cediste fácilmente?

-Hubo de todo. Hubo cosas en las que comprendí, cedí, porque realmente estábamos hablando de otro lenguaje distinto y cuando me aclaraban el porqué de algunas cosas con las que al principio no coincidía, por supuesto que decía que adelante. Y hubo otras cosas en las que pensé que yo no podía ceder. Pero llegamos a un equilibrio, que redundó de una manera muy positiva en la serie y quedamos todos muy contentos… y seguimos con una relación magnífica. Y como la acogida fue tan magnífica por parte de los espectadores, pues quedó muy lindo. Fue un proceso muy enriquecedor para todas las partes.

En cuanto a las traducciones que hablábamos antes, pensemos que el traductor o traductora interfiere indefectiblemente en la construcción de la obra que está traduciendo. En el caso del traspaso al inglés, que es un idioma que vos manejás perfectamente, entiendo que estés supervisándolo pero en el caso de otros idiomas, ¿has tenido la posibilidad de inmiscuirte de algún modo?

-No.

¿Y no te preocupa?

-A mí me causaba curiosidad que nadie contactara conmigo, ningún traductor. Solamente los de Inglés, los demás no. Nadie me preguntó nada y a mí me resulta muy curioso porque yo me decía que hay cosas que no entienden, muy específicamente españolas y no ya contemporáneas, de contextos muy particulares. Por lo cual, es muy difícil que un traductor o traductora joven extranjero los conozca. En El Tiempo entre costuras yo lo pensaba: Un personaje es Candelaria la Matutera, una señora medio analfabeta, andaluza profunda, trasterrada en Marruecos y llena de giros que yo he oído de gente mayor vinculada mi familia pero muy locales también. Yo como traductora me habría perdido en muchas cosas. Pero no me han preguntado. No sé cómo habrán hecho. Y los demás, ¡no sé y mejor no pregunto!

Y en el caso del lector también, desde su lugar, reescribe y reinterpreta. ¿Qué cosas has encontrado o te han devuelto los lectores que pensaras “eso no está en el libro”?

-Absolutamente. Cada lector desde el momento en que agarra el libro entre las manos reescribe la historia por completo. Y hay cosas que yo no tenía intención de que fueran interpretadas así. Y te lo cuentan anecdóticamente, lo hacen suyo, y lo asocian con su propia experiencia vital y se reafirman, o te protestan o te contradicen, yo lo acepto todo pero hay cosas curiosas.

Y hay pequeñas cosas que se filtran tuyas, que son inconscientes y después te lo cuentan. En Misión Olvido, mi segunda novela, hay una escena de una señora, un personaje secundario, que vive sola, se hace amiga de Blanca Perea, y Blanca un día va a su casa. Acordándose de esa escena una tía mía me dice “Oye, qué bonita la escena del perchero”. Yo no sabía de qué me estaba hablando… “El perchero de tu madre, que lo metes ahí”. Yo vengo de una familia muy grande y en mi casa siempre había un perchero que estaba lleno de la ropa de todos y muchas no se movían nunca, estaba ahí de por vida. Y yo en casa de este personaje, inconscientemente puse un perchero lleno de cosas. No tenía ninguna intención de hacer un homenaje al perchero de mi madre, simplemente se me ocurrió, como podría haber sido una butaca. Pero supongo que inconscientemente algo tenía que tener en mí propia experiencia vital. Detallitos de ese tipo…algunos son míos y otros los identifican los lectores. Y hay otras lecturas más profundas, como características de los personajes, de cuestiones un poco más internas, que ya cada uno interpreta a su manera.

Tus novelas están enmarcadas en un contexto histórico bien definido ¿Por qué se te da así? no sólo esos contextos específicos, sino desde un punto de vista retrospectivo…

-Es que una cosa lleva a la otra. Yo elijo primero el contexto geográfico. Normalmente suelo seleccionar entornos que a mí me seducen, me cautivan, que tengo alguna inclinación. Siempre escribo sobre sitios que conozco y con los que tengo algún tipo de afinidad. Esa es mi primera decisión. Y no sé en qué momento después voy a situar la acción. Una vez que tengo elegido el escenario lo cartografío, veo qué se dio ahí, en qué momento, que cosas pudieron haber de interés y eso es lo que me lleva a determinar el momento histórico. Ya, a partir de ahí, empiezo a tramar el argumento, defino los personajes, lo voy haciendo por capas. Y la primera capa siempre es el escenario.

En Argentina se ha dado que en los últimos años se dio un boom muy importante en relación a lo que es la novela situada en contextos históricos. En general con historias de amor muy fuertes que las atraviesan ¿Por qué te parece que se da esta tendencia a explorar la historia desde una perspectiva artística, literaria?

-Creo que es por una tendencia, por la propia curiosidad humana, que nos lleva a querer implicaros en momentos del pasado, a querer explorar y quizás también porque nos interese evadirnos de nuestra propia realidad, en algunos casos. Yo creo que es un poco de todo. No creo que haya una única tendencia. La curiosidad intelectual que nos lleva a explorar otros momentos, la necesidad de sumergirnos en unos mundos que nos son ajenos… o una combinación de todo ello.